Nunca seré capaz de entender al pueblo cubano. Si como dicen los hijos de Ramiro Valdés y Marino Murillo, “somos felices aquí” – aunque lo griten desde allá-, ¿qué razón asiste a un grupúsculo de 11 millones de cubanos para cuestionar, indignarse y exigirle a nuestros nobles, humildes, solidarios, altruistas y palmados dirigentes, una rebaja sustancial a los nuevos precios?
¿Dónde quedó el desinterés por el dinero que preconizaba el Che cuando era presidente del Banco Nacional de Cuba? ¿Alguien lo escuchó quejarse alguna vez del precio del pasaporte, el billete de avión o del hotel cuando iba disfrazado de Mongo (Ramón) hacia el Congo o Bolivia? ¿Tan siquiera uno le oyó decir boludo a un funcionario por el precio de la gasolina, el café o los helados?
¿Ya olvidaron el bolsillo de la guerrera de Fidel donde según su probada honradez no encontrarían ni un dólar, callando por pudor y compromiso con el cubano de a pie que los guardaba por miles de millones en Suiza, Islas Caimán o quién sabe dónde, para devolvérselos -si fuera necesario- al pueblo que los generó, convertidos en salud, educación y electricidad gratuitas o subsidiadas?
Si Raúl lloró frente al espejo mientras se cepillaba los dientes con crema dental Perla (8 pesos la unidad, y sin quejarse) antes del fusilamiento de Arnaldo Ochoa, Patricio de la Guardia y otros héroes de la República de Cuba, ¿con qué moral Liborio El Tiribitabara y Juanita La imbañable se quejan del precio del jabón, el detergente o el champú, ahora que seremos socialistas millonarios?
Nadie puede asegurarme que vio a la presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas, Teresa Amarelle Boue, descompuesta y quejosa en una cola para comprar pollos. Tampoco tienen evidencias de que la Ministra de Finanzas y Precios, Meisis Bolaños Weiss, haya protestado por la subida del gas manufacturado, los frijoles, el picadillo de pavo y el puré de tomate. Y menos que la Viceministra, Anayansi Rodríguez, cuestione los precios del croquinol, el tinte y la queratina.
¿Acaso alguien escuchó a nuestro Ministro de Economía, Alejandro Gil Fernández “El Dandy”, quejarse del precio de un refrigerador, una lavadora, un aire acondicionado, un televisor Panda o un pantalla plana? ¿Pueden decirme si alguno lo escuchó alguna vez criticando el precio de los autos y motorinas importados? ¿Lo han visto molesto por los precios del vestuario y el calzado?
¿Alguno a visto al ministro de la Agricultura, Gustavo Rodríguez Rollero, metido hasta las rodillas en un surco para saber in situ el precio de cosechar malangas? ¿Lo han escuchado protestar por el precio de una papaya o un plátano burro, una libra de tomate o una ristra de ajo? ¿O a Eduardo Rodríguez Ávila (Eddy para los amigos), ministro del Transporte, criticar alguna vez los precios del pasaje en un P-2, una gacela, un tren, un ómnibus interprovincial o un almendrón? Lo dudo mucho.
Es más, ¿quién me puede asegurar que vio al ministro de la Alimentación con tres metros de tripas al hombro por La Habana para hacer un exquisito embutido, o comiéndose una gallina decrépita? ¿Quién al Comandante de la Revolución Guillermo García comiéndose una jutía, un avestruz o un cocodrilo? Seguro que no. Ellos son altruistas, entregados a la causa revolucionaria, y prefieren comerse una langosta enchilada o un bistec de res antes que tocar lo que le pertenece al pueblo.
Como si fuera poco, hablan del tren de vida del Primer Ministro de Cuba, Manuel Marrero Cruz, aunque nadie lo ha visto enojado por los pequeños derrumbes de las edificaciones y la muerte de niños, mujeres y ancianos bajo los balcones, las paredes y techos en La Habana. ¿Quién lo ha oído protestar airadamente porque le den pollo por pescado? Seamos serios y hablemos la verdad sobre estos ángeles alados que resisten la escasez y desabastecimientos sin ningún reclamo.
Es más, para terminar este triste ejercicio de indignación ante los temores, enojos e inconformidad de mis compatriotas por los precios y otras subidas y bajadas que nos trae este año 2021, quiero preguntarles: ¿Por qué dudan y hablan de la integridad de nuestro presidente, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, si él, como cualquier hijo de vecino, anda sin nasabuco, baila casino, desayuna café con pan o agua con azúcar, paga la electricidad y usa pulóver Puma y relojitos Rolex desechables?
¿Cuál es la obsesión de llamarlo “puesto a dedo” si a él lo eligió Raúl y alrededor de otros 12 catetos, en nombre de casi nueve millones de cubanos que sabían estaríamos de acuerdo con la elección impuesta por vía democrática? ¿Cómo dudar de un hombre que pone sus ingeniosos descubrimientos, como “El limón es la base de todo”, en manos del pueblo sin pedir nada a cambio?
¿Dónde se ha visto que un presidente que nos convoca a pensar como país -para extranjeros-, y dice ser un continuador de los sublimes éxitos económicos y garantías políticas de los Derechos Humanos que tienen a medio país en el exilio, y al resto con las maletas hechas -por si acaso se presenta un chance-, asegure que hay que «Ordenar el Ordenamiento» con tanto caché y desenfado?
De verdad que duele oír quejarse a tanta gente por una subidita de precios implementada por quienes junto al pueblo, codo a codo con las masas, hacen colas a sol y sereno, durante días para comprar cuatro libras de cerdo, un colchón o tres bolsas de cemento, mientras miran, anegados en lágrimas, cómo la ingratitud del pueblo se agiganta, y lo menos que les gritan es… ¡descarados!
Y eso es injusto, compatriotas. Ninguno de los susodichos dirigentes arriba mencionados se ha ido del país, ni falta que les hace. Así que pienso ha llegado la hora de que los entendamos. Más de seis décadas sacrificándose a sol y sereno por el pueblo, aguantando apagones y escaseces sin resabios, es mucho, y debemos recompensarlos por su sincera entrega: Ayudémoslos a marcharse.
Eso se los recomiendo yo, Nefasto El Consejero