Por eso me fui del barrio chino

Trabajaba en el final de un cuento sobre un soldado cubano que muere en una guerra en África cuando apareció Mona y comenzó a molestarme con que tenía hambre.

—Si quieres puedes almorzar, ya el almuerzo está hecho —le dije—. Y así me das un chance a ver si por fin termino.

Por aquellos días yo era un escritor en entrenamiento, como diría Hemingway. La literatura hacía algo de resistencia y me molestaba bastante siempre que Mona me interrumpía. Y como nuestra relación se había vuelto algo tormentosa, y además Mona pasaba más trabajo que yo para escribir, estaba convencido de que me interrumpía solo para que yo no avanzara.

—Estoy aburrida del carnero. Llevamos una semana comiendo carnero.

—Solo he cocinado carnero una vez y tú casi ni lo probaste.

—El carnero me aburre.

—Últimamente todo te aburre.

—Sí, todo me aburre —dijo y tiró la cartera sobre el sofá.

—¿Y yo? ¿Yo también te aburro?

—Tú no. Tú no me aburres pero…

—Mona, necesito escribir. ¡Por favor!

—Tú siempre necesitas escribir.

—Sí, y creo que tú deberías hacer lo mismo.

—Yo lo que tengo es ganas de comerme una pizza. ¡Macho baja un momento y cómprame una!

—¿Por qué no te la compraste cuando estabas allá abajo?

—Porque no tenía hambre y estaba haciendo un aire de lluvia, y no me quería mojar. Además, ahora fue que me entró hambre —dijo mientras se quitaba los tacones. En ese momento entró por la puerta del balcón una pequeña brisa— ¿Tú te piensas que subir esas escaleras no da hambre?

—Yo no pienso nada, lo único que quiero es terminar este cuento y tú no paras de molestarme. ¡Y no vayas a dejar los zapatos tirados en el piso!

—¿Ahora yo te molesto?

—¡Por favor Mona! Siempre que vas a casa de tu madre es lo mismo.

—¡A mi mamá la dejas fuera!

—Es lo que más yo quiero pero ella siempre se las arregla para entrar.

—Jajá. ¡Qué gracioso! —dijo con ironía.

—Mira, si no quieres almorzar ni bajar a comprarte la pizza, te puedes poner a leer o a ver la novelita turca esa que te dio tu amiga.

—¿Y por qué estás aquí en la sala y con el balcón abierto?

—Porque en el estudio hace mucho calor.

—¡Si te cojo en alguna gracia con la vecinita esa la despingo toa!

—Yo no sé de qué tú estás hablando. ¡Por favor Mona, déjame trabajar!

—No te hagas el loco que tú sabes bien lo que te estoy diciendo…

La verdad era que yo sí sabía. Para el edificio de enfrente se había mudado una trigueña linda que se pasaba todo el tiempo en el balcón con una bata casi trasparente y con la mitad de las tetas fuera.

—Además, Mona, no son maneras de hablar.

—¡Ya te lo advertí! —dijo con la vista sobre el balcón de la trigueña— ¡Después no intentes virarme la tortilla!

—Mira, en el refrigerador quedan dos huevos, si quieres puedes hacerte una tortilla.

—¡Charly! ¿Por qué insistes en hacerte el gracioso?

—¡Mona, por favor!

Apartó la cartera y se acostó sobre el sofá.

—Déjame hacerte una pregunta.

—Dime.

—¿Por qué ya nunca te quieres acostar conmigo?

—Pero si yo me acuesto contigo todas las noches. ¿De qué estás hablando?

—Sí, sólo de noche. Eso es lo que yo digo… ¿Ya no te gusto?

—¡No empecemos!

—¿Y por qué no quieres ver ninguna de las películas que me dio Mara?

—Porque a mí no me gusta el porno. No me gusta estar viéndole el rabo a nadie.

—¡Eso es porque eres medio mariposón!

Me viré de frente hacia ella, despacio. Al momento levantó una mano y se puso a simular que se miraba las uñas.

—¡Si quiere que te rompa la boca me lo pides y ya! —le dije.

—¡Ay macho discúlpame, me equivoqué! —dijo cambiando la vista para las uñas de la otra mano.

—¡Mona por favor, te lo advierto, déjame tranquilo que te conviene! —me viré de frente a la laptop— Y déjame escribir.

—¡Sí ya, está bien! —dijo y se sentó— Pero mira, podemos ver una donde no salga ningún hombre, y a lo mejor se te ocurre algo bueno para ese cuento.

—¡Déjame tranquilo Mona!

—¡Déjame tranquilo Mona! ¡Déjame tranquilo Mona! —dijo poniendo voz de niña a modo de burla.

—Mira, habla con tu amiga, a ella seguro que le va a encantar la idea.

—¡Verdad que tú eres problemático!

—Y tú no me dejas escribir.

—¡Dale macho, compláceme!

—Mona estoy escribiendo, ¡por favor! Tú también deberías hacer lo mismo. ¡Y te lo advierto, se me está acabando la paciencia!

La verdad era que no se me estaba acabando la paciencia, pero con esa frase había logrado muchas veces que Mona me dejara tranquilo.

—Relájate machi, solo estoy jugando contigo. Mira, después de que veamos la película me pongo a escribir.

—Pero si a ti tampoco te gusta el porno…

—A mí sí me gusta. ¿De dónde tú sacas eso?

—¡Ahora sí! Recuerdo que una de las primeras cosas que me dijiste cuando nos conocimos fue que a ti no te gustaba el porno.

—No, imposible —dijo y se puso de pie—. En cualquier caso lo que te dije fue que a mí sí me gustaba.

—¡Me quieres partir el cerebro! ¡Y además no me dejas escribir!

Soltó una risita.

—Está bien, te dejo escribir y me muero de hambre —dijo mientras se daba la vuelta como si fuera a ir para el cuarto, luego murmuró—: ¡Mariposón!

—¿Qué te pasa? —le dije poniéndome de pie de un golpe, aunque en verdad lo único que quería era seguir escribiendo.

—¿A mí? ¡Na!

—Escuché bien lo que dijiste y ya me estoy cansando.

—¿Qué fue lo que dije?

—Si sigues por ahí te voy a reventar la cara. ¡Acaba de dejarme tranquilo por favor!

—¡Sí, eso es lo tuyo! Yo quiero comer pizza y tú me quieres reventar la cara. Yo quiero acostarme contigo y tú me quieres reventar la cara.

En ese momento escuchamos un estruendo en el piso de arriba.

—Ahí están otra vez esas dos —dije mientras miraba hacia el techo.

Sobre nosotros vivía una pareja de lesbianas que eran modelos: Amanda y Mara; lindas pero con muy mal carácter, se pasaban todo el tiempo peleando. Sobre todo porque una era celosa y posesiva y la otra promiscua.

—Por lo menos en este edificio hay gente que sabe divertirse.

—Si quieres te puedes ir pa’allá arriba.

—Más tortillera será tu madre.

—La tuya que no sale de casa de su amiga —dije y me abalancé sobre Mona pero ella echó a correr en dirección a la cocina.

—¡Si te atreves a tocarme te mato! —gritó, como para que todos en el edificio la escucharan.

Me enredé con los tacones y estuve a punto de caerme.

—Aquí no tienes pa’donde coger. Y además dejaste los zapatos atravesaos y por poco me parto la cara —dije mientras me quitaba el cinto, más para protegerme que para agredirla, porque en las últimas discusiones había intentado golpearme con el palo de la escoba, además de lanzarme un jarro de aluminio y dos búcaros, que por suerte no me dieron.

Regresó con un cuchillo.

—Ya me cansé de que por cualquier cosa me quieras moler a golpes —me dijo.

Proveniente del piso de arriba escuchamos como si todos los cristales del edificio se hubieran roto al mismo tiempo. Luego los gritos de una mujer que bajó las escaleras corriendo: “Auxilio auxilio policía auxilio me quieran matar auxilio llamen a la policía auxilio”.

Pensé en lanzarme sobre Mona aprovechando que estaba entretenida, pero en cuanto me incliné hacia delante volvió a ponerse en alerta. También pensé en darle un golpe con la hebilla del cinto en la mano para tumbarle el cuchillo.

—Si te me acercas, te mato. Te lo advierto.

—Vamo a hablar Mona, suelta el cuchillo. La gente hablando se entiende.

—¿Ahora quieres hablar? ¡Pues yo no! ¡Ya me cansé! ¡No soy un saco de boxeo!

—¡Tú tienes que tener un problema! ¿Cuándo en tu vida yo te he dado un golpe?

—Pero sé que ganas no te faltan. Se te ve en la cara.

—Suelta eso y vamo hablar —dije y caminé hacia ella haciéndole señas con una mano para que me diera el cuchillo.

—¡Quédate ahí! —gritó— Si te me acercas te mato, ya te lo dije.

—No grites que nadie tiene por qué enterarse.

—Grito porque me da la gana. ¿De verdad que tú te crees que yo no sé que a ti te gusta darle golpes a las mujeres?

—¿De dónde tú sacas eso? En mi vida yo nunca le he levantado la mano a una mujer. Dame el cuchillo y vamo a sentarno a hablar como la gente civilizada.

—Civilizada mis cojones… ¿Te piensas que soy estúpida?

Pensé en decirle que sí, pero la cosa no estaba como para hacerme el gracioso.

—Yo sé bien que si te doy el cuchillo me vas a moler a golpes.

—¿Tus cojones?

—¡Sí, mis cojones!

—¡Ya quisieras tú! ¡De verdad que tienes que estar loca!

—Más loca será tu abuela —dijo y se lanzó sobre mí con intenciones de apuñalarme.

Reaccioné rápido y di un paso hacia atrás. Logré esquivarla.

—Párate mariposón —dijo y volvió a lanzarse sobre mí con el cuchillo cortando el aire—, párate si eres hombre…

Di otro paso hacia atrás y le tiré un cintazo para tumbarle el cuchillo, pero fallé.

—Ahora no eres tan guapito, ¿verdad?

—Mañana te vas a arrepentir de esto Mona. ¡Suelta el cuchillo!

—¡Suelta el cuchillo suelta el cuchillo! ¿Eso es lo único que sabes decir? Pareces una magdalena —dijo y levantó el cuchillo por sobre el hombro.

Di un paso hacia atrás, lentamente, convencido de que quería tirarme el cuchillo.

—¡Mona no vayas a hacer una locura! —le dije.

—¡A ver, quédate tranquilito un momento! —dijo y me lanzó el cuchillo.

Yo estaba dando otro paso atrás y por suerte volví a enredarme con los tacones. Aún no sé cómo pasó, pero mientras iba cayendo me acordé de Keanu Reeves en aquella escena de la Matrix donde se tira hacia atrás y esquiva unos disparos del agente Smith; me arqueé, una ráfaga de aire que entró por la puerta del balcón me sostuvo y logré esquivar el cuchillo, pero la ráfaga de aire se acabó y me di un golpe tremendo en la cabeza y la espalda contra el piso. El cuchillo salió por la puerta del balcón.

—Loca de mierda te voy a matar —dije y me toqué la cabeza para ver si tenía sangre. Creo que como en aquel tiempo tenía el pelo largo eso evitó que me partiera la cabeza.

Mona soltó un grito y se desmayó. Pensé que había sufrido un ataque de pánico por intentar matarme, pero luego supe que había sido por ver cómo el cuchillo se le encajaba en una teta a Mara, que en ese momento iba desnuda en caída libre a reventarse contra el asfalto. Aún sigo creyendo que la caída de Mara fue lo que hizo entrar la ráfaga de aire.

Me levanté con deseos de darle unos buenos gaznatones a Mona pero la gritería de la gente me obligó a salir al balcón. Aquello era una película. Amanda había sorprendido a Mara con la esposa del dueño de la pizzería retozando bajo la ducha, y sin pensarlo agarró un cuchillo y trató de matarlas. La cosa era que mis vecinas llevaban dos semanas dándole clase de modelaje a la esposa del dueño de la pizzería y al parecer Amanda sospechaba que Mara la estaba traicionando. Entonces simuló salir para el trabajo y veinte minutos después regresó y comprobó que sus sospechas eran ciertas.

Al final le di un gaznatón a Mona, pero para que se despertara.

—¿Está muerta? —me preguntó.

—Ponte los zapatos que te voy a acompañar hasta la casa de tu madre —le dije y me fui para el cuarto.

—¿Pero está muerta?

Metí algo de ropa en la mochila, me puse una camisa, agarré las carpetas de las clases de la universidad y volví a la sala para recoger la laptop. Mona estaba sentada en el sofá, aterrada de miedo y llorando.

—Charly, discúlpame…

—Tranquila. Ahora vamos a bajar como si no pasara nada —dije y metí la laptop en la mochila—. Te dejo en casa de tu madre y luego hablamos.

—Charly, discúlpame. Yo no quise que esto pasara.

La agarré por el brazo y salimos de la casa. Le temblaba todo el cuerpo.

—Charly, tienes que perdonarme.

Comenzamos a bajar las escaleras.

—Ya te dije que luego hablamos.

—Charly, tú sabes bien que yo tengo problemas.

—Mona, por favor, no empecemos.

—Está bien, pero no te separes de mí.

—No te preocupes por eso que yo tengo pensado pasarme el resto de mi vida contigo —le dije para tranquilizarla, pero lo cierto era que ya no quería saber más nada de ella.

—¿Y por qué no te quedas conmigo en casa de Ofelia?

Se nos estaban acabando las escaleras.

—Tú sabes que la última vez tu madre trató de matarme.

—¡Ay machi, no exageres!

Iba a decirle que yo tenía suerte para que las mujeres de su familia intentaran matarme, pero preferí quedarme callado. Nos detuvimos en la puerta del edificio.

—Ahora cuando salgamos, baja la vista y sigue detrás de mí.

—Creo que voy a volver a desmayarme.

—Si te desmayas te dejo ahí mismo y de seguro que te descubre la policía.

—¡Ay Charly no me digas eso! Tú no serías capaz.

—Bueno, entonces haz lo que te digo y no inventes nada.

Movió la cabeza de forma afirmativa y bajó la vista.

Cuando salimos la calle estaba llena de gente, el tráfico detenido y a Mara la habían cubierto con un toldo. Caminamos pegado al edificio en dirección a la calle Dragones.

—¿La gente me estaba mirando? —preguntó Mona cuando llegamos a la esquina.

—La gente ni cuenta se dio que nosotros salimos.

—Yo creo que la vecina nueva me vio tirándote el cuchillo.

—¿Cómo que la vecina nueva te vio?

—No sé. Cuando me estaba poniendo los tacones la vi mirándome fijo.

—Tranquila, eso son ideas tuyas.

—¿Y si me vio?

—No te preocupes, yo estaba ahí contigo y nosotros no tenemos nada que ver con lo que pasó.

—¿Y si descubren mis huellas en el cuchillo?

—Ese cuchillo yo se los presté anoche para que cortaran una carne y no me lo devolvieron.

—¡Charly, no te separes de mí!

—Ya te dije que eso nunca va a pasar —dije y le hice señas a un bicitaxi—. Mira, ahora te vas tranquilita para la casa de tu madre y no le cuentes nada.

—¡Charly, quédate hoy conmigo!

—Luego hablamos —le dije y la ayudé a subirse al bicitaxi.

—¡Charly, no me dejes!

—Mira, cuando llegue a mi casa te llamo y conversamos con más calma —le dije y le di un beso, pero luego de ese día mi relación con ella solo empeoró.


Relato perteneciente al XV número de la revista Puente de Letras, de próxima aparición