Los tejemanejes de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), esa cofradía de funcionarios, artistas y escritores con una marcada propensión al oportunismo, la chivatería y otros amoldamientos que garantizan la pertenencia al gremio y el acceso a ciertas recompensas, han visto nuevamente la luz. Esta vez, sin embargo, con una visión un tanto más patética al abordarse, desde el equilibrio y un agudo escudriñamiento, los múltiples efectos, dentro y fuera de la Isla, de la ponzoña cultural seudo-revolucionaria elaborada a cuatro manos entre Fidel Castro y Nicolás Guillén, un poeta con alma de comisario, muy resuelto al momento de aceptar la presidencia de aquel engendro creado en la segunda mitad de 1961.
El libro Policía, policía, ¿tú eres escritor?, escrito por Armando Añel y publicado por Neo Club Ediciones, nos ofrece una panorámica de la verdadera naturaleza de lo que se suponía fuera un espacio para la libertad creativa y la promoción del arte y la literatura sin accesorios desnaturalizantes, pero que, en la práctica, resultó plataforma destinada a la perpetuación de una ideología excluyente a través de la instrumentación de la cultura y el arte.
En el submundo que prevalece tras esa falsa UNEAC se desdibuja un concierto de hechos convertidos en norma que obligan a asumir como muecas de mal gusto la entrega de innumerables premios, oportunidades de publicar y demás prebendas, en la mayoría de los casos sin nada que ver con la relevancia profesional de la obra y mucho con la “guataquería”, la delación, el silencio cómplice, la activa participación en actos de repudio o incluso la firma de documentos que en su momento avalaron el encarcelamiento o la pena capital como castigos ejemplarizantes por exigir pacíficamente el respeto a los derechos fundamentales.
Con tales referencias, es harto difícil descubrir la frontera entre la validación genuina y la que emana de decisiones tomadas a la sombra de las más oscuras motivaciones.
Los testimonios de varios escritores y artistas independientes combinados con la perspicaz investigación del autor, conforman los pilares de una lectura amena, alejada del cliché y la superficialidad, que revela en sí su trascendencia. Se trata de un breve pero sustancioso viaje por los dominios de una de las instituciones claves del poder en Cuba.
Los detalles de un perfil ceñido a la cuadratura ideológica del partido, con sus habituales mecanismos de control y la obligatoriedad de adherirse a los patrones culturales establecidos, exponen la naturaleza real de la UNEAC desde su fundación, sin olvidar su rol como entidad transnacional de la subversión y la compra de lealtades.
Respecto a este último asunto, el libro da cuenta de la maraña de acciones destinadas a promover la división y la desconfianza entre los escritores y artistas exiliados, todo ello mediante el asesinato de la reputación, el boicot y “el ninguneo”, como parte de un plan que se repite organizado desde La Habana por oficiales del Ministerio del Interior y operado por sus agentes de influencia en los respectivos lugares de interés.
Al concluir la lectura, queda claro que la UNEAC mantiene su perfil gracias a una profusa nómina de segurosos y malandrines dispuestos a continuar aplicando, sin miramientos, los manuales de la censura y la autocensura, auxiliados por el garrote o la zanahoria, según convenga.
Ni qué decir de la continuada estructuración de un sinnúmero de operaciones extrafronterizas con la finalidad de obstaculizar o destruir proyectos y personas comprometidos en la articulación de un producto cultural auténtico.
De esta manera, llego a la conclusión de que la autenticidad del organismo de cinco letras, parido por la revolución hace más de seis décadas, es apenas un estrujado disfraz que Añel se encarga de transformar en tiras para proceder a una radiografía cuyos resultados están accesibles para todo el que los quiera ver.