Ya acostumbrados a la escritura vibrante de Manuel Gayol Mecías, esta entrega de su saga “Crónicas Marjianas”, Ojos de Godo Rojo (Neo Club Ediciones, 2012), sorprende sin embargo, e incluso contagia. Aquí seguimos el recorrido vindicativo de ‘El Estudiante’ por los túneles de una Habana presta a sepultar la nación a favor de su clase gobernante, que pone al lector tras sus pasos con la persistencia de un corredor de fondo.
Porque en Ojos de Godo rojo la atmósfera sobrecogedora que supuestamente ralentiza la historia ni por un minuto consigue atenuar el ritmo trepidante de la narración, ni la audacia de los conceptos, ni la ambición que late en el pecho de ‘El Estudiante’. “Quien no se atreve nada puede”, es su filosofía. Quien no arriesga es un muñeco en manos del pasado (“este hoy es el mañana que ayer te preocupaba, y ya pasó”, resalta el dicho popular). Así, Joel Merlín (El Estudiante) se alza como una metáfora de la transparencia frente a la oscuridad, de la temeridad visionaria frente al hipócrita nacionalismo de Rojogodo, dirigente mediocre entre cuyas habilidades figura la de manipular las mentes débiles.
Quienes leyeron La noche del Gran Godo, la excepcional serie de relatos de Gayol que precede a este libro, recordarán la pieza final que le da título y donde “Godofredo el Rojo, flor maligna de las encrucijadas”, es ya un dirigente “tronado” rodando bufonescamente su ebriedad por el carnaval habanero. En Ojos de Godo rojo, por el contrario, conserva aún toda su influencia y puede hacer mucho daño.
El final sinfónico y elocuente de esta novela ilumina la historia de punta a cabo, justificando el periplo de Joel Merlín por los túneles de la empresa fantasma, hasta encontrarse con el Gran Godo y des-poseer a Yoli, su secretaria. Razones del corazón que subyacen en la escritura meticulosa, en crescendo poético, de Gayol Mecías, como un regalo de bienvenida. Razones del espíritu, que cuando vuela siempre canta sobre la miseria de los hombres y la banalidad de las cosas.