Poetas armados rumbo al futuro

 

El poeta español Gabriel Celaya se fue a la tumba creyendo que la “poesía es un arma cargada de futuro”. De esta manera acuñaba una verdad irrebatible, que quedaría para la posteridad, en uno de los textos de su libro Cantos íberos, publicado en 1955.

En sus trajines poéticos, que comenzaron en la segunda mitad de los años 40 del siglo XX, hasta las postrimerías de los 80, comprendió la esencialidad del poema, independientemente de las formas y el estilo.

Creía en la posibilidad de transformar el mundo con la fuerza del verso y a eso se dedicó a lo largo de su existencia, marcada por el compromiso social y la producción de una abundante obra literaria.   

Fue un fiel exponente de la poesía comprometida. Rehuía la estética elitista. Prefirió el lenguaje sencillo en prosa, despojado de florituras, pero sin perder la capacidad de alcanzar memorables combinaciones retóricas.

Más acá en el tiempo y desde la mayor isla del Caribe insular, me asomo por los entretelones de una cotidianeidad cruzada por el dolor, la escasez y los miedos, para leer unos poemas abiertos a la comprensión inmediata, gracias al abandono de las afectaciones discursivas, el tono de denuncia, la calidad tropológica y la cercanía a la tragedia que se cierne sobre las cabezas de varias generaciones.

Estos poetas, nacidos en Cuba, no son epígonos de Celaya. Sin embargo, también les apasiona retratar la realidad que duele, la esperanza hecha jirones, las calamidades esparcidas por los vecindarios, todo por causa de la política ejercida por un partido experto en multiplicar las ruinas, la doble moral, las prisiones y las promesas de un futuro mejor. 

En los textos poéticos de Ariel Maceo, Abu Dujanah y Javier Moreno se siente el pulso de las agonías, pueden palparse las estropeadas superficies de las ilusiones, es posible sentir el olor de los basurales que rodean la ciudad y el tufo del alcohol barato utilizado para mitigar las penas.

Esa poesía, sórdida e irreverente, devela las peripecias del proletariado para sobrevivir entre consignas y racionamientos.

Lo grotesco y lo escatológico es una añadidura que ayuda a comprender las dimensiones de una involución cultural que aún no ha llegado a su destino final. El proceso se mantiene en marcha y apenas sin pausas que sugieran la probabilidad de un gradual retorno a la sensatez.

Agrupados en el proyecto Demóngeles, fundado en el 2006, reprimido y diezmado años más tarde por sus posiciones contestatarias, y relanzado en 2017, estos exponentes de la literatura al margen de las instituciones oficiales están decididos a continuar auscultando las zonas del desastre, cada vez más amplias y sin solución a la vista.

Puedo advertir, sin temor a equivocarme, que su poesía nunca será complaciente ni escurridiza. El compromiso de los artistas y literatos nucleados en esta iniciativa es hacer su trabajo al margen de las coyundas institucionales.

A pesar de estar constantemente bajo presión de la policía, saben que la libertad creativa exige sacrificios dentro de la órbita de una dictadura de corte totalitario.

Están conscientes que trabajan en un escenario de guerra, pero parafraseando a Celaya cuentan con un arma cargada de futuro. Entonces, no hay miedo.     

         Texto del Dossier sobre el grupo Demóngeles perteneciente al décimo tercer número de la revista Puente de Letras