El 13 de julio de 1994, fuerzas del gobierno castrista hundieron el remolcador 13 de Marzo, donde viajaban 72 personas que huían de Cuba hacia la Florida. Murieron 37, incluidos 10 niños.
Muerte por agua (T.S. Eliot)
1
La tierra está delimitada por fronteras. El mar es libre.
Pero en la libertad también está la Muerte.
2
La Muerte no está hecha de números, no es ninguna razón cuantitativa.
En solamente un muerto está la humanidad.
Pero cuando la Muerte llega uniformada en tres embarcaciones
y dispara cañones que arrojan furiosamente agua para hundir a un contrario
—muerte por agua—
y embisten y destrozan a ese contrario, y ese otro no es uno sino setenta y dos, y hay diez niños entre los setenta y dos
—muerte por agua—
y es en la madrugada
cuando el cielo y el mar se confunden en un mismo brochazo de negrura
—muerte por agua—
entonces, por salvarse,
se agarran a un cadáver que flota,
y una madre le dice al hijo que cierre los ojos para que no se asuste al ver la Muerte
—muerte por agua—
cuando piden clemencia
y les responden riendo “que se mueran”
—muerte por agua—
y empiezan a contarse los cuerpos bocarriba, a la deriva,
entre ellos diez niños como sueños flotantes.
¿Cómo quedan, Señor, los que sobrevivieron?
¿Cómo quedan, Señor, los que gritaron “que se mueran”,
ahora ya envejecidos tantos años después, sin los potentes barcos, sin cañones de agua,
con las medallas al mérito que se van oxidando al mismo ritmo que se pudren sus almas?
¿A qué dios obedecieron ciegamente y cuya voz ya no recuerdan?
¿Cómo queda, Señor, esa mujer que tira caramelos al agua cada 13 de julio?
¿Cómo quedamos, Señor, los que lo recordamos en cada aniversario y echamos espuma por la boca escribiendo poemas
y no podemos arrancar esa página infame de los libros de historia
ni concederles la resurrección?
3
El brutal cañonazo de agua en medio de la noche hizo pedazos la esfera de la brújula
que señalaba los puntos cardinales
del tiempo por venir, ese que llaman el futuro; el cristal hecho añicos
con sus agujas aplastadas
que no pudieron señalarles el Norte.
Los cuerpos ya no flotan, se fueron hundiendo
con la lentitud de lo que resulta inevitable. No necesitaron al barquero Caronte.
Se iban sumergiendo parsimoniosamente como el que al fin descansa
y se abandona al sueño donde la Nada los recibe.
Enredados al légamo entre los peces ciegos,
descendieron para hacer compañía a viejos barcos herrumbrosos
de maderas podridas
que desde hace siglos se han ido acumulando donde comienza lo abisal;
y allá abajo, en el fondo del fondo tan parecido al infinito
yacen los seres que intentaron
pasar hacia otro punto de la cercana geografía. Y todavía están allí.