«Tienen en un parque de La Habana una estatua de John Lennon mientras Celia Cruz, cubana de pura cepa, no pudo ni entrar a despedirse de su mamá y murió sin poder regresar al país en que nació», protestó Manolín, el Médico de la Salsa, en fecha tan temprana como 2015.
Cabe recordar que la supuesta reconciliación de la dictadura cubana con The Beatles llegó en el año 2000, cuando el Comandante en Polvo, fallecido en 2016, develó una estatua de Lennon en dicho parque, convertido luego en sitio de peregrinación de cubanos y extranjeros.
«Lamento mucho no haberte conocido antes», dijo en 2000 un inspirado Fidel Castro durante la inauguración, y se excusó afirmando que no era culpable de la censura anterior sobre Lennon, pues entonces estaba «concentrado en tareas de gobierno». Una afirmación, por cierto, que nunca gustó a Raúl Castro, quien jamás ha escuchado música anglo y que según se dice se sintió aludido en su momento, como si su hermano mayor le hubiese achacado, sigilosamente, la prohibición musical.
Este 2 de febrero de 2020, consecuentemente, agentes raulistas parecen haber retirado la estatua del parque también sigilosamente, a contrapelo del mismísimo Miguel Díaz Canel, como retrata la caricatura de Omar Santana que acompaña esta nota. Y es que, parafraseando el conocido título cinematográfico, Raúl no cree en lágrimas. Mucho menos en muertos. Muchísimo menos en la música y la cultura independientes.
«Un sueño que sueñas solo, es solo un sueño. Un sueño que sueñas con alguien más, es una realidad, dijo John Lennon. Desde Cuba me atrevo a decir: un sueño que se comparte con un pueblo, es un maravilloso desafío que nos hace soñar y nos desvela a cada minuto», había escrito Díaz-Canel en Twitter hace apenas dos años. Aunque olvidó agregar que ciertas «presidencias» también son un sueño para el pueblo. O peor: una pesadilla. Como la suya seguramente.