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Nefasto y el velorio del CUC

Nunca una moneda cubana, hija bastarda de la revolución, se vio rodeada de tanto glamour. En la bóveda del Banco Central de Cuba, abarrotada de monedas y divisas internacionales, se rendía el postrer adiós al Peso Cubano Convertible (CUC). El Bolívar soberano, limpiándose las lágrimas y los mocos, se abrazó  al ataúd. Un afeminado Won Norcoreano se arrojó en los brazos de un Córdoba nicaragüense, y al paso de un Franco francés murmuró algo apesadumbrado: “No somos nada”.

La mayoría de las monedas europeas presentes en las honras fúnebres del difunto CUC, lo hacían con el nombre original que las identificó hasta ser reemplazadas por el Euro, y se quejaban, en pequeños corrillos tintineantes, de que la unificación monetaria las privó de identidad. Una Dracma griega, muy circunspecta, aseguró que sólo encontró desventajas en esa forzada unión.

 El Escudo portugués, medio ebrio, tiró de la bufanda de una Peseta española y cantaron un fado y un fandango en medio del salón. Una Libra esterlina se acomodó el monóculo al escuchar la risotada nerviosa de un Yuan, mientras el Dólar estadounidense y el Marco alemán salieron a buscar mulatas,  tabaco y ron por la Avenida del Puerto, el Paseo del Prado y el Malecón. La Rupia de Nepal pidió puerco asado y congrí, y un Peso cubano se compró un paquetico de maní tostao.

Un Naira nigeriano encargó diez ramos de girasoles, cinco palomas blancas y un chivo con sonseras para sonar un tremendo bembé, y un Rublo con bigote a lo Stalin y bolchevique al que lleva prendido un sello con  la hoz y el martillo, colocó un samovar en un rincón de la bóveda para preparar el té. El Peso mexicano y la Lempira hondureña comían tacos a un costado del ataúd.

Reunidos en pequeños grupos diseminados por el salón de acuerdo al área geográfica de donde provenían, la tendencia política o el desarrollo económico de cada país, las monedas de todo el mundo se preguntaron qué carajo hacían en Cuba si nadie fuera de sus fronteras ha conocido o ni siquiera visto al fallecido CUC. Un Quetzal guatemalteco dijo balbuceante que por solidaridad, y un Sol peruano aseguró envuelto en su poncho y comiendo seviche, que por morbo y curiosidad.

Cuando todas las monedas extranjeras comenzaban a desalojar el salón, un grupo de pesos cubanos (CUP) irrumpió en la bóveda y comenzó a cantar en torno al ataúd del CUC: “No la lloren, no la lloren, ella era una bandolera, por favor, no la lloren”. “No la lloren más, ella era una bandolera, enterrador, no la lloren”, y así hasta que un grupo de billetes con la imagen del Che se echaron al hombro el ataúd y caminaron hacia la puerta de entrada, flanqueada por una multitud.  

De pronto, todos quedaron paralizados al escuchar una voz que gritó “¡Deténganse ahí, partida de gusanos!”. Abriendo la puerta del baño-letrina de la instalación, escoba en una mano, y latica alcancía en la otra, una Peseta de a cuarenta centavos, desaparecida desde la irrupción del finado CUC en la prostibularia finanza nacional, expresó: “El duelo de esa perversa lo despediré yo”.

Atónitas, con los rostros desencajados por la emoción, las monedas internacionales viraron su otra cara hacia aquella inexplicable y fantasmagórica aparición, y los pesos con la efigie del Che en el centro del pecho dejaron caer el ataúd del finado CUC. Todo fue incertidumbre, expectación en medio del ruido provocado en la bóveda por la caja fuerte de pinotea donde descansaba el muerto.

“Por favor, escuchen todas y no quiero interrupción. Sin dejar de reconocer que esta moneda o peso era tan falsa como su padre putativo, Fidel, igual que su presunto progenitor merece un clamoroso adiós de San Antonio a Maisí. Y aunque la mayoría de los cubanos sólo la conocieron por fotos y nunca estuvieron cerca de él, como a su padre, este pueblo cobarde y baboso la llorará.

“Mis queridas, añoradas y perseguidas monedas extranjeras. Devaluados, miserables e inservibles pesos cubanos o CUP: Dineros todos. Mi desaparición durante años no se debió sólo al robo y la corrupción que aún impera en mi país, como ustedes sabrán. Mi furtiva salida de circulación se la debo al G-2. De chivatica de barrio pasé a trabajar para la Seguridad del Estado, con la misión de desmoralizar, a través del chantaje, la represión y la cárcel, a los seguidores del engreído CUC.

“Su relampagueante aparición en medio de la escasez congénita nacional, lo rápido que se infló respecto al humilde, villano e inservible peso cubano de curso legal, dieron al traste con la falsa igualdad de todos los ciudadanos de la isla, solo rota, y en perfecto secreto, cuando se autorizó la internet por los mayimbes y comeencubo líderes revolucionarios que cortan el bacalao en el país.

“Nunca un engendro de fabricación nacional había causado tanta división en la calidad de vida de quienes lo poseían y los que no. Su papel de globo inflado, que lo hacía superior al CUP, poco resolvió, pues no había que comprar. Es verdad que mientras con un CUC podías adquirir 24 panes verdes, barbudos y ácidos como el limón, con un CUP sólo obtendrías uno y paren de contar.

“Pero no estamos aquí para criticar su fallido rol en la economía cubana, sino para rendirle unas honrosas exequias y pedirles a las monedas fuertes o divisas presentes en este momento de dolor,  que nunca nos dejen de visitar, en especial las fuertes, pues sin renunciar a nuestros principios y trapisondeo de identidad, con dignos actos de sumisión y la rebeldía obediente que nos identifica,  ponemos nuestra  soberanía financiera en función de atraerlas e imponer el dólar a partir de hoy.   

“A todos les decimos que aún nuestras reservas materiales y morales no han llegado a su fin, pues para ustedes tenemos Hoteles Cinco Estrellas Plus, y todo lo que en otros sitios del mundo se pueda comer o beber; en fin, desear, y como añadido para su disfrute, unas prostitutas cultas y baratas que pueden hablarles de Fidel y el Che, y entregárseles por un litro de aceite, una bolsa de leche, un kilo de carne de res, un perfume, dos jabones, un blúmer, un champú, y nada más.

“Nada como una revolución para educar en la solidaridad sexual a su población, pero volvamos al muerto que se nos enfría en el ataúd. Cuando la caja fuerte se cierre con los restos mortales del CUC y sea llevada en andas por el pueblo hacia el panteón, les rogamos que lloren, gimoteen, se lamenten, ya que aquí cuando se muere alguien importante es obligado, por tradición y miedo, llorar aunque se tengan ganas de reír, sobre todo si están frente a las cámaras de la televisión.

“Sin nada más que agregar, descanse en paz, CUC, para gloria y honra de la triunfante revolución”.

Pocos minutos después, al paso del cortejo fúnebre del CUC, miles de cubanos, aglomerados en diversos piquetes dentro de los  baches de las principales calles y avenidas del país, subidos en las ruinas de algunos edificios de la ciudad, o ripeando y arrojando a su paso cientos de fotos del CUC, se oyeron gritos de dolor y desolación: “¡No se lo lleven! ¿Cómo compraremos a la vez un par de zapatos y una libra de Jurel? ¿De dónde sacar para comprar una olla Reyna, un tinte y un colador?”

El dolor popular estremecía los tambuchos de basura en los que, encaramados sobre los desechos que rodeaban a la ciudad, otros miles de cubanos le decían adiós al ver alejarse la caja fuerte hacia el panteón. Este reportero de La bola incendiaria, de pie sobre un bici taxi en la esquina del mausoleo de los héroes caídos en combate en el cumplimiento de una misión, sólo  escuchó decir:

“¡Ave CUC, quienes vamos a seguir robando para sobrevivir te saludan!”.

Eso se los aseguro yo, Nefasto el Financiero.

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