Philip Larkin (1922-1985) es muy poco conocido entre nosotros. Pero es el más famoso poeta inglés contemporáneo. Entre los elogios que le prodigan está el de haber logrado sintetizar lo mejor de la tradición poética de los ingleses con los descubrimientos y aportes de la vanguardia.
Se cuenta una anécdota muy simpática (el propio Larkin la contó), sobre un encuentro del poeta con Margaret Thatcher, estando ella en el poder. La Thatcher le dijo (más o menos, no lo recuerdo con exactitud) que él era su poeta favorito. Larkin no se lo creyó (era un tipo escéptico y amargado y solitario, incluso se dice que era un tanto retorcido como ser humano). Entonces trató de retarla pidiéndole que le dijera el título de algún poema suyo que ella conociera. Y la Thatcher, que era mucha Thatcher, le recitó de memoria un verso de un poema suyo: “Tu mente yace abierta como un cajón de cuchillos”. Luego, Larkin comentaría que el verso no era exactamente como lo dijo Thatcher, pero que le gustaba más esa versión que la suya. Así que la Dama de Hierro le había mejorado el poema.
Yo tenía ese poema en mi casa de La Habana, pero ahora lo he buscado en Internet y lamentablemente no lo encontré en español. Se titula Deception. De todas formas, aquí van varios recogidos en sus Collected Poems, de 1988:
Hablar en la cama
Hablar en la cama debería ser tan fácil
después de tanto tiempo durmiendo juntos,
emblema de dos personas viviendo con honestidad.
Pero cada vez pasamos más tiempo en silencio.
Fuera, la incompleta desazón del viento
reúne y dispersa nubes por el cielo
y oscuras poblaciones se apiñan en el horizonte.
A todo eso le somos indiferentes. Nada explica por qué
a esta singular distancia de la soledad,
cada vez es más difícil encontrar
palabras que sean sinceras y agradables,
o no insinceras y desagradables.
El barco del norte XIX (La hermana fea)
Subiré los treinta peldaños hasta mi pieza,
me acostaré en mi cama;
dejaré que la música, el violín, la trompeta y la percusión
se duerman fuera de mi cabeza.
Ya que en mi juventud no fui encantada
ni el amor me escogió,
escucharé a los árboles y su amable silencio,
al viento que pasa.
Tres tiempos
Esta calle vacía, este cielo gastado hasta lo insípido,
este aire, un tanto indistinguible del otoño
como un reflejo, constituyen el presente:
un tiempo tradicionalmente agrio,
un tiempo no recomendado por los hechos.
Aun así representan algo más:
este es el futuro más lejano que imaginó la infancia,
entre casas largas, bajo cielos en movimiento,
en el tañido de las campanas:
un aire brillante de emprendimientos serios
que al otro día serán pasado,
un valle fértil de jugosas oportunidades perdidas
que insensatamente nos abstuvimos de exprimir.
Y de esto culpamos a nuestras últimas
perspectivas gastadas, a nuestra decadencia estacional.