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Venezuela o la misión imposible

¿Quién dijo en España “estúpido como un torero”? Sin duda no se refería a “Guerrita”. Fue el torero Rafael Guerra quien anotó: “Lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible”.  Era un filósofo de andar por casa, no un estúpido. A la oposición venezolana, que es algo así como el 80% del país, le han pedido una misión imposible: que salga por las buenas de Nicolás Maduro, de Diosdado Cabello, de Delcy y Jorge Rodríguez y de la patulea que gobierna a esa desdichada sociedad. Se lo ha pedido el gobierno de Estados Unidos, la OEA, la Unión Europea y el Grupo de Lima. Las mismas entidades que le dan todo el respaldo a Juan Guaidó.  

“Las buenas” es una salida electoral democrática y abierta, unas elecciones realmente limpias. Sin duda, qué más quisieran Juan Guaidó y su equipo de gobierno que tal cosa fuera posible. Súbitamente, se comenzarían a solucionar los problemas. Los casi seis millones de personas escapadas del paraíso castro-chavista regresarían a casa más o menos ordenadamente. En un par de años se reconstruiría PDVSA y la economía de Venezuela volvería a crecer exponencialmente. Como ocurrió durante un largo periodo en los denostados 40 años que duró la democracia venezolana, las mejores cuatro décadas consecutivas que ha conocido la historia de esa torturada nación.

Guaidó cuenta con la capacidad de deslegitimar el proceso electoral que se avecina, pero no tiene los recursos para quitarle el poder a Maduro violentamente. Maduro, por su parte, carece de fuerzas objetivas para matar o encarcelar a Guaidó. Es un empate. Por la otra punta de la complicada gestión, Maduro sabe que el país se le ha escapado del control militar. Ni siquiera pudieron derrotar a las guerrillas del ELN cuando tuvieron una desavenencia por el manejo de la droga, que es por lo que pelean los cárteles. Por supuesto, casi toda la oposición no está dispuesta a participar en unas elecciones avaladas por un árbitro electoral fraudulento, elegido por Maduro para perpetuarse en el poder. Sería suicidarse y los políticos inteligentes no suelen hacerlo.

No obstante, el presidente Juan Guaidó le ofrece a Nicolás Maduro sentarse a dialogar con él. ¿Para qué lo haría si ya ha dicho que no piensa participar en el simulacro electoral oficialmente diseñado? Tal vez, para transmitir de primera mano una salida al impasse en que Maduro ha metido al país. Acaso para solucionar por primera vez por procedimientos pacíficos la crisis que vive Venezuela.

Maduro está entre la espada y la pared. Nadie quiere vincularse a un capo de la droga. Ha sido, con toda justicia, “norieguizado”. Es él y no Guaidó el que tiene que traer soluciones a la mesa. Apenas el 5% del país vive decentemente porque tiene dólares. Eso se agravará. Las sanciones americanas han tenido efecto. Dentro de 90 días, a juzgar por los informes de Russ Dallen de “Caracas Capital”, no habrá un dólar ni una onza de oro en las reservas del país. Irán y Turquía quedan muy lejos y no querrán irritar más a los estadounidenses. Los chinos y los rusos dan por perdidos los préstamos. Especialmente los chinos. Los militares de alta graduación no tendrán dónde robar. Los informes de “los cubanos” a Díaz-Canel son tremebundos. Ya no confían en que Maduro pueda rebasar la crisis y piensan en otras personas de confianza para reemplazarlo. 

¿Qué puede ofrecerle Guaidó a Maduro a cambio de su renuncia sin persecuciones? ¿Acaso la creación de un gabinete mixto, gobierno y oposición, que lo primero que haría es decretar la libertad de todos los presos políticos y convocar a elecciones sin candidatos arbitrariamente inhabilitados, y con un CNE libre de sospechas? Si yo estuviera en el pellejo de Maduro me lo pensaría. Incluso, me cercioraría de que las sanciones estadounidenses se pueden levantar, como le ocurrió al general Manuel Cristopher Figueras. Es cuestión de tiempo que las FFAA le den un golpe militar. A fin de cuentas Maduro apenas controla una mínima parcela de autoridad. 


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