Me gusta pero me asusta… Remedo el estribillo de aquella canción mexicana ante el nuevo Big Bang que representa la inteligencia artificial. Y no creo ser el único. Como el gran acontecimiento que es (el mayor quizá o el más aparatoso de hoy en día), éste tiende a ser un tremendo generador de sensaciones entrecruzadas para nuestros contemporáneos, desde los más humildes hasta Elon Musk y otros pulpos del dinero, cuyos intereses igualmente me gustan pero me asustan, aunque todavía no sé bien por qué: si por sospecha o intuición o prejuicio.
Entre las maravillas que promete y los peligros que encierra la inteligencia artificial, uno no puede menos que retrotraer la lección del camaroncito encantado. Aunque, paranoides al margen, de momento no tengamos otra alternativa que la de aplazar el pánico a favor de sus beneficios, que ciertamente son deslumbrantes y múltiples y dirigidos hacia las más diversas esferas.
La novela que liberó a Cuba, idea del escritor, poeta y editor Armando Añel que recrean otros valiosos escritores y activistas, se proyecta sin duda como uno de tales beneficios, no sólo por lo que es en sí misma, un artefacto artístico que aprovecha (buscando ennoblecer) los recursos de la inteligencia artificial, sino también, y sobre todo, por lo que enuncia desde el título: la pretensión de interactuar activamente -desde sus fundamentos históricos y hasta el hipotético desenlace- con la epopeya de los cubanos por librarse de una aborrecible dictadura con humos de perpetuidad.
En síntesis, se trata de una propuesta audiovisual que enhebra con original mezcla de géneros la literatura, el periodismo, la historiografía… Su diseño, con estructura abierta para el intercambio creativo, convoca a la formación de una extensa red de escritores (fantasmas o no) y de activistas políticos o cualquier otro tipo de protagonistas. Y evidencia, en fin, un esfuerzo inteligente y sumamente oportuno por englobar las ventajas del apogeo tecnológico que hoy tiene lugar en las comunicaciones, disponiéndolas en función de la conquista democrática.
Asombra un tanto, y otro tanto conmueve, saber que entre los planes del autor de La novela que liberó a Cuba descuella el afán por mantener esta obra en activo, mediante su perenne renovación, hasta el día en que nuestro país logre verse libre del yugo opresor. Es una aspiración que se las trae, pues ahora mismo nadie puede prever cuánto demorará por llegar ese día. Y menos si tenemos en cuenta que una vez liberados de un régimen totalitarista que nos arrasó de punta a cabo, los cubanos necesitaremos tiempo extra para librarnos de nosotros mismos.
Sin embargo, ante esa incertidumbre que gravita sobre el drama de Cuba, igual que frente a las dudas que sombrean el futuro de la inteligencia artificial, no nos queda sino remitirnos a una lúcida advertencia de Nietzsche, según la cual aquellas circunstancias en las que todo sugiere no hacerse ilusiones, son justo las que demandan dejar pruebas de nuestra pasión por la vida.
Es, ni más ni menos, lo que están haciendo Añel y otros creadores con La novela que liberó a Cuba. ¿Un proyecto romántico? Claro. Y bienvenido sea. Porque en cualquier caso, me parece digno de sana envidia. Y de apoyo. En tanto no queda flotando en las nubes. Es romanticismo al pie del cañón.