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¡Va a ser que no!

Zona de interés, del afamado director Jonathan Glazer, pone en cuestión un dilema que sigue entendiéndose de manera unipolar, relativo al análisis del totalitarismo. Coincidente con el Buñuel del humor más cáustico y surrealista, conecta con El ángel exterminador e incluso con una película cubana de los años 60 bastante desconocida por este otro lado del mundo (también muy buñueliana): Los sobrevivientes.

Respecto a la obra de J. Glazer, es una historia distinta y, junto a Niño del pijama de rayas, no la leo como apologético intento de ningunear el horror, sino de contar plus otro punto de vista. Y con ello me pasa (salvado las distancias) parecido a la obra del principio del pintor y escultor Anselm Kiefer, hablando de la deuda casi vuelta complejo alemán, de haber estado tantos años sin hablar en profundidad del asunto, “la erotización del sufrimiento” y “complejo de culpa” que ni el juicio de Adolf Eichmann (en “Jerusalén”) se atrevieron a hacer en suelo alemán. Quizás, entre otras cosas, porque no se revolvieran los demonios vivos de una sociedad en la que siguieron ahí, coleando sus designios con mayor/menor vengüenza, la implicación total de todas las instancias sociales y culturales del desastre particularmente siniestro, con el beneplácito colaboracionista de Hugo Boss, Bayer, Volkswagen, Mercedes, Messerschmitt, Albert Speer, Werner Heisenberg. Y no sólo los grandes emporios, sino todo el mundo, “Die Volks” al completo, desde el Nobel hijo de la dinamita Günter Grass ex-juventudes hitlerianas, a Heidegger,  Otto Rahn y el más largo etcétera.

Sólo ahora y con un esfuerzo enorme, por pudor y como quien reabre necesariamente una herida para terminar de sanarla, se comienza a hablar, y todavía de manera muy tibia, sobre todo ello. Al lado de todo el horror consabido que sin dudas fue, hay miles de historias que quedaron fuera del centro de mesa.

Me sorprendió la banda sonora, el modo en que estructuraron el sonido, los difíciles silencios —fijémonos en eso, pues me toca profundamente— mientras miles de seres humanos, la gente en general, continúa saliendo por las chimeneas… creo que al final uno sabe exactamente lo que está pasando del otro lado del campo y se ha contado mucho, desde siempre ese punto de vista, pero ¿y los otros? (“La vida de los otros” denuncia también ese otro film sobre el conflicto de lealtades en las escuchas y la vigilancia en la Alemania oriental del director Florian Henckel). Así la mirada comprometedora de este otro lado adquiere aún más horror, pues hoy sabemos con la anuencia y la normalización que se vivía del lado de esa casa y familia “pastel”, idílica, que tan sabiamente Hanah Arendt denominaría: Monstruo que no es un diablo con cuernos, sino BANAL, “la banalidad del mal”. Personas eficaces haciendo su trabajo, en completa anulación de cualquier iniciativa distinta al paradigma oficial de la época; voluntad moral que reconstruyen alrededor de una ideología sustitutoria. Visión distinta a la asepsia aniquiladora de cualquier cuestionamiento, enfocado hacia el adocenamiento y supresión de la voluntad crítica, la lucidez y el sentido común.

Creo importante no sólo ver el anzuelo y centrarnos en el dolor de la hincada atroz, sino también de la ¿suculenta? carnada/promesa que lo camufla, pues tras esa añagaza se disfraza la verdad que incluso en nuestro presente seguimos sin ver.

Esa “zona de interés” según se quiera y/o se estudie, es la que responde lo que aún ni la politología, ni la historia, ni la antropología, ni la psicología ni la sociología han podido y no es: ¿Por qué surgió un demonismo así? Sino ¿por qué las masas lo aclamaron, lo necesitaron, lo posibilitaron y auparon? (como en Cuba) Eligiendo el suicidio colectivo, y de tal magnitud que sobrecoge la anuencia tácita, la complicidad y la implicación general.

Todo eso me conecta con la obra del director alemán Jünger Syberberg, una perspectiva que sienta al Hitler. Ein Film aus Deutschland en el hipotálamo de nuestras actuales sociedades del “bienestar”, haciéndonoslos naturalizadamente insoportable (en medio de una “Normosis” de asunción general). Porque en lugar de enajenar el mal convirtiéndolo en un sobrenatural demonio en el que jamás nos ve(re)mos reflejados, nos devuelve la sangre, la miseria humana, la traición al sentido, creando otro aberrante e inhumano al que aferrarse, en definitiva nuestra humanidad que no es sólo un ámbito de lo esperable, lo aceptable y lo polite, sino también lo que no… además, espejo normalizado, y sentado entre nuestros propios y mundanos hábitos cotidianos, la costumbre, lo doméstico, la mediocridad tácita, la profesionalidad rigurosa ¿sin cuestionamiento moral?, el relativismo, la cultura del eufemismo y la posverdad, cual invisible dilema de “lo banal” (H. Arendt). El asiento sobre el que fertilizan males mayores, y edificó junto al estalinismo (ambos “colectivistas” de izquierdas y socialistas) la peor arquitectura de nuestra más terrible y nauseabunda historia reciente.

Este film desentumece la acostumbrada anestesia positivista decimonónica, y esa peligrosísima idea de “mejoramiento” que supuestamente nos separa del monstruo, haciéndonos creer que estamos lejos de él, creyéndonos haber superado el desastre (teratológico). Pues groseramente hablando: ¡Va a ser que no!

El señalamiento del empinado y arrogante dedo índice acusador no es/será hacia afuera, sino hacia adentro, cuando cada uno de nosotros tenga de verdad el valor de desmantelar para siempre el triunfalismo bobo de las infantilizadas sociedades de hoy y por primera vez apuntemos a nuestra propia cabeza, cara asustadiza y afásica, apretando los dientes y reflexionando en realidad sobre la complejidad del asunto. Pues los “colectivismos” (totalitarios, barbáricos) no se vencen con estadísticas sobre Auschwitz o Gulag, sino con autorreflexión consciente y omnilateral, sin usurpación de la voz de quien debe, quiere y necesita también ser narrado. Desde la responsabilidad de percibir por cuánto tiempo se mira el abismo, porque también el abismo se mira en uno y algo de todo ello nos lo llevamos dentro (Nietzsche).

A veces creemos que pensamos, pero sólo estamos reorganizando nuestros polares, extremofilos y maniqueos prejuicios.

Se trata de un intento de mostrar lo que no queremos ver, y es descarar el disfraz corporativista que hoy mismo sigue ocultando, como Google vende los datos de los disidentes chinos al MSS y el Kuomintag por unos cuántos dólares más, y de igual forma como sostenemos el limbo extrajudicial de Guantánamo sin aceptar que se mintió por petróleo y amapolas, o se sigue creyendo que la barbarie de Cuba o el “Pacto de Varsovia” rivaliza con la “Operación Cóndor” y la OTAN. La reacción de unos prepara la reciprocidad de los otros… “espejo de paciencia” —diría— Silvestre de Balboa. Comprendiendo que lo contrario del mal no es el bien (cuando lo son si lo fueran), ambos te engañan lo mismo, en cambio apartarnos como sutilmente sugiere Nietzsche estando “más allá del bien y del mal”, donde exploramos la fenomenología con una “ciencia profunda” y no estrecha (Ken Wilber) el “Orden Implicado” (David Bohn), evitando el bizqueo “explicativo” surfeando de constante sobre la superficie de los actos.

Así, la historia del hombre no es/no ha sido/no será sólo la historia del hombre ¿despierto? y ¿consciente? Están también los sueños, las pesadillas y un inmenso inconsciente sumergido bajo el manto anodino de las arraigadas costumbres.

Tras los bastidores de cada encrucijada hay una razón “explícita” que nos compra o nos somete, y luego otra “implícita” todavía más compleja, que habita/habla del miedo gemelar ad “Leviathan” del retador Thomas Hobbes, que suma el “atrévete a ignorar” a la socrática y délfica sentencia, empujándonos al “Nosce te ipsum” para unos “ojos abiertos aunque entornados”… “Eyes wide shut” —diría S. Kubric—, o aún más lúcido el Za-Zen cuando anuncia: “despertar de la consciencia sin apoyarla en nada”. Lucidez de una mirada sin apEGO, sin sistemas claustro de conocimiento (conozco y miento).


 

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