Al acercarse la fecha en que se cumplen 55 años de las tristemente célebres Unidades Militares de Ayuda a la Producción (Umap), Puente a la Vista inicia una serie testimonial sobre aquel horror, a cargo de quien fuera confinado en aquellos campos de trabajo forzado, el escritor Félix Luis Viera.
Hace 55 años, en noviembre de 1965, fueron implantadas en Cuba, en las llanuras de la provincia de Camagüey, las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (Umap), aunque de militares nada tuvieran. En realidad, resultaban campos de trabajo forzado a los cuales fueron enviados jóvenes y no jóvenes (allí estaban aun de 40 años de edad o más) que no se avenían de alguna manera con el “proceso revolucionario”, “la nueva moral”, “el hombre nuevo” y esas quimeras entonces proclamadas por Fidel Castro y su grupo.
Todos eran inocentes.
Religiosos de diversas filiaciones, lumpens, borrachines, fiesteros habitantes de la madrugada, otros que habían tramitado el pasaporte con el propósito de, algún día, marcharse del país, “pasivos” ante el proceso revolucionario, etcétera.
Y homosexuales.
Dura ha resultado mi controversia con ciertas personas cuando he afirmado que los homosexuales, a quienes, entre otros, dedico la novela de mi autoría Un ciervo herido, que aborda el tema de las Umap y de la cual próximamente se publicarán varios capítulos en este mismo sitio, eran los más inocentes.
Mi razonamiento ha sido este. Los religiosos, lumpen, “dulce vida”, “apáticos al proceso”, lo eran con conocimiento de causa, por convicción, por decisión de sus cerebros, por voluntad propia.
Los homosexuales habían nacido así, eran así, no habían decidido su forma de ser ante una sociedad autoritaria, radical, “prístina”, según la teoría que intentaban establecer. Eran, entonces, los “menos culpables”, si bien allí, naturalmente, ningún confinado era culpable de algo ante la ley.
Mucho se ha hablado de las vejaciones, los maltratos, las crueldades de que fueron víctimas los “soldados” Umap. En años recientes, luego de más de medio siglo, se va conociendo la realidad gracias a algunos testimonios de quienes fueron llevados a las Umap, y de otras personas que en su momento recogieron testimonios de los hoy fallecidos.
Quisiera, en este caso, atenerme a una máxima del “genio tenebroso”, Joseph Fouché: Las Umap, “más que un crimen, fueron una equivocación”.
Según los datos, de buena fuente, que pude obtener cuando estuve en ese sitio, los “soldados” Umap eran 22 mil y los homosexuales representaban entre el 18 y el 20 por ciento (este último dato lo reconfiguré hace unos ocho años).
Bueno, sería justo que el régimen ofreciera, pasado ya tanto tiempo, disculpas por esta “equivocación”.
Pero no ha sido así. Al contrario, el hecho continúa silenciado; si ponemos aparte las declaraciones al respecto, en el extranjero, de Mariela Castro, hija del máximo dirigente del régimen existente en Cuba. Sus declaraciones han sido, en el mejor de los casos, sesgadas, relativas, viciadas.
Asimismo, en los últimos años, que yo sepa, han aparecido en los medios de divulgación autorizados en Cuba —todos en la nómina del gobierno— par de alusiones a las Umap.
La primera resultó del cardenal cubano Jaime Ortega (1936-2019) en una entrevista con la emisora radial matancera Radio 26, el 15 de agosto de 2014. En esta entrevista podemos constatar otra de las muestras de servilismo del fallecido ministro de Dios, la cual fue replicada por quien suscribe: “El cardenal Jaime Ortega, las Umap y el mandato de Dios”; Cubaencuentro, 18-8-2014 (http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/el-cardenal-jaime-ortega-las-umap-y-el-mandato-de-dios-319838)
La otra referencia a las Umap, se debe a la pluma del doctor Rafael Hernández, director de la revista cubana Temas.
Si bien Hernández, en una y otra línea de su texto, intenta minimizar o al menos atemperar el alcance político-social de la infamia que fueron las Umap, su artículo —“La hora de las Umap: notas para un tema de investigación”— (https://www.facebook.com/revistatemascuba/posts/1307448752613956/) resulta aceptablemente objetivo en algunas de sus exposiciones. Mi réplica a su texto apareció en Cubaencuentro el 14-12-2015, “A 50 años de las Umap. A propósito del artículo de Rafael Hernández…” (https://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/a-50-de-las-umap-324327).
A mí me llevaron para las Umap en 1966, a los 20 años. Fui el “soldado” Umap Nro. 22, de la “compañía” 1, del “batallón” 23, de la “Agrupación” 6, con sede en el central azucarero Senado, subordinada a la Unidad Militar 1015 —esta, el Estado Mayor de las Umap, en la ciudad de Camagüey.
El viaje, en tren, duró dos días, del 18 al 20 de junio. Estos avatares resultan basamentos fundamentales de mi novela Un ciervo herido, que tiene como escenario un campamento Umap.
Puedo dar fe de que mis copadecientes, en uno y otro sitio en los que me recluyeron, eran buenas personas; ninguno había cometido delitos comunes y muchos de ellos eran trabajadores cumplidores, así como estudiantes.
La nobleza era algo que sobresalía en no pocos de los allí encerrados. Quisiera recordar, medio siglo después, a algunos de ellos.
Como yo vivía en Santa Clara, Las Villas, en los campamentos que me destinaron interactué con una buena parte de “soldados” Umap provenientes de la zona norte de aquella provincia; hombres muchos de ellos de pueblos de campo, o del campo neto.
Ellos, los campesinos, tenían ciertas ventajas sobre los citadinos: los más, por su trabajo diario en sus respectivas zonas de residencia, manejaban la guataca y el machete con sobrada ventaja en relación con los de la ciudad; ellos resistían mucho más.
No pocas veces, a escondidas, ayudaban a los inexpertos poblanos para cumplir la terrible Norma, que requería de sol a sol.
De aquella zona de Encrucijada, Calabazar de Sagua, Sagua, recuerdo a varios que dieron muestras de nobleza, personas totalmente candorosas a las cuales era un crimen, por decir algo, que se les retuviera allí. Buenos amigos como Enrique Rodríguez, Rubén Rodríguez, Bernia, el negro Bambán, Pinchaejubo, Alipio, Ricardo Martiní, Osvaldo de León del Busto, Manolito Valle, Luis San Germán, Lucas Santaya y otros muchos cuyas imágenes tengo en la memoria, pero no recuerdo sus nombres.
Me viene a la mente, de Placetas, Luis Estrada Bello, el número 8, un hombre fragilísimo, que no pesaba ni 100 libras. Era en verdad agónico verlo en el surco, dándole, dándole. O, de Cienfuegos, Jesús Soriano, a quien le faltaba casi todo un pulmón y debía darle igual al surco.
De Santa Clara, fue conmigo mi hermano Luis Becerra Prego, de 16 años de edad, entonces estudiante y joven ético como pocos. De la misma ciudad, recuerdo a Rigo, homosexual confeso (luego sería convicto), mecánico automotor; Eddy, también homosexual y laborioso trabajador en una cafetería; ambos rondaban los 40 años de edad, al igual que el Maestro, quien, declarado cocinero del campamento, pues al fin y al cabo nos ayudaba —no solo a sus amigos— con alguito más de comida siempre que le era posible.
Otro de los cocineros era Sergio, de los campos aledaños a Placetas, rubio, de unos 26 años de edad.
También de Santa Clara era Omar Rodríguez, Rodriguito, rijoso y añorante del ron, carencia que lo hacía sufrir.
Recuerdo, de Cabaiguán, a Eurípedes Ferrer Fernández, pelirrojo casi, alto, que apenas hablaba, como esos seres que saben purgar en silencio. Y lo que se dice, una persona decente, de sobrada ética.
Parecido a Eurípides era Jorge Blondín Iparraguirre, del central Washington, de 27 años de edad, evangelista, un hombre transparente, que destilaba bondad.
Cuando se llevaron a los homosexuales hacia otro sitio —muy tétrico, como ya he descrito en otros textos—, trasladaron para nuestro campamento a un grupo de habaneros. Entre otros, Pototo (cantaba constantemente la misma canción, “No me abandones”), Angeló, Jesusito Rodríguez, que pasaba de los 35 años, el negro Al Capone (fiel cliente de las celdas) y Ángel Zuviaur, un negro inmenso que una noche, para fugarse, me pidió unos zapatos de civil que yo escondía —teníamos él y yo la misma talla— y hasta hoy no lo he vuelto a ver.
Por los apodos de algunos, podríamos pensar que eran gente de mal vivir o algo así, pero solo resultaban tipos jodedores que gustaban de las fiestas y de estar en “onda” con las modas “extranjerizantes”.
Muchos otros rostros sin nombre, como decía, me vienen a la mente.
De los por siempre recordados, me llega Armando Suárez del Villar, destacado director teatral, considerado por muchos “un mito del teatro cubano” y radicado en Cienfuegos. Homosexual que demostró tener más cojones que cualquiera que no lo fuera cuando, con 31 años de edad, sus 6 pies y 4 pulgadas de estatura, con escoliosis y pies planos, se reventaba en el surco dándole y dándole sin parar, sin pedir piedad. Falleció en Cuba en 2012.
Quisiera nombrar al sargento mayor Héctor Hernández Hernández, de 28 años de edad, de El Vedado, La Habana, segundo jefe de la “compañía” Nro. 1. Un hombre bueno que dejaba pasar de lado algunas infracciones de los “soldados” Umap. Y que a mí, en una ocasión, con su silencio, me salvó de la debacle.
Y recordar al soldado de guarnición Luis Díaz Campanería, uno de los seres de más mala entraña que he conocido.
Debemos aclarar que los “exsoldados” Umap no pagaron su “culpa” cuando fueron liberados. El hecho de haber estado allí se convertiría en una cruz que deberían llevar por siempre. Un baldón para conseguir un mejor trabajo, un ascenso de cualquier tipo. Unos apestados. Es decir, para el régimen y muchas de sus organizaciones, los “exumap” continuaban siendo victimarios, unos tipos mierderos, pecadores, hijos de mala madre que habían sido confinados, para su reeducación, debido a su mal vivir. O sea, continuaban siendo victimarios, no víctimas. (Escribo “continuaban”, porque desconozco cómo anda este asunto hoy). El expediente Umap salía donde quiera que fuese el antes confinado a realizar alguna gestión; una mancha vitalicia.
Al romanticismo lo separa de la imbecilidad solo una pendejésima (según los neomatemáticos, la más pequeña unidad de medida existente).
Yo estuve casi seguro de que, con el tiempo, el régimen ofrecería excusas de aquella “equivocación”-crimen que se llevó a cabo de 1965 a 1968. Pero, por el contrario, como antes decía, allí se mantuvo y se mantiene, lacrado, el expediente de aquella lacra social, como gustaban llamarnos algunos oficiales.
Por aquellas fechas, yo empezaba a intentar con la creación literaria y —ya dije la diferencia entre el romanticismo y la imbecilidad—, me propuse que algún día escribiría la (mi) novela de las Umap. Y que, pensé, sería leída en una Cuba donde, entonces, el régimen estaría en forma, fuerte, con tanto bienestar conseguido para la sociedad, como para asimilar una obra crítica de su pasado.
De 1973 a 1995 escribí y publiqué varios libros de poemas, de cuentos, novelas.
Me seguía martillando en la mente, el corazón y dondequiera, aquella novela pendiente de escribir, tan cerca de mí, pero para la cual no hallaba el narrador adecuado. Por muchos artilugios de redacción que emplease, si no conseguía un narrador fuerte, original, con su contraparte o contrapartes iguales, no lograría más que una sucesión de capítulos tremebundos, una cadena con infinidad de eslabones trágicos… que aun como tales podrían aburrir a cualquier lector.
En México, en 1996, 30 años después de darle vueltas y vueltas, y claro, con más experiencia en el arte de escribir, me pareció que ya sabía cómo “hacerla”. Y así, durante cuatro años, escribí la que titulé Un ciervo herido, cuya primera edición es de 2002.
Así ha sido.
Eso es todo.