La insistencia de la memoria, como himno nacional y salvación de una Cuba post castrismo, está definida en el volumen Cuba: Intrahistoria. Una lucha sin tregua de Rafael Díaz-Balart (1926-2005), publicado bajo el sello Colección Memorias del Instituto La Rosa Blanca con prólogo de Lincoln Díaz-Balart.
Para las generaciones que solo hemos accedido a los “fragmentos” de la Cuba republicana a través de los textos edulcorados ‒y con una carga ideologizante‒ del sistema educativo posterior a 1959, estas memorias de Rafael Díaz-Balart representan un documento de incuestionable valor histórico. Llenan ese vacío histórico/anecdótico que muchos intuimos, y que también muchos hemos desesperado por décadas. Quizá no es fortuito que el capítulo inicial de sus memorias las haya intitulado Memoria cubana.
Ya desde el inicio Rafael Díaz-Balart traza lo que tal vez sea una de las piedras angulares de sus memorias: el racismo enraizado que diera al traste con un proyecto de nación:
“[…] Realmente todas estas escuelas eran buenas. La enseñanza privada en Cuba tenía una gran calidad, aunque al mismo tiempo presentaba un defecto enorme: era racista. La República no debió permitir nunca el racismo en la enseñanza privada; primero porque constituía una práctica inconstitucional; y segundo, porque nuestra nación era y es una nación mestiza, forjada desde sus cimientos por blancos, negros, chinos y todos sus mestizajes. Era pues una incalificable injusticia que el algunos sectores de la vida de la sociedad, en especial el de la enseñanza privada, tuviera lugar ese despreciable fenómeno que es el racismo. Hizo mucha falta la legislación complementaria del Artículo 20 de la Constitución, el cual prohibía toda manifestación de racismo […]”.
Su percepción sobre el racismo es otro de los tópicos permanentes en el discurso intrahistórico que marcaría la lógica y actitud de vida de Rafael Díaz-Balart. Sus referencias a la infamia del racismo [y del clasismo] no son simples guiños para ornamentar, por ejemplo, los párrafos que dedica a los generales Quintín Banderas y Fulgencio Batista, sino que bosquejan cuál hubiera sido su agenda de reconstrucción social. Lo deja claro en sus relatos recogidos en el capítulo Enero de 1959 y sus orígenes:
“[…] No existe una explicación razonable para aquellas demostraciones ilimitadas de adhesión y entusiasmo a favor del dirigente del “26 de julio”, hasta que se escarba un poco en la epidermis de la situación y se hace presente el factor racista y el factor clasista. El hijo de un gallego, blanco y alto, había derrocado a un mulato de las más humildes capas sociales de la nación. La frase que corría por los “clubes elegantes”, en los últimos tiempos del régimen de Batista, dice mucho: “que se vaya el negro, aunque venga el caos”. El racismo y el clasismo son las grandes claves ignoradas de nuestra historia […]”.
La bonhomía de Rafael Díaz-Balart también representa una clave, en tanto sus cualidades personales le permitieron esa distancia crítica necesaria para comprender su época y a un mismo tiempo rebelarse contra ella, o contra las circunstancias que la catalizaron, según se prefiera.
Otra hubiese sido la historia cubana si la República hubiese prestado atención minuciosa a la profecía de aquel Rafael Díaz-Balart en mayo de 1955 cuando se opuso a la amnistía de los asaltantes del cuartel Moncada. Profecía que describiría no solo el carácter de Fidel Castro, a quien conocía de cerca, sino a su evolución en caso de alcanzar el poder. Profecía que Fidel Castro, por encima de todo, jamás le perdonaría a Rafael Díaz-Balart:
“[…] Ellos no quieren la paz. No quieren solución nacional de tipo alguno, no quieren democracia ni elecciones ni confraternidad. Fidel Castro y su grupo solamente quieren una cosa: el poder, pero el poder total, que les permita destruir definitivamente todo vestigio de Constitución y de Ley en Cuba, para instaurar la más cruel, la más bárbara tiranía, una tiranía que enseñaría al pueblo el verdadero significado de lo que es la tiranía, un régimen totalitario , inescrupuluso, ladrón y asesino que sería difícil de derrocar por lo menos en veinte años. Porque Fidel Castro no es más que un psicópata fascista, que solamente podría pactar desde el poder con las fuerzas del Comunismo Internacional, porque ya el fascismo fue derrotado en la Segunda Guerra Mundial, y solamente el comunismo le daría a Fidel Castro el ropaje seudo-ideológico para asesinar, robar, violar impunemente todos los derechos y para destruir en forma definitiva todo el acervo espiritual, histórico, moral y jurídico de nuestra República […]”.
Lamentablemente, aquel discurso de Rafael Díaz-Balart se transformaría en realidad, palabra por palabra, a partir del 1 de enero de 1959, y dura hasta hoy.
Cuba: Intrahistoria. Una lucha sin tregua es un libro necesario que Cuba y los cubanos merecemos. Más que memorias, son una verdadera justicia. Así como también merecemos contar en nuestra historia ‒en la verdadera, no en la secuestrada por el castrismo‒ con figuras políticas dignas, como lo fue toda su vida y en toda su trayectoria Rafael Díaz-Balart.