Poeta, narrador, promotor cultural, Rafael Vilches Proenza es uno de los escritores independientes cubanos más conocidos fuera de la Isla. Nacido en 1965, como periodista freelance ha trabajado para varias revistas y periódicos de la oposición dentro y fuera de Cuba (tiene una columna en la revista Otro Lunes que dirige el escritor Amir Valle). Ha publicado, entre otros, los libros La luna entre nosotros (Premio ‘Dulce María Loynaz’ 2018), El único hombre (Premio Nacional ‘Navarro Luna’ 2004), Café amargo (2014), Ángeles desamparados (2001, Cuba, 2012, España, 2016, Estados Unidos) e Inquisición roja (2019). Sus textos han aparecido en antologías, revistas y periódicos de numerosos países.
Vilches tuvo la gentileza de responder este cuestionario de Puente a la Vista:
Cuéntanos sobre tus inicios en el ámbito independiente. ¿Cómo fue que decidiste dar un paso tan peligroso en Cuba? ¿Cuál fue la gota que colmó la copa?
Desde que comencé a escribir, siendo apenas un adolescente, cursaba el 10 grado en una escuela de agronomía, hacía la carrera de Técnico Medio en Riego y Drenaje, al terminar el 9no grado le dije a mis padres que no me volvería a becar. Había terminado un periodo de tres años interno en aquella escuela similar a un campo de concentración nazi para niños y jóvenes, pero esa experiencia dio lugar a que escribiera, impulsado por un consejo del escritor Guillermo Vidal, la novela Ángeles desamparados, que ya tiene tres ediciones, dos de ellas fuera de Cuba. Estando en el politécnico, un compañero de aula, Alexis Martínez, de Niquero, quien sabía que yo escribía poesía, me habló de una de bibliotecaria que estaba conformando un Taller Literario y fui corriendo a la biblioteca con mis libretas de poemas. La bibliotecaria ni se molestó en echar un vistazo a mis criaturas. “¿Qué escribes?”, me preguntó. “Poemas”, dije. “¿Qué tema?”. “De amor”, le respondí. “Ah, si no son políticos, comprometidos con la revolución, no puedes entrar”. Y me fui convencido de que debía transitar el camino de la escritura en solitario. Estábamos en 1980.
Los pasos peligrosos hacia la disidencia fueron muchos. Cuando niño pasaba un fin de semana en la casa de mis abuelos maternos en El Cero de Las 1009, cuando llegó corriendo (por el medio de lo que había sido un potrero lleno de árboles y que el gobierno desforestó en una semana para sembrar pasto para su ganado) un vecino. “Escondan todos los perros, los están envenenando”, dijo y siguió para alertar a los García, otros vecinos que vivían un poco más allá de la casa de mis abuelos. Escondimos los perros, los amarramos en un bosquecito al fondo de la casa. Al poco rato llegó un tractor con una carreta, con unos sanitarios, y un bulto tapado con una lona. Llegaron indagando por los perros. No tenemos, dijo mi abuela Chica. Mi abuelo Herade se encontraba en el campo velando un horno de carbón para venderlo y ganarse unos pesos. Los perros, que por más que mis tíos les aguantaron los hocicos, haciéndolos callar por un rato, olieron a los intrusos, primero gruñeron en la distancia y luego llegaron sus ladridos desde el escondite. Bastó una inyección para que dejaran de respirar. Los sanitarios pusieron sus cuerpos inertes bajo la lona en la carreta, custodiados por unos guarapitos protegidos por revólveres y fusiles. Aún hoy escucho el grito de la familia mientras el transporte se alejaba del dolor familiar.
Un país donde sus dirigentes ordenan matar al mejor amigo del hombre, asesinar a los perros de la patria, no merece ser amado, mucho menos respetado.
Las gotas en el vaso fueron muchas, pero el giro total y decisivo, la gota que colmó el vaso, fue en 2010, en la Ciudad de los Parques, Holguín, donde agentes de la Seguridad del Estado, respaldados por un grupito de artistas, escritores, directivos, funcionarios, policías de la cultura nacional, mandados por las instancias superiores, me echaron como a un zarrapastroso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Yo soy uno de los tantos escritores que engrosamos la larga lista de los expulsados de la Uneac por pensar distinto.
Un día un agente de la Seguridad del Estado llegó a mi oficina en la filial de la Uneac en Holguín y revisó la computadora en que trabajaba. Nunca se me informó qué encontró. En los pasillos se rumoraba que me comunicaba con la escritora Zoe Valdés. Nunca nos vimos en Cuba. Una vez intenté comprar su novela Sangre azul, la única que publicó en la isla, pero descubrí que no traía el suficiente dinero, nunca tengo suficiente. Al otro día, de regreso en la ciudad de Bayamo y ya en la librería con el dinero justo en mano, descubrí que la habían retirado del estante. “Esa autora está prohibida”, me dijo la administradora al indagar por el libro.
En la Uneac me acusaban de darle información sobre los hoteles en Cuba, como si alguna vez hubiese trabajado en alguna cadena de hoteles propiedad de los militares en mi país. Entonces me escribía mucho con la escritora Zoelia Frómeta, a quien por cariño sus amigos llamamos Zoe, radicada en México desde 1998. Juntos fundamos un grupo literario, publicaciones, sueños. Recorrimos el país, nos acostamos una noche, como los buenos optimistas que éramos, junto al ya fallecido poeta Pedro Alberto Assef, y Reinaldo García Blanco y Juan Manuel Oliva a mirar las estrellas y a decirle en voz alta poemas improvisados a la inmensidad.
Yo soy un defenestrado, uno que hundieron en el ostracismo, que con orgullo y dignidad vive un inxilio.
Una vez fui joven, soñador, dirigí proyectos, fundé grupos de teatro, literarios, periódicos, revistas, fui a la universidad. Le caía atrás a muchachas que me movieron el suelo; a unas las conquisté, a otras las olvidé; hay quienes están en la memoria de lo sublime. Crecí creyendo la mentira que otros nos inventaron.
¿Quién desde Cuba levantó la voz para defender a Rafael Alcides, María Elena Cruz Varela, Manuel Díaz Martínez, Jesús Díaz, Manuel Vázquez Portal, Amir Valle, Ángel Santiesteban, Alberto Garrido, Antonio José Ponte, Raúl Rivero, Tania Bruguera, Jorge Ángel Pérez, Ernesto Santana, Camila Acosta, Pedro Junco, por mí? Sin pretenderlo, los sicarios nos mostraron la luz.
¿Quién lo hará ahora por los expulsados de hoy o mañana?
Se habla mucho del avance del relativismo y la doble moral en Cuba. La Dra. Hilda Molina ha dicho que Fidel Castro “enfermó el tejido social de la sociedad cubana”. En los últimos 10 años, ¿crees que los cubanos han evolucionado hacia el poscastrismo o involucionado hacia el neocastrismo?
No puedo hablar por todos, este es un pueblo que guarda mucho miedo en el estómago, este es un país que solo piensa en remediar su hambre antes y después de 1959, fecha en la que el cubano comenzó a volverse un ser vil, miserable, a usar sus máscaras. El relativismo es moral. La gente cambia de opinión a conveniencia. En la sobremesa de casa dicen una cosa y en la calle otra. Cuba es un carnaval de disfraces, un lugar donde la doble moral no pasa de moda, las máscaras tampoco.
Me asquea la imagen de Fidel Castro, nos enseñó a mentir, a ejecutar con argucia el juego de la simulación. Siento repulsión hacia él desde niño; primero, de manera inocente odié sus discursos verborreicos porque no me permitían ver los muñequitos, Las aventuras, las películas, nada de lo que podía entretenerme mientras el viejo decrépito, dándoselas de orador, se pasaba horas y horas con su rabieta. Desde ahí lo eliminé como hice con el béisbol, el Noticiero Nacional de Televisión y todo lo que oliera a comunismo o populismo, que suelen ser la misma cosa.
Odio, y quisiera poder ignorar, a los Castro. Pero es una pandemia que me persigue. Por parte materna mi tatarabuela, que vivió en Vueltabajo, de donde vinieron mis bisabuelos y mi abuela, se llamó Ana Castro. Espero nada tenga que ver su sangre con la del tirano.
En Cuba todo es relativo, en dependencia de dónde te encuentres y con quién.
El pueblo aun con su doble moral quiere un cambio, lo pide a gritos, y aunque tengan pánico no creo que tengan en mente a los Castro como la opción que prefieren para su futuro. Pero como dije anteriormente, el miedo está en los tuétanos de los que habitan esta Isla. El cubano solo evoluciona hacia la miseria provocada por los Castro, esos bandidos y su camarilla de secuaces.
Aquí la gente solo piensa en dos cosas: la pandemia y las colas para ver qué pueden llevar a casa.
La sociedad cubana está enferma, podrida desde las raíces de su árbol genealógico; desde que, en 1959, un sueño que parecía idílico se tornó en una pesadilla que dura hasta hoy.
El cubano de la isla es olvidadizo, se conforma con nada, parece no querer un cambio y seguir montado en el tiovivo del horror.
El cubano de a pie, ese que vive al día, de rapiñar al Estado, de joder al prójimo, de lo que cae en sus manos por arte del invento para sobrevivir un día más, ese que usa como un recurso de vida las colas, esas largas hileras a que lo obliga el gobierno totalitario que impera en el país por su voluntad para comprar pollo, aceite, el paquetico de detergente que necesita la familia para encerrarse en casa y sentirse segura de la pandemia, feliz con el fleco de pollo, no imagina que todo es a propósito para que no pensemos en otra cosa que en la subsistencia de los seres queridos y no nos metamos en política, mucho menos que nos dé la intención de cambiar y derrocar al régimen abusivo y totalitario que nos manipula y explota.
Los sicarios y comisarios en el sector del arte y la cultura siempre han existido en los sistemas totalitarios, en los regímenes populistas, para controlar y maniatar los cerebros de esa parte de la población que piensa en algo más que en tener el estómago repleto, y tiene sueños y esperanzas por cumplir. Y eso es un peligro.
Imagina que estamos en el año 2030. ¿Qué ha sido de Cuba?
Pregunta difícil. Hay tanto miedo, tanto ánimo de chivatear al que disiente o se opone al sistema, tanta corrupción, que solo puedo sentir lástima de quienes creen que la política es para los corruptos.
Si no hay una explosión social, no le veo ningún futuro a mi patria. Y si el mundo sigue ciego y sordo, empeñándose en mirar hacia otra parte, Cuba seguirá siendo en 2030, o 2050, el campo de concentración que es ahora mismo en 2020… o mucho peor.
Quisiera pensar que en 2030 en Cuba se viva mejor que en Suiza o Noruega, que en Madrid, Berlín, Irlanda, que los cubanos tendremos el mismo confort que los canadienses, que los franceses, que un norteamericano. Que cuando llegue 2050, en la Cuba de entonces sus habitantes gocen de todos los derechos, que seamos totalmente libres. Que ya en esa fecha habrán muerto, habrán sido juzgados y ajusticiados debidamente todos aquellos canallas que hoy nos explotan y viven a costa de las riquezas y el sacrificio de este pueblo.