El ego rumia incesante la bilis, la ponzoña que le ha lacerado. No sabe, quiere desconocer, que la humildad y el amor metamorfosea, convierte, crea alas coloridas de libertad. Amor y humildad: Antídotos por excelencia para evitar todo rencor y protagonismo.
Siempre es bueno recordar que la mano que te hiere es porque está muy herida. En todo acosador habita la pesadilla del que oculta que está siendo acosado. El miedo, por lo general, es peor y de consecuencias más nocivas y lamentables que el hecho o la causa que lo provoca.
Pero el ego, con sus emociones al pairo y su mentecita mortal siempre miedosa, se parapeta y no atina a otra cosa más que a la complacencia social: relación de gusto/rechazo: conflicto de acercamiento/evitación que psicotiza. ¿Que psicotiza o psicopatiza? Dos cosas, entonces, le son llamadas a reconocer: la gloria de sí y el odio o desprecio de sí mismo.
No sabe cómo lidiar con lo anodino. No logra percibir su cualidad de imago y análogo, su talla espiritual divina… creado a la imagen y semejanza de lo prístino inmaculado. Y, a estas alturas, los llamados a educar, los obligados a hacer, se olvidan de la profilaxis-objeto-educativo de los antiguos gimnasios. Educar para la libertad y no para el miedo.
Dos veredas marcan una pauta en esto, dos rumbos ¿dhármicos?, dos íter cruentis: el de Raskolnikov y el de Tom Ripley. Hay una salvación; siempre existe un remedio a tiempo para todo aquel que, al no saber dirigir su conducta, pierde el alcance de su acción. No nos enseñaron nunca a lidiar con nuestras emociones y a conciliar con nuestros pensamientos. La individualidad, el verdadero individuo, en tanto ‘hombre sabio, no necesita mandar ni obedecer…’. Menos aún complacer al que lo acosa ni estar a tono con las multitudes.
De rodillas le pediré a Dios por el alma de este muchacho. Siempre se sintió olvidado.