A contramano de todo, como si la vida fuera más efímera de lo que es… como un enfant terrible que –por momentos– no logra aquilatar que su prosa es tan dura que duele, lacera, transgrede, escandaliza y denuncia, va el escritor, artista visual y artesano cubano, residente en Quito, Ecuador, Yanier O. Palao. Y no hay quien pueda detenerlo, hacerlo reflexionar que no se puede ir tan presuroso porque puede colisionar, pero él tiene por costumbre no mirar atrás y salir tirando puertas; pareciera que marcha como en una carrera sin relevo que nunca tiene meta cercana, porque –como él gusta decir–, parafraseando a la diseñadora francesa de alta costura Coco Chanel: “La libertad de movimiento es poder”. Así camina contraculturalmente y ya no es ni de aquí ni de allá, sino un perenne extranjero, un autoexiliado por gusto propio, un forastero siempre que disfruta de esa condición.
Y es que este guajirito cubano, nacido en Holguín, allá donde el Diablo dio las cuatro voces y nadie le escuchó –con gran ambición de ciudadano planetario–, pareciera haber llegado al mundo para hacer de la labor creativa con sus dibujos, sus figuritas artesanales de trapos reciclados, pespunteadas por sus propias manos, y sus textos –mitad periodísticos, mitad literarios–, un quehacer que empezamos a disfrutar todos los que le conocemos y leemos. Les advierto: la prosa de él crea adicción por su falta de solemnidad y su desparpajo, por su choteo cubano perenne, por cómo encuentra belleza entre tanta fealdad y tantos escombros… por su capacidad para mirar la existencia siempre desde un ángulo nuevo y con una tinta ríspida.
Así nos llegó, recientemente, publicada por la editorial alemana Ilíada, su novela País excéntrico, una crónica desgarradora, con visos testimoniales, de la Cuba de sus dolores, de sus discrepancias, de sus mordazas, de sus desgarramientos… y donde “se aprende a simular una felicidad que no existe”. Porque como dice su compatriota, Rafael Vilches, en el pequeño prólogo de la mencionada novela, Yanier: “es un testigo privilegiado, un condenado, un sobreviviente”, un contador de historias que acaso disfruta ese lugar, porque le ayuda a cambiar el ángulo de observación y a darle, con su paleta plástica, otro color a la vida… “como una costura que una todas las partes”.