En una entrevista que leí recientemente, el entrevistador -escritor hispano residente en Estados Unidos- afirmaba tener constancia de la valía como escritor de su entrevistado -un cubano-, porque, según él, se tomó la precaución de informarse sobre su labor literaria y editorial en Cuba, y además acopió criterios entre otros escritores que viven en la Isla. No dijo ni dio muestras de haber leído uno solo de sus libros, pero estaba seguro de haberse preparado adecuadamente para entrevistarlo, gracias a las referencias de marras.
Es un detalle pintoresco que, a su vez, trae a colación otros pintoresquismos propios de la relación entre los escritores cubanos y el quehacer literario de la Isla, pautado, manejado y dominado en términos casi absolutos por las estructuras institucionales del régimen.
A lo largo de los últimos sesenta años, nuestra literatura ha sido ejercida desde los más diversos puntos cardinales del mundo, y no sólo al margen, sino incluso a contracorriente –en contenido y forma- de la que se publica en Cuba. Hay países como los Estados Unidos o España, en los que hoy viven y publican sus libros escritores cubanos en número no menos significativo al de aquellos que lo hacen en la Isla. Algunos de ellos lograron publicar allá parte de sus obras, pero muchos, quizás la mayoría, no publicaron nada, bien fuese por el contenido de lo que escriben, o por su actitud cívica o política, o porque simplemente empezaron a escribir estando ya fuera de su tierra.
Se trata de un fenómeno que en principio, sin entrar en detalles, resulta bastante parecido al de otros países latinoamericanos o al de cualquier nación pobre y generadora de altas cifras de emigrantes, donde no son pocos los escritores que han necesitado salir al exterior para darse a conocer y donde ocurre con frecuencia que el público de sus países es el que menos ha leído a esos escritores, los cuales, para mayor discordancia, suelen alinear entre los más reconocidos exponentes y divulgadores de la literatura nacional.
Claro que tratándose de Cuba, hay que entrar en detalles. Aunque sea en unos pocos. Y el primero nos lleva a una triste confrontación. Mientras en cualquiera de los países latinoamericanos a los escritores que viven lejos les basta con darse a conocer de algún modo entre eso que llaman su público natural para que, de inmediato, tanto la gente como las instituciones comiencen a prodigarle respeto y distinción, en la Isla se hace todo lo posible, desde la perspectiva oficial y editorial, por mantener al público lector ajeno a la obra de sus escritores que viven en el exterior. Sólo excepcionalmente son publicados o comercializados o invitados a eventos nacionales, así como mencionados en los medios de información. Y cuando la excepción tiene lugar, es fácil suponer lo que debió hacer el escritor.
Durante varias generaciones la UNEAC se ha dedicado a monopolizar, impunemente, la representatividad de la literatura nacional. Y bien poco importa su desprestigio, no sólo como muñeco de ese bruto ventrílocuo que es el régimen, sino incluso como auspiciadora escandalosamente poco fecunda del desarrollo literario en el país. De todas formas, continúa siendo fuente de referencia inevitable para muchos en el extranjero, como es el caso del entrevistador citado al inicio. El colmo es que también lo es para muchos cubanos, quienes al parecer se consideran prestigiados profesionalmente cuando agregan a su currículum el crédito de haber pertenecido a sus filas, o el de haber obtenido alguno de los premios literarios que otorga ésta o alguna otra institución de su calaña.
Desde luego que cada cual es libre para hacer con su cuero el tambor que mejor le suene. Pero eso no le resta incongruencia al asunto. Ni su correspondiente cuota de provincianismo.
A veces no basta con que vivamos en París o en Madrid o en Berlín o en New York o en Miami, para que hayamos dejado atrás completamente nuestra aldea mental, la que, a diferencia de la geográfica, va por dentro de nosotros. Así que puede ocurrirnos como en aquel acertijo del refranero: mientras más cercas, más lejos, mientras más lejos, más cerca.