Cabe volver una y otra vez sobre los problemas que a nivel cultural dificultan que los cubanos puedan constituir algún día una nación moderna. Uno de ellos es la tendencia al caos y al canibalismo. Al diálogo de sordos (al monólogo), el desorden, el reguero. Y de lo que se trata no es de buscar unanimidad sino puntos de coincidencia en torno a proyectos de interés general.
Por ejemplo, la libertad de Cuba constituye un proyecto de interés general, que a todos favorece y no tiene un color político determinado. Los judíos han permanecido unidos en torno a un proyecto común durante siglos (el proyecto de su supervivencia) y no por ello puede acusárseles de unánimes.
En la imagen que acompaña a este texto, por ejemplo, no hay unanimidad de origen. Los problemas de los monos, al menos aparentemente, son de distinta naturaleza en cada caso: Uno no puede oír, el otro no puede ver, un tercero no puede hablar. No hay unanimidad en principio, pero sí un punto de coincidencia que los une: no pueden comunicarse efectivamente. Aquí el proyecto radicaría, entonces, en enfrentar los problemas, o el problema, que entorpece la comunicación de los monos. Causa común de interés general, y valga la redundancia.
A mí también, como aducen algunos, las dictaduras me importan mucho menos que la literatura. En realidad no me importan absolutamente, entendidas como objeto teórico o de atención. Lo que me importa es el amor, la libertad, la vida, la propia literatura, etcétera. La cuestión, en el caso cubano, es que casi todas estas cosas tienen aún, de una manera u otra, la bota de la dictadura castrista encima.
He ahí el problema: a las dictaduras sí les importan nuestras vidas, nuestras libertades, la literatura… para aplastarlas o controlarlas. No sé quién dijo más o menos esto (cito sin consultar): “El castigo del que no se mete en política es que la política siempre termina metiéndose con él”. Y no se trata de “meterse” en el sentido tradicional de hacer política únicamente, pero ignorar la política, específicamente la cubana, con 62 años acumulados de asesinatos, encarcelamientos, robo de propiedades, familias rehenes, públicos secuestrados, divisiones artificiales, etcétera, no parece realista.
No se trata de añadirnos a la totalidad sino precisamente de burlar la totalidad, el pensamiento único que la mayoría de los cubanos pretende imponerle al prójimo. Se trata de aprender, paulatinamente, a convivir con la diferencia. Un primer paso en esta dirección se daría al comenzar a organizarnos en torno a intereses generales. Porque los hay, y muchos, tras más de medio siglo de dictadura.