Parece que con la intensidad del momento la capacidad movilizativa de la comunidad cubana en el exterior crece, particularmente la del exilio en las afueras de la Casa Blanca. Si los cubanos en Estados Unidos logran mantener a varios miles de manifestantes por la libertad de Cuba durante varios días en Washington, muy probablemente generen algún tipo de compromiso o esfuerzo fundamental por parte de la administración Biden.
Habría que contagiar también a venezolanos, colombianos, nicaragüenses, ecuatorianos y a todos aquellos sectores inmigrantes que de una forma u otra, directa o indirectamente, han adquirido sensibilidad frente a la desgracia de la influencia castrista en el continente. Hasta a chinos y coreanos si es preciso. Que las distintas caravanas no solo lleguen a Washington, sino que se mantengan allí al menos por 72 horas. Y así sucesivamente, en una espiral de relevos, retroalimentando una concentración permanente de miles de personas.
Se trata, sin duda, de un desafío monumental, inviable en cualquier circunstancia que no sea extraordinaria. Esta, tras las protestas masivas del 11 de julio en Cuba y la consiguiente reacción represiva de un régimen abusador, está claro que lo es.