Fiel exponente de los hechos espeluznantes de las UMAP resulta la novela Un ciervo herido (clic aquí para adquirirla en Amazon), cuyo título proviene de un verso de José Martí y en la cual su autor, Félix Luis Viera, narra con toda crudeza la vida en un campamento Umap, así como los manejos del régimen para crear los expedientes de quienes serían víctimas de su poder implacable.
Puente a la Vista finaliza esta serie de cuatro fragmentos que relatan uno de los hechos más bochornosos de la Cuba contemporánea.
IV
A ver: ¿quién te la dio?, le había repetido un sargento advirtiendo que era la última vez que se lo repetía. Carajo, quién sabe desde cuándo estaba recibiendo cartas este cabrón, repitiendo antes de decir todos afuera, no nada más el testigo de Jehová sorprendido leyendo la cartica, sino todos los jehovases afuera, que lo manda el teniente, todos. Pero el testigo de Jehová sorprendido leyendo la carta siguió con cara de no estar en ninguna parte y no respondió. Cojones, habrase visto, diciendo un sargento, que este cabrón esté recibiendo cartas como si estuviera en su casa, cojones. ¿Verdad, cabo? preguntando a un cabo Umap parte de los tres que venían del comedor e irrumpieron en la barraca «¡atención! ¡de pie!» y sorprendieron al testigo de Jehová en el rincón leyendo su cartica tal si estuviera en un parque. Jehovases del carajo que no van al trabajo, no forman fila, no se ponen la gorra ni el monograma Umap, no hacen ni hostia y arriba de todo son zoquetes, y todavía comen, parásitos, cabrones, lacras de las lacras, ah, y quisieran visitas cuando haya y pases cuando haya ah, y recibir carticas de su familia como si cooperaran igual que los demás para el desarrollo de la agricultura de la patria, ¿eh? ¿es justo? ¿verdad que no es justo?, parásitos de Dios, ¿verdad que no es justo? ¿se sacrifican igual que los demás?, ¡no!, ¿entonces pueden recibir lo mismo que los demás? ¡claro que no!, ¿verdad? –habían dicho un y otro sargento. «¡De pie!», le habían ordenado los tres cabos Umap sorprendedores y el jehová sorprendido, sin que se la terminaran de pedir, entregó la carta, violador de las órdenes dijo un cabo Umap y arrearon con él adonde el sargento, sargento, mírelo leyendo su carta con su nombre exacto y firma la mujer que lo extraña dice, que ya la niña mayor está mejor, que tuvo paperas, cada día más resuelta por el camino de Jehová mi dios dice la mujer, ahí decidida a que ninguno de los tres hijos jurarán la bandera, la bandera cubana y socialista nuestra, sargento, en los actos patrióticos matutinos de la escuela, aunque se queden sin aprender ni una letra, ni los atributos de la patria en el uniforme escolar, sargento, dice la mujer, mire, lea. Todos afuera dije, dijo un sargento y los testigos de Jehová fueron saliendo caribajos pero sin expresión de miedo. A ver si cuando los fusilen por resistirse al cumplimiento del deber de la humanidad van al cielo carajo o se me despiertan luego en el paraíso cabrón que siempre están mentando, zonzos. Allí sigan en fila y pónganse contra la pared del excusado, bola de enemigos del desarrollo del pueblo. ¡Soldados de guarnición! ¡acá! Entonces ¿qué?, ¿vas a decir por dónde te entró la carta o quieres que te fumiguen junto con todos tus “hermanos”?, ¿era carta con sello, vino por correo?, di, ¿o qué propio te la trajo?, ¿eh?, ¿qué propio pudo meterla aquí?, di. Fusiles, soldados de guarnición, fusiles a ver si Dios los protege y no les entran las balas, ¿verdad? Diga el teniente. ¿Sí? Pues soldados Umap todos acá y miren. ¿Hablas o no, hijo, quién te trajo esa carta? ¿No? Bocones de mierda, ni contestan, jehovases zoquetes de la retranca. Los testigos de Jehová arrimaron la espalda a la pared y miraron al suelo, ninguno en posición erecta. En tierra la sombra duplicaba la altura de la pared y pasando la vista de chanfle se podía ver por encima de los excusados un fulgurar ocre que se metía en un tramo de monte allá a lo lejos. Lástima, dijo un sargento, que no haya pelotón de fusilamiento profesional, para que vieran, ¡pero a ver acá soldados de guarnición! ¿quién los manda? Yo, dijo un sargento. Los testigos de Jehová parecían copias, no movían ni un dedo, ni una ceja, ni un botón de la camisa. Los soldados de guarnición temblaban unos más unos menos, sudaban a cara completa, tragaban puntillas. ¡Listos esos fusiles!, les gritó el un sargento y ellos rastrillaron los fusiles y un sargento dijo al sorprendido carta en mano ¿por fin dices o no quién te dio la carta, muchacho? Pero como si se dirigiera a un cadáver. El teniente miraba a los acusados uno por uno lenta, perforantemente. El segundo teniente fijaba la vista en lontananza. El un sargento dijo ¡apunten! y las manos temblorosas de los soldados enrumbaron los cañones hacia la pared sombreada donde se hallaban los testigos de Jehová tan ausentes como si ya estuvieran en las tumbas.