Odio a los gringos

Montaje sobre foto de Ryan McGuire (Pixabay)

En la mañana del 11 de septiembre de 2001, en México, llamé por teléfono a una señora que me entregaría una carta en la cual me solicitaba para colaborar con el centro cultural a su cargo. Todo con el propósito de renovar mi visa con permiso de trabajo.

Inmediatamente después que descolgó el auricular, eufórica, apenas me saludó, comenzó a arremeter contra los gringos —“mis enemigos», aclaró—: dos aviones habían impactado contra las Torres Gemelas de Nueva York.

Yo no había estado al tanto de las noticias esa mañana, me había pasado buena parte de las primeras horas de la madrugada en vela —medio enfermo.

Ella me explicó levemente: ambas torres habían caído por el impacto de sendos aviones y había no pocas víctimas, según las informaciones preliminares —se presumía que era el resultado de un ataque terrorista.

Si la había llamado esa mañana, aun sintiéndome mal, se debía a que la carta en cuestión resultaba para mí decisiva .

Unos minutos después conecté el televisor y supe de la gran tragedia que hoy, 20 años después, recordamos con tristeza.

En la medida en que las noticias iban detallando la masacre, me preguntaba si la señora, ya con más datos, estaría aún eufórica porque los gringos habían sido atacados, de manera que habían muerto aproximadamente tres mil inocentes, por sorpresa —que la sorpresa también es traición.

La señora militaba en la Izquierda mexicana. Debo decir que en la Izquierda irracional, si bien intelectual (hace siglos lo sabemos: el nivel intelectual en muchos casos no anula la irracionalidad). Militaba la señora en ese segmento de la Izquierda crapulosa, capaz, como hemos visto, de esos sentires contra los estadounidenses.

Creo que el rencor salvaje de esa Izquierda que se caracteriza sobre todo por la confrontación mortal con los gringos, los yanquis, el “imperialismo”, tiene su origen, está bien, en razones ideológicas y políticas —causas históricas. Pero, después de auscultar todo lo que me ha sido posible el panorama, hay en el fondo, también, una buena dosis de complejo de inferioridad.

Gracias a Dios que en aquella ciudad la mayoría de las personas con tendencias de Izquierda —doy fe de ello por mi cercanía personal y asimismo por las lecturas dedicadas y la información pública— son decentes, imparciales, civilizadas.


 

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Félix Luis Viera
(El Condado, Santa Clara, Cuba, 19 de agosto de 1945), poeta, cuentista y novelista, es autor de una copiosa obra en los tres géneros. En su país natal recibió el Premio David de Poesía, en 1976, por Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia; el Nacional de Novela de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en 1987, por Con tu vestido blanco, que recibiera al año siguiente el Premio de la Crítica, distinción que ya había recibido, en 1983, por su libro de cuentos En el nombre del hijo. En 2019 le fue otorgado el Premio Nacional de Literatura Independiente “Gastón Baquero”, auspiciado por varias instituciones culturales cubanas en el exilio y el premio Pluma de Oro de Publicaciones Entre Líneas. Su libro de cuentos Las llamas en el cielo retoma la narrativa fantástica en su país; sus novelas Con tu vestido blanco y El corazón del rey abordan la marginalidad; la primera en la época prerrevolucionaria, la segunda en los inicios de la instauración del comunismo en Cuba. Su novela Un ciervo herido —con varias ediciones— tiene como tema central la vida en un campamento de las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), campos de trabajo forzado que existieron en Cuba, de 1965 a 1968, adonde fueron enviados religiosos de diversas filiaciones, lumpen, homosexuales y otros. En 2010 publicó el poemario La patria es una naranja, escrito durante su exilio en México —donde vivió durante 20 años, de 1995 a 2015— y que ha sido objeto de varias reediciones y de una crítica favorable. Una antología de su poesía apareció en 2019 con el título Sin ton ni son. Es ciudadano mexicano por naturalización. En la actualidad reside en Miami.