Con este libro de relatos Augusto Gómez Consuegra establece el precedente de una narrativa precisa, frecuentemente matemática, cuyas derivaciones recrean la frescura de los mejores cultivadores del género en el mundo anglosajón. Parece como si el autor pensara en inglés y escribiera en castellano y, sin embargo, también frecuenta estas historias el hálito de una fina poesía.
Una narrativa demostrativa por lo poderosa. Este es un libro que ahonda en una nueva perspectiva de la literatura insular, la de los autores que crecieron al margen de la cultura oficial en Cuba y ahora, en el exilio, llevan a vías de hecho el concepto de la libertad como oportunidad.
Recuerdo las interminables tardes en la habanera Plaza de Armas, vendiendo libros de uso, que compartimos un pequeño grupo de escritores cuya seña de identidad común más importante, creo, fue la de haber acumulado, o estar acumulando, una obra al margen de las instituciones establecidas. Inédita no solo por la inseguridad, o por las dificultades relacionadas con la precariedad de los suministros de imprenta o la censura, sino porque algo en ellos mismos les impedía adentrarse con agudeza en el mundillo editorial, o cultural, oficialista. Una especie de alejamiento erógeno. Entre estos escritores estábamos José Manuel Betancourt, Tony Cuartas, Ariel León, Armando Valdés Zamora, Damián Viñuela –estos dos últimos de pasada por el parque en ciertas épocas–, yo mismo y Augusto Gómez Consuegra. Me refiero, fundamentalmente, al tercio central de los años noventa, y por supuesto a autores sin libros publicados. Otros escritores con libros publicados en Cuba en esos años, o con anterioridad, también vendían en la Plaza y compartían con nosotros el frondoso hábitat de la conversación.
Me detengo aquí para citar al propio Augusto: “Vender o tratar de vender los libros no era más que un pretexto para atiborrarse de literatura… No quisiera hablar por los demás, pero creo que dentro de cada uno de nosotros había un escritor ya hecho que sólo esperaba su oportunidad”.
Ya concretamente en el plano literario, Siete historias habaneras, como el título indica, recrea igual número de relatos en La Habana de finales del siglo pasado, aunque los dos primeros cuentos del libro no se desarrollan propiamente en el presente, sino en un hipotético futuro de la ciudad, es decir, bordean la literatura fantástica o futurista. Historias de policías y ladrones, de amantes y maridos, de exiliados e insiliados, de chulos y prostitutas siempre enmarcadas en la decadencia de una capital indigente, pero a las que la contundencia del hecho narrativo imprime carácter excepcional. Aquí el narrador es un orfebre que ejerce de cirujano.
Fue para Neo Club Ediciones un lujo publicar a Augusto Gómez fuera de Cuba, nada menos que en Miami. No solo por la relevancia intrínseca de este libro suyo sino porque el hecho mismo rescata lo mejor de aquellos días detenidos en el tiempo, en la vieja Plaza de Armas: El espíritu de la independencia creativa convertido en rigor.