La tristeza expresada por el narrador y ensayista Pedro de Jesús López Acosta en su muro de Facebook, el pasado 20 de octubre, no es transitoria.
Se trata de un sentimiento duradero porque los motivos que dieron pie a la angustia están ahí, tan omnipresentes como el dinosaurio del minicuento de Augusto Monterroso.
La apertura de una tienda en Moneda Libremente Convertible (MLC), en la ciudad de Fomento, de la provincia Santi Spíritus, donde reside, fue la razón que lo impulsó a esparcir su pesadumbre en el amplísimo territorio virtual establecido por Mark Zuckerberg, desde 2004.
Definitivamente no pudo guardar en los baúles del silencio la rabia y el dolor ante un fenómeno que aviva los demonios de la pobreza y el desamparo a lo largo y ancho de la Isla.
Y es que, en ese centro comercial, solo se aceptan dólares, euros y otras monedas del mundo desarrollado.
Para colmo, es obligatorio que estén en una tarjeta magnética. No se puede pagar al cash. Hay que depositarlo en algunos de los bancos estatales para acceder a los productos que se ofertan.
No solo el reconocido escritor, miembro de la oficialista Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), critica una medida que afecta a miles de trabajadores que no pueden acceder a estos mercados con el fin de satisfacer gran parte de sus necesidades básicas. Valga recordar que sus salarios son en desvalorizados pesos cubanos y las instituciones bancarias no están en capacidad de vender dólares a quienes lo soliciten con el propósito de traspasar las puertas de esos comercios.
El rechazo a esta disposición es mayoritario, más allá de los habituales disimulos y los circunstanciales acomodos del cubano promedio y también de la clase pensante, dígase escritores, artistas e intelectuales.
Por otro lado, no son todos los que cuentan con familiares en el extranjero dispuestos a cargarle las tarjetas.
El escenario que se dibuja en el horizonte está marcado por un sostenido avance de la desigualdad social.
La paulatina dolarización que se lleva a cabo, con prisa y muy pocas pausas, trae consigo la ruptura del orden impuesto desde 1959, según los códigos marxistas-leninistas.
Es una paradoja que se pueda vivir un poco mejor dentro del neoestalinismo tropical solo con el dinero del “enemigo”, como suele calificarse a Estados Unidos en los discursos de los funcionarios públicos y en los medios de prensa.
¿Acaso tiene algún sentido trabajar por salarios irrisorios y en una moneda que no permite la adquisición de una amplia gama de productos de primer orden?
Humillación, es uno de los términos para describir la realidad que se va estructurando al calor de unas transformaciones que traen a la memoria el apartheid sudafricano, que discriminaba ferozmente a la población negra e india, y también ciertos elementos de las terapias de choque, asociadas a esos modelos de transiciones hacia la economía de mercado, pero, en este caso, asumidas como estrategia para garantizar la continuidad del modelo unipartidista.
De acuerdo al post del multipremiado escritor, los cristales de la tienda fueron cubiertos para evitar las miradas de la “nueva clase” formada por cientos de miles de cubanos a la espera de recibir nuevas cuotas de desprecio y olvido.
La Habana ya tiene varios comercios de este tipo y ninguno con los cristales empapelados.
La abundancia puede ser contemplada por los infelices proletarios todo el tiempo que deseen.
No vacilo en añadir mi tristeza a la de Pedro de Jesús ante este desolador panorama. Lástima que sus colegas de la UNEAC continúen rumiando sus reproches.
Es hora de ponerle fin a ese mutismo cómplice. Se trata del sufrimiento de familias enteras a merced de un mar de penurias que se arremolina minuto a minuto y que amenaza con ahogar un sinnúmero de vidas y todas las esperanzas en un futuro mejor.
Cuba está al borde del desastre total. El porvenir se tiñe de nuevas penumbras. La desesperación se palpa en cualquier franja de la cotidianidad.