A propósito del ajusticiamiento de ese antiguo «hombre nuevo» conocido como Che Guevara, desemboqué por estos días en un descubrimiento sorprendente: en una publicación del exilio se le llamaba “mercenarios” a los cubanos que desembarcaron a Cuba por Bahía de Cochinos –o Playa Girón— en 1961, al rescate de sus propiedades robadas y/o sus libertades confiscadas por el naciente régimen totalitario. Es decir, la perversión del lenguaje “revolucionario” ha llegado tan lejos que aun fuera de la Isla comunista, en un ambiente de libertad y creatividad sin mayores barreras, algunos exiliados –o emigrados—continúan haciéndose eco del discurso oficial.
¿Qué es un mercenario? Lo establece la Real Academia de la Lengua Española: “Dicho de una tropa: Que por estipendio sirve en la guerra a un poder extranjero”. Es decir, en propiedad mercenarios fueron todos aquellos cubanos que durante los años setenta y ochenta del siglo pasado pelearon en Angola al servicio de un poder extranjero, el del régimen angoleño de turno, y antes, por supuesto, el propio Che Guevara. Cierto que el estipendio era miserable y es verdad que muchos de estos cubanos no tenían mayores alternativas para finalizar cuanto antes el servicio militar que les imponía Castro. Curioso resulta, sin embargo, que por lo general no es a estos verdaderos mercenarios a los que se les califica como tales en el ámbito nacional, sino a los exiliados que regresaron a Cuba por Bahía de Cochinos a “luchar lo suyo”, y a los que el gobierno norteamericano no sólo no pagó estipendio alguno sino que, además, retiró el apoyo que en un primer momento les brindara.
Otro tanto ocurre con la palabra “bandido”, con la que el diccionario identifica a estafadores, engañadores y ladrones. El régimen castrista llamó “bandidos” a los guerrilleros del Escambray, que se habían alzado en armas contra la dictadura comunista, exactamente como antes hiciera Castro contra Batista en la Sierra Maestra. En realidad, bandidos eran los que ya por aquel entonces se dedicaban a robar y saquear las legítimas propiedades de los cubanos más prósperos, incluso de las clases media y baja. Todavía hoy, la palabra “bandidos” es relacionada con los alzados anticastristas, mientras los verdaderos bandidos, descendientes incluso de un cuatrero ―Ángel Castro―, se hacen llamar “revolucionarios”.
El colmo llega con el término “gusanos”. Algunos cubanos exiliados, u opuestos al régimen en la Isla, han llegado al punto de asumirlo suyo, y así vemos como en cafés, fiestas y parrilladas algunos “gusanos” se autodenominan orgullosamente “gusanos”, incluso con un dejo de altivez. Y no es, por supuesto, que haya que rabiar frente a la palabrita. Toca reírse en cualquier caso. Se trata más bien de la ingenua apropiación del lenguaje totalitario que hace la sociedad cubana de adentro y de afuera, inerme ante los cantos de sirena de lo políticamente correcto. Se trata de esa desorientación suicida que los mete en el bosque donde los espera el lobo del «nasobuco».
Otras palabras, como “solidaridad” o “revolución”, han sido a tal punto manipuladas que una mayoría, instintivamente, las relaciona con el actual régimen de La Habana, conservador y mezquino a más no poder. En definitiva, ¿qué es la “revolución cubana” sino esa imagen que de sí misma se ha fabricado a través de los mass media a su servicio, del mareo intelectual?