Tras leer el artículo de Abel Prieto del pasado 19 de julio en Granma, un amigo me comentaba esta mañana que no entendía cómo podía llamársele “cubanidad estacionaria” a la de aquellos nacidos en la Isla que integraron “los cuerpos de voluntarios bajo la dominación española, frente a las insurrecciones de 1868 y 1895”. Que desde ese punto de vista se relativizaban los motivos por los que el adolescente José Julián Martí había padecido una condena a trabajos forzados que marcarían para siempre su vida y su obra (recordemos que el motivo de su calvario fue una carta en que increpaba de apostasía a un condiscípulo que había integrado los batallones de milicianos… perdón, de voluntarios).
Aclaro que a lo que se refería mi amigo es a una cita que incluye en su artículo nuestro exministro de Cultura, y actual merecedor de alguna de esas numerosas botellas culturales que el castrismo creo para invisibilizar, por exceso de trabajos académicos y complacientes, los verdaderos intentos críticos de estudio de la obra del Apóstol. Una idea en definitiva de Elías Entralgo, que sin duda hace suya Abel, y que por demás no tiene mucho de descaminada: Muchos de los que integraron los cuerpos de voluntarios lo hicieron en defensa de la cubanidad, ya que a semejanza de casi todo el mundo en Iberoamérica pensaban que una Cuba independiente no podía más que gravitar hacia los EE.UU. Integrados a los cuales, a la manera descrita por Saco, la nacionalidad terminaría por ser absorbida en la gran corriente de inmigración americana, a semejanza de lo ocurrido en Texas o California.
En la idea de Entralgo, y de Abel, eran cubanos, solo que cubanos que le temían al Cambio; al adónde nos podía conducir este, y que paradójicamente tenían como principal objeto de sus temores, y por tanto motivo de su integración a las milicias pro-ibéricas, el mismo de los castristas para su antimperialismo yanqui (no en balde los voluntarios de Martí, el ojo del Canario, gritan exactamente lo mismo que las turbas milicianas de 1980: ¡Que se vayan!).
La idea estaba muy bien, le explique al amigo, y no se podía a la larga más que concordar con ella. Lo que no cabía, sin embargo, era la cita en un artículo tan ramplón como el publicado por el diario oficial del régimen este viernes. Tendía a llenar de facetas, de complejidades, un discurso simplista que a la larga no pretende más que distinguir entre nosotros, los cubanos verdaderos, y ustedes, los falsos, los que no merecen participar en la vida política, social, cultural o económica de la Nación. La eterna justificación de que cómo los verdaderos cubanos son aquellos que están dispuestos a delegar su criterio en las manos de las autoridades actuales, depositarias de la mística voluntad general de la Nación, pues en Cuba todo estaba como se debía y el castrismo, y ahora el Canelato, no son en un final sino el resultado del ejercicio democrático de los verdaderos cubanos.
El asunto, le explique a mi amigo, es que no se busca a un individuo bastante culto e inteligente para intentar articular un discurso simplista. A la larga semejantes compañeros sienten demasiado las complejidades, las ambigüedades del mundo, como para que no tiendan a incrustar en el dogma ideas que lo dinamitan desde adentro. Para meter la pata, en buen cubano.
Debo decir que esta tensión entre el autor y el discurso a que se le ha convocado es la causa de que el resultado final haya sido uno de los más incoherentes artículos que yo haya podido leer alguna vez.
Por ejemplo, Abel la emprende contra “los anexionistas rumberos y divertidos, que dominan un picante repertorio de cubanismos, disfrutan el ron, el dominó, un buen tabaco, el café fuerte, ríen con los chistes de Pepito, lloran con el bolero y llevan al cuello una medalla de la Caridad del Cobre”. Mas si volvemos a los inicios del artículo, a la piedra fundacional sobre la que pretende erigir todo su discurso, vemos que en la cita de Don Fernando Ortiz tomada de Los factores humanos de la cubanidad, este no se refiere a semejantes individuos. Es más, pronto se nos hace claro que Don Fernando tiene un objetivo muy diferente del que se ha propuesto Abelito:
No critica el Tercer Descubridor de Cuba, al decir de Juan Marinello, a los anexionistas rumberos, pero mucho menos pretende dotar a alguna autoridad eclesial superior de un criterio absoluto, rígido, tallado en piedra, para distinguir a los buenos cubanos, a los verdaderos, de los falsos. Solo deja muy claro que hay cubanos que no quieren serlo, que se avergüenzan de tal, lo cual evidentemente no es el caso de los citados rumberos; y que cubano es todo aquel se sienta tal, de manera consciente, que desee serlo (lo cual es el caso de los rumberos…).
El único criterio de la cubanía, por tanto, ha sido situado en la soledad de la conciencia de cada cual, no dejado a la mano de la voluntad eliminadora de alguna comisión estatal, o incluso de sabios y venerables varones que por algún recurso místico han accedido a la voluntad general.
Hay en este sentido un abismo entre las profundidades que nos descubre Los factores humanos de la cubanidad y la ramplonería racionalizadora del castrismo de este articulejo escrito por alguien que sin embargo no es un Iroel Sánchez (aunque va camino de ello a medida que envejece, y se encanallece, como muestran sus reciente trinos). Mientras el primero intenta oponerse a las visiones pacatas y absolutizantes, el segundo, desde la pacatería y la absolutización, pretende justificar un régimen político que se sostiene sobre un nacionalismo de zarzuela.
Pero incluso se puede ir un poco más allá… Si hablamos de cubanos que se avergüenzan de serlo, que reniegan de ello, no podemos más que incluir en ese saco a quienes se avergüenzan de partes importantes de lo cubano, a quienes reniegan, esconden parte de nuestro devenir, a quienes pretenden construirse e imponernos una cubanidad mítica, inventada, no real, casi tan simplista como la de la visión folklórica. Y no podemos más que incluir en ese saco a Abel Prieto mismo… más esto lo elucubro yo, no pretendo ponerlo en boca de un Don Fernando que no tuvo el gusto, o el disgusto, de conocer a este señor que pretende nada menos que tergiversar lo dicho por él para justificar su incondicionalidad a un régimen con el que aquel, si atendemos a su silencio de una década bajo el mismo (Ortiz murió en 1969), no habría estado de acuerdo.
Cubanos, en esto estaba claro Ortiz, lo somos todos los que nos sentimos tales, no los que Fidel Castro o ahora Díaz-Canel consideren merecen el honroso título. Tanto Abel Prieto como Cabrera Infante; aun cuando en la obra de este último lo cubano está más plenamente representado, más vivo. Y esa cubanidad está formada por hombres de carne y hueso, con sus incoherencias, y complejidades, por lo que a nadie se puede subir a algún cielo del cual resulte pecado bajarlo de cuando en cuando para someterlo a la crítica. Llámese Periquito Martínez o José Martí.
Somos una Nación, de más está decir que occidental, y por tanto no tenemos autoridades intocables; nadie está exento en nuestro pasado y presente de ser sometido a nuestro criterio personal. No olvidemos que el Don Fernando del que ahora tanto hablamos llegó a justificar, poco después del 10 de marzo, la necesidad en Cuba de un Hombre Fuerte, o sea, de Batista; o que a diferencia de Varela y Saco, Martí no fue tan reacio a la influencia americana en Cuba. Sobran ejemplos del intencionado intento de Martí de hacer que los cubanos adoptáramos los valores americanos que tanto a su vez intentara desmontar desde sus bases filosóficas y religiosas, en sus Cartas a Elpidio, el Padre Varela. Ahí tenemos todo un documento en que explicita esa intención: su programa político de la Guerra Necesaria, El Manifiesto de Montecristi:
… y en el crucero del mundo, al servicio de la guerra, y a la fundación de la nacionalidad le vienen a Cuba, del trabajo creador y conservador en los pueblos más hábiles del orbe (los EE.UU., por supuesto), y del propio esfuerzo en la persecución y miseria del país, los hijos lúcidos, magnates o siervos, que de la época primera de acomodo, ya vencida, entre los componentes heterogéneos de la nación cubana, salieron a preparar (en los EE.UU.), o en la misma Isla continuaron preparando, con su propio perfeccionamiento, el de la nacionalidad a que concurren hoy con la firmeza de sus personas laboriosas, y el seguro de su educación republicana.
Como ya dijera en El mito de la ancestral laboriosidad del cubano:
Para José Martí es en la convivencia horizontal de los campamentos mambises en donde los emigrados desempeñarían el importantísimo papel de trasvasadores de los valores y conocimientos necesarios para crear una nación moderna, capaz de sustentarse a sí misma en el trabajo duro y creador de sus componentes.
Para el José Martí al que le faltan menos de dos meses de vida, en trance ya de marcharse a la guerra necesaria que él ha levantado, existe en Cuba una primera época “de acomodo”, en que las cosas se nos daban en las matas, afortunadamente ya vencida gracias al ejemplo “del trabajo creador y conservador” de los pueblos “más hábiles del orbe”, ejemplo que permite a su vez “la fundación de la nacionalidad”, por sobre todo gracias a aquellos que “salieron a” prepararla en los dichos pueblos… aunque, y para eso esa oración adicionada a última hora con un guión, tampoco se debe desconocer a los que quedaron en la Isla. Que también a ellos en Cuba ha llegado ese ejemplo, muchas veces por vías indirectas; o en todo caso no conviene, por consideraciones políticas, dejarlos de lado, al declarar de manera tan abierta su íntima preferencia más que por los valores ancestrales cubanos que aún persisten de la época “de acomodo” por los que los elementos emigrados traerían de vuelta a la República en Armas, o a la ya independiente.
Caminando un poco más allá de Don Fernando cabe decir que cubanos somos todos los que nos consideremos tales, que sintamos el orgullo, pero también la vergüenza de serlo. Que parafraseando a Antonio Machado sintamos a un tiempo un gran amor a Cuba y una idea de Cuba completamente negativa. A quienes todo lo cubano nos encante, y nos indigne al mismo tiempo. Cubanos, por tanto, son lo mismo los optimistas muchas veces irreflexivos que se marcharon a la manigua como los pesimistas partidarios de la Anexión que diseñaron nuestra bandera, en Nueva York, allá por 1849, o los que al temer a semejantes “filibusteros” se afiliaron al autonomismo… Todos somos cubanos, y nadie tiene el derecho a decidir por nosotros esa pertenencia o no. Solo nosotros mismos.
Ensayo correspondiente al número 13 de la revista Puente de Letras