Lo peor de esa falacia encuadernada que es hoy la historiografía oficial de Cuba no radica sólo en lo que cuenta y lo que deja de contar, sino también en la forma tan aburrida en que lo hace. Los historiadores, periodistas y escritores adscritos al entramado ideológico del fidelismo ostentan un extraño récord, el de haber fomentado la ignorancia como patrón entre personas que apelan a sus páginas nada más que para ir al retrete.
A fuerza de no prestarle atención, por insufrible, uno contrae el riesgo de olvidar cuánto daño le ha hecho a nuestro país toda esa legión de panfletistas intentando validar para el régimen aquella máxima orwelliana según la cual quien controla el pasado controla el futuro y quien controla el presente controla el pasado. Pues, si no por soporíferos y monocordes, sí por haber contado con sesenta años para machacar impunemente sobre lo falso, hay que reconocer que sus libelos terminaron convertidos en auténticas cortinas de humo.
Sin embargo, como la historia suele ser testaruda, la nuestra siguió su curso real al margen de los farsantes y contando con estudiosos no sólo honestos y lúcidos, sino también amenos, capaces de atraer nuestra atención hacia las muchas zonas ocultas que fueron dejando aquellos panfletistas. Es la primera constatación que nos ofrece el volumen Gastón Baquero y Rafael Díaz-Balart. Sobre racismo y clasismo en Cuba, publicado por Neo Club Ediciones, de Miami. Se trata, en principio, de un libro homenaje a esos dos grandes cubanos, Baquero y Díaz-Balart, y en particular a su brillante ideario como antirracistas y anticlasistas, de lo cual da cuenta este libro mediante fragmentos de la muy ilustrativa autobiografía de Díaz-Balart, Cuba: Intrahistoria. Una lucha sin tregua, así como del conocido título de Baquero El negro en Cuba.
Para redondear, este volumen dispone además de un conjunto de excelentes artículos y semblanzas escritos por Lincoln Díaz-Balart, César Jesús Menéndez, Juan F. Benemelis, Armando de Armas, Orlando Fondevila y Armando Añel, quienes, a la vez que rinden tributo a los dos ilustres homenajeados, aportan esclarecedoras y oportunas reflexiones que enriquecen el objetivo del libro, el cual, según afirma Añel en la introducción, consiste en: “Denunciar y situar en el centro del debate sociopolítico la cuestión medular del racismo y el clasismo, elementos que se cuentan entre los principales causantes del desastre sufrido por Cuba a partir de 1959, y que llega hasta nuestros días”.
Lamento que la brevedad de esta reseña me impida esbozar un amplio resumen de la selección. Son demasiados los textos, todos profundos y reveladores. Aunque desde luego que los interesados que viven fuera de Cuba tienen el remedio fácilmente a su alcance. Mucho más lamentable resulta que el libro no circule en las librerías de la Isla, pues aunque siempre fue muy necesario dar a conocer allí las verdades que devela, ahora corren tiempos en los que, más que necesarias, tales verdades podrían ser concluyentes.
gaston-ebookCuando Rafael Díaz-Balart afirma que la gran mácula de Cuba republicana fue no darle fuerza al artículo 20 en la Constitución de 1940, el cual prohibía toda manifestación de racismo, está poniendo su dedo en la llaga que iba supurar el pus de todos nuestros males de entonces y después, hasta hoy. Y al sostener que el racismo y el clasismo son las grandes claves ignoradas de nuestra historia, desde 1902, cuando Estrada Palma conformó su primer gabinete con líderes autonomistas reciclados como independentistas; hasta 1958, en los finales del régimen batistiano, cuando en los clubes elegantes de La Habana corría la frase “Que se vaya el negro, aunque venga el caos”, estaba resumiendo magistralmente el pasado a la vez que vislumbraba el futuro con total acierto.
De su visión preclara de la historia ya había dado prueba en 1955, en un discurso pronunciado ante el Congreso de la República, cuando, al referirse a la amnistía concedida a Fidel Castro y sus partidarios encarcelados por el ataque al Cuartel Moncada, advirtió: “Ellos no quieren paz. No quieren solución nacional de tipo alguno. Fidel Castro y su grupo solo quieren una cosa: el poder, pero el poder total, que les permita destruir definitivamente todo vestigio de Constitución y de ley en Cuba, para instaurar la más cruel, la más bárbara tiranía…”. No en balde, Armando de Armas, en una magnífica semblanza contenida en este mismo libro, expone: “Si Rafael Díaz-Balart no hubiese hecho otra cosa en su vida que pronunciar estas palabras, ellas serían suficientes para que pasara a la historia del pensamiento político isleño como el hombre que tuvo ojos para ver y valor para prevenir, en un país con una intelectualidad que durante el siglo pasado, con las excepciones de rigor, ha sido ciega o ha sido cobarde…”.
De igual manera, en otra de las semblanzas del libro, de Armas puntualiza que nuestro gran poeta Gastón Baquero vio en el triunfo de la revolución fidelista el fin de la esperanza de una era de derecho y desarrollo bajo el auspicioso restablecimiento de la Constitución de 1940. Razón por la que, dice: “…ese hombre, que sería el orgullo de cualquier país en el mundo, y tanto que España le recibe como a un hijo prominente, fue metódica y sistemáticamente borrado de la historia de las letras cubanas por los censores al servicio de los comisarios culturales”.
Lincoln Díaz-Balart , muy cercano a Baquero, asevera en un justo y apasionado texto que el poeta, además de ser uno de los hombres más brillantes de la historia de Cuba, fue también uno de los que más amó a su patria. En tanto Juan F. Benemelis precisa: “Baquero ahonda con certeza en la época colonial esclavista y en cómo los arquetipos ideológicos que la sostuvieron, provenientes de la España racista y antisemítica, se transfirieron a la vida republicana…”. Y Armando Añel cita al poeta (“la aristocracia cubana, la élite económica, blanca, naturalmente, quería a toda costa salir de Batista, y no por razones políticas, ni ideológicas, ni morales, ni filosóficas. Esa aristocracia veía en Batista a un negro”), antes de concluir que tales palabras resultan primordiales para entender la realidad cubana del último medio siglo.
Para cerrar con broche de oro el tema del racismo no es posible pasar por alto el texto escrito por César Jesús Menéndez, nieto del líder azucarero Jesús Menéndez, quien hace un recorrido por los sacrificios y humillaciones que debió soportar su abuelo, debido a la condición de negro honrado que fue capaz de alcanzar un escaño como Representante a la Cámara: “Gracias a su lucha se instauró el retiro azucarero y se aplicó la ley maternal para las mujeres campesinas… fue la muestra viviente del recorrido realizado por Cuba desde la esclavitud hasta el autogobierno”. Cuenta también César los pormenores de su crimen, y cómo el asesino del Representante a la Cámara de un país democrático fue ascendido al grado de Coronel del Ejército.
Igualmente resulta imposible dejar de mencionar la inclusión en este libro homenaje de un artículo de Orlando Fondevila sobre la primera organización anticastrista, surgida el 28 de enero de 1959: “La Rosa Blanca, de acuerdo con los principios y acendradas convicciones de su fundador e inspirador, Rafael Díaz-Balart… Esta doctrina de amor y justicia, inscrita en el propio nombre de la organización, La Rosa Blanca, y su incuestionable filiación martiana, se ha visto ratificada en la reciente creación del Instituto La Rosa Blanca, impulsada por Lincoln Díaz Balart”.
He aquí, descrita a vuelo de pájaro, la muy atinada selección de textos que conforman el volumen Gastón Baquero y Rafael Díaz-Balart. Sobre racismo y clasismo en Cuba. Uno puede estar de acuerdo o no completamente con algunos de sus enfoques, pero es indiscutible que todos parten de sólidos fundamentos históricos y todos llevan por delante la verdad prístina de sus autores. Asimismo quedan fuera de la más mínima duda la importancia cardinal de este libro como conjunto y la pertinencia de su reedición en los actuales días, cuando tanta falta nos hace a los cubanos hallar al fin las claves que nos franqueen el camino hacia la libertad. Si es que aún quedan caminos para Cuba y si está en nuestras manos enrumbarlo.