Otaloandri de la Caridad es un joven cubano de estos tiempos.
Otaloandri viste a la última moda, tiene un teléfono con un coeficiente intelectual bastante más alto que el suyo, y una noviecita tan chic como él. Porque Ota no es un tipejo de esos que viven de sisar en alguna empresa, de las peleas de perros, de gallos, o vaya a saberse de qué otro recurso de malandrines de baja estofa.
A Otaloandri le disgustan tanto las maneras poco sofisticadas, hasta cabe decir que bestiales de la mayor parte de sus contemporáneos, que incluso estuvo por participar en aquella marcha contra la violencia animal que se quiso organizar aquí, en Santa Clara. Hasta que un tío suyo, coronel del MININT, les advirtió a él y su novia de los verdaderos y contrarrevolucionarios intereses que movían a sus organizadores.
Ota es en definitiva un chico bien, de esos que dicen “bien importante”, o “bien bonito”, y hablan de una manera muy particular, a grandes trancos respiratorios, algo así como si quisieran imitar al difunto ministro de cultura Armando Hart.
Ota estudia medicina en la Universidad de aquí, de Santa Clara, pero no viaja a diario a la casa de sus padres, en Calabazar de Sagua, y mucho menos hace uso de la beca que le paga el Estado. Él ni tan siquiera pasa por el comedor la mayor parte de los mediodías, y rara vez come algo más que dos cucharadas de lo que le ponen en la bandeja.
Ota y su noviecita alquilan un caserón, a la mitad, con otra parejita chic. La parte del alquiler que les toca, 60 dólares, se lo pagan unas tías que se matan limpiando culos de viejos en Miami. Son ellas, y un primo, casualmente el hijo menor del coronel del MININT, quienes le mantienen su ropero siempre rebosante, y bastante dinero en el celular como para hablar cualquier nimiedad por ese caro medio, a cualquier hora, con cualquier otro chic contemporáneo suyo.
En cuanto a la saludable comida que ingiere la parejita en su alquiler, se la sacan del lomo sus padres, allá en Calabazar de Sagua. Ellos también por vías no muy chic.
Ota y su noviecita suelen frecuentar los bares más caros de la ciudad, como esa copia de la Bodeguita del Medio que recientemente inauguraron por acá, o cafés caros, como ese carísimo -y malísimo- en el Boulevar, o la cafetería al aire libre, en el portal del hotel junto a la emisora provincial de radio. Adonde también suele ir a exhibir su buen y muy caro vivir cierta locutora, que frente al micrófono se nos da de muy proletaria.
Estos lugares chic normalmente se los pagan ellos mismos, no sus parientes. Mas no con el sudor de su frente, o en general de cualquier parte de sus cuerpos, ya que ellos prefieren las habitaciones climatizadas para desempeñar las labores que rinden los dividendos imprescindibles. Más bien se los pagan los amigos extranjeros que suelen hacer en sus diarias visitas a estos mismos lugares, o en Facebook.
Porque olvide agregar más arriba que Ota y su media naranja no sólo se gastan el dinero que, vía ETECSA, les ponen tías, primos… y hermanos -que la noviecita algo pone a la economía conyugal de su parte, o más bien de parte de su gente en Miami-, en hablar cáscara de piña con sus contemporáneos chic.
Ellos también navegan bastante en Internet. Mas no para informarse de lo último en la ciencia médica, o incluso de lo que ocurre fuera y dentro de la Isla. De hecho rara vez abren alguno de esos sitios que divulgan los chismes de su país, como el tal Chanclecuba, que ahora hace furor entre los mayores de 30. No, ellos no están para eso. Lo suyo es disfrutar la vida y conocer gente, pero gente de afuera, que se hagan sus amigos, o más bien sus benefactores con derechos… sexuales, se entiende.
Porque se me olvidaba decirle que Ota y su noviecita también asisten religiosamente a cierto gimnasio chic. Uno bueno de verdad, de esos en que hacer ejercicios una semana cuesta tanto como a uno de nuestros ancestros hacerse con uno de aquellos sufridos negros congos, sobre cuyos lomos se edificó la riqueza nacional.
Es a causa de esa rutina de ejercicios, a las frecuentes visitas al peluquero, al pedicuro, al especialista facial… y por supuesto a una buena retahíla de productos caros de la más… clase media cosmética, por lo general procedentes de Miami, que Ota y su despampanate noviecita salen tan bien en las fotos que no paran de compartir en Facebook, o en WhatsApp, y en que por lo común muestran mucha más área de piel lozana y tersa que de los tejidos de sus abarrotados roperos.
Y es precisamente gracias a tan buena pinta que tienen tantos amigos por esos países del mundo… rico, claro. Los cuales amigos no paran de venir de visita a Cuba, y que sin falta le dedican a la parejita una noche, o a veces hasta un fin semana completo de su apretada agenda en la Isla. Repleta de compromisos semejantes con otros muchachos y muchachas chic, que conocieron por semejantes vías.
Y es en parte a resultas de esa estupenda pinta de Ota y su noviecita, pero sobre todo gracias a su espíritu muy liberal, en lo esencial para las diversiones, y sobre todo para las que se ejercitan en la cama, que últimamente la parejita ha podido dejar de depender por completo de sus familiares en Miami para pagarse el gimnasio, y muchas otras pequeñas cosas. Porque no es que ellos dos sientan algún peso en su conciencia al dilapidar el dinero que a las tías de Ota les cuesta hasta 12 horas diarias de limpieza de culos arrugados, y al hermano de la noviecita levantarse a la una de la madrugada, para irse a quitar la nieve de las calles de Minneapolis.
No, el asunto es que a ratos sus tías se pusieran “fulas”, como aquella vez en que Ota las llamó desde el Parque de la wifi en Calabazar de Sagua, para explicarles la necesidad de un nuevo par de zapatillas de marca, porque las últimas se le habían despegado en la caminata anual al Monumento al Che, “que figúrense, hubo que hacerla debajo de un aguacero”.
O como aquella otra en que le pidió a su primo que le estampara por allá afuera un pullover, “de buen algodón de verdad”, con la imagen del Comandante, para poder salir súperbien en las fotos que se iba a tomar durante su próxima participación en la “la marcha de las antorchas”. Fotos con las que quería impresionar favorablemente a una pareja de italianos “progres” con la que había comenzado a comunicarse hacía unos días.
Entonces tuvo que soportar que su primo le gritara en el medio de la zona wifi que si él era comemierda, que si él no sabía que por menos que eso podría buscarle tremendo lío allá en Miami: “¡asere, tú te imaginas llegar a un negocio de esos con ese encarguito… ño asere, te pones fula cantidad!”
Nada, como si todos no supieran en el municipio de Calabazar en el Exilio que quien surte de supositorios de última generación a su papá, el coronel Vega, aquejado de estreñimiento crónico, es precisamente su hijo, y que los saca nada menos que de los business sucios que con sus tías hace con el seguro médico del Estado Yanqui.
Aclaramos que Ota no es que sea en el fondo comunista, ni progre, ni de izquierdas, ni nada por ese estilo. Como tampoco lo es por cierto su tío el estreñido del coronel Vega, a quien también le gusta mucho lo bueno, y después que probó el whisky por primera vez no ha habido manera de que vuelva a tomar ni Havana Club.
No, tras la superficie sensual de ambos, sobrino y tío, no hay nada tan profundo como un fondo, o en general un algo cualquiera.
Ota simplemente trata de vivir bien, y para ello ha aprendido desde la cuna que en este país hay que estar con los que mandan: si hay que cantar la Internacional, se canta y ya, o si hay que gritar ¡Viva Fidel!, se grita y punto, que mientras más ganas uno le ponga al grito más los que tienen la sartén por el mango se harán de la vista gorda con tus deslices burgueses por la cultura consumista.
Si de algo está consciente Ota es de que en un final esta vida chic no le durará para siempre, que la juventud se irá. Que cuando termine la carrera ya sus tías no le pagaran más su alquiler, y su primo, el de los supositorios que tanta ayuda le prestan a la actividad represiva de régimen, no será tan espléndido con la ropa y los zapatos, las laptops o las recargas al móvil. Por eso desde hace meses hace correr a sus padres, con lo de la ciudadanía española, y por eso el mismo ha hecho lo imposible para congraciarse con el vicecónsul de aquí, de Santa Clara, que según las malas lenguas es tremendo malandrín.
Sus planes para su futuro son simples, y se concretan en una frase: de esta mierda hay que irse.
Claro, él no quisiera tener que pasarse ocho años sin poder regresar al país, como ocurriría en caso de abandonar alguna de las misiones médicas del Estado Cubano en el extranjero. Ota, en caso de que lo de la ciudadanía española no llegara a concretarse, piensa pedir asilo político por ahí, en cualquier parte, y mientras espera la correspondiente decisión judicial se colgará día y noche un pullover con la imagen de Rosa María Payá, encargará por Amazon el juego completo de camisetas que promueve su medio tocayo, Ota Ola, conseguirá una insignia como seguidor en Facebook de Bolsonaro, y exhibirá en redes un anticomunismo solo comparable al del senador McCarthy.
Entonces su vida consistirá en trabajar en el exterior, con la cabeza sin embargo en Cuba, adonde correrá a gastarse lo ahorrado cada vez que tenga oportunidad.
Ya sin su noviecita, que lo habrá abandonado a poco de haber llegado a otras tierras, hará amistad por Facebook con alguna de las parejitas de jóvenes chic que vinieron a ocupar el lugar que en Santa Clara él dejará abandonado a poco de graduarse… Es en las consiguientes correrías por los nuevos lugares chic que encontrará de cuando en cuando a su ex, bien casada con un viejo uruguayo, español… en fin, yuma, o quizás hasta cubano, con más posibilidades que él, que nunca logrará revalidar su título.
Ella arrastrará tras de sí a algún fornido y rebosante de testosterona mulato, para nada chic, a quien mantiene en secreto en Cuba; él se dejará conducir por su tropa de un poco más jóvenes amiguitos, que solícitos le abren espacio para que no se pierda un detalle de las exuberantes formas de la novia del estudiante de ingeniería, o de derecho, que tan orgulloso de sus relaciones bien se muestra ante este parroquiano.