En la mañana del 11 de septiembre de 2001, en México, llamé por teléfono a una señora que me entregaría una carta en la cual me solicitaba para colaborar con el centro cultural a su cargo. Todo con el propósito de renovar mi visa con permiso de trabajo.
Inmediatamente después que descolgó el auricular, eufórica, apenas me saludó, comenzó a arremeter contra los gringos —“mis enemigos», aclaró—: dos aviones habían impactado contra las Torres Gemelas de Nueva York.
Yo no había estado al tanto de las noticias esa mañana, me había pasado buena parte de las primeras horas de la madrugada en vela —medio enfermo.
Ella me explicó levemente: ambas torres habían caído por el impacto de sendos aviones y había no pocas víctimas, según las informaciones preliminares —se presumía que era el resultado de un ataque terrorista.
Si la había llamado esa mañana, aun sintiéndome mal, se debía a que la carta en cuestión resultaba para mí decisiva .
Unos minutos después conecté el televisor y supe de la gran tragedia que hoy, 20 años después, recordamos con tristeza.
En la medida en que las noticias iban detallando la masacre, me preguntaba si la señora, ya con más datos, estaría aún eufórica porque los gringos habían sido atacados, de manera que habían muerto aproximadamente tres mil inocentes, por sorpresa —que la sorpresa también es traición.
La señora militaba en la Izquierda mexicana. Debo decir que en la Izquierda irracional, si bien intelectual (hace siglos lo sabemos: el nivel intelectual en muchos casos no anula la irracionalidad). Militaba la señora en ese segmento de la Izquierda crapulosa, capaz, como hemos visto, de esos sentires contra los estadounidenses.
Creo que el rencor salvaje de esa Izquierda que se caracteriza sobre todo por la confrontación mortal con los gringos, los yanquis, el “imperialismo”, tiene su origen, está bien, en razones ideológicas y políticas —causas históricas. Pero, después de auscultar todo lo que me ha sido posible el panorama, hay en el fondo, también, una buena dosis de complejo de inferioridad.
Gracias a Dios que en aquella ciudad la mayoría de las personas con tendencias de Izquierda —doy fe de ello por mi cercanía personal y asimismo por las lecturas dedicadas y la información pública— son decentes, imparciales, civilizadas.