Según el trasnochado catecismo marxista, todo pequeñoburgués es revolucionario cuando joven y luego se vuelve reaccionario. Pero en los ámbitos del arte y la cultura cubana este axioma fue virado al revés. Los reaccionarios posan de revolucionarios cuando jóvenes, y luego, a medida que les va creciendo la barriga, se les infla también el empaque pequeñoburgués. Es una de las primeras constataciones que nos dispensa De la Nueva Trova a la Timba Brava (oficialistas, contestatarios e inclasificables), el más reciente libro de Armando Añel, de especial pertinencia en los días que corren.
José Luis Cortés, El Tosco y Santiago Feliú: timbero y trovador, indóciles en su juventud, muy cercanos los dos a la marginalidad, aparecen (con razón) entre los que Añel clasifica en este libro como oficialistas. Es posible que algunos no simpaticen con la clasificación, sobre todo en el caso de Santiago, pero en verdad ambos personifican el esquema de aquel postulado marxista vuelto patas arriba.
Más de una vez El Tosco me contó que durante su época de estudiante en la escuela de arte, él desafiaba a las autoridades organizando agrupaciones clandestinas de alumnos para tocar música popular cubana, pues en aquella institución se impartía únicamente la llamada música clásica, en tanto la popular de la Isla no sólo era ignorada como materia de estudios, sino que también estaba prohibida como ejercicio de afición para el alumnado. Sin embargo, años más tarde, vientre inflado de por medio, El Tosco se llenaría la boca para declarar públicamente que aquella escuela de arte se hallaba entre las mejores del mundo. Santiago, por su parte, luego de haber aireado fuertes críticas en canciones como Metamorfosis (“Ay de la generación que pagará los desastres de este ciclón”), iba a sorprender a los ingenuos -pasado el tiempo- declarando desde Argentina, cuna de su venerado santo criminal, que la dictadura cubana no debía ser reformada, que sólo necesitaba resistir frente al Bloqueo.
Comportamientos parecidos se aprecian entre otros trovadores y timberos que Añel cataloga en su libro como oficialistas, pero me pareció oportuno un breve detenimiento en estos dos, no sólo porque alumbran de manera muy particular los recovecos del fenómeno, sino porque además fueron artistas talentosos y con gran acogida, conocedores y representantes ellos mismos de la psicología popular, lo cual le facilitó al fidelismo su utilización como marionetas manipuladoras a la vez que manipuladas.
Ya sabemos que una de las tareas permanentes de la dictadura castrista ha sido comerse a sus hijos, como el titán Cronos. Se trata de un tipo de deglución moral que resulta especialmente obvia en predios de la cultura y que consiste en subvencionar y manejar a los artistas oficialistas, sojuzgar con el miedo a los inclasificables y anular a los contestatarios. Por eso me parece muy acertado el modelo ontológico en que se basa De la Nueva Trova a la Timba Brava, obra (creo yo) que no se ha propuesto ser una semblanza más sobre música popular cubana, y mucho menos un tratado de rancia política, destinado a descalificar a las personas por sus meras ideas o por la forma en que les dé la gana de exhibir las inconsecuencias de su conducta. En el primer caso, el propio Añel lo patentiza en la introducción: “… este no es un libro especializado instrumentalmente hablando, centrado en determinada condición técnica o en las habilidades profesionales de ciertos cantantes o conjuntos. Aborda más bien la naturaleza sociocultural de la Timba y la Nueva Trova. Música de índole movilizadora, capaz de enfrentarse al, o apoyar el, “proceso revolucionario” mediante una narrativa o, inversamente, concentrada en dispersar lo político en lo hedónico”. Y en cuanto al segundo aspecto, también esclarece en el prólogo que su objetivo no es el individuo en particular: “¿Por qué he reunido en un mismo libro a dos fenómenos musicales tan aparentemente en las antípodas como la Nueva Trova y la Timba?… Porque ambos constituyen el producto de una realidad sociopolítica muy específica, la cultura rehén del castrismo, y porque ambos han coincidido, aunque de distinta manera y por diferentes vías, en su capacidad para ejercer de sostenedores del Poder”.
Alguien podría alegar que en el libro no se relacionan con minuciosidad todos los posibles oficialistas, inclasificables y contestatarios de la timba y la trova. Igual pueden surgir reparos en cuanto a quiénes debieran o no aparecer entre los inclasificables. Pero lo que no admite dudas es que en la relación de Añel, aunque no sean todos los que están, todos los que están son. Además, ya quedó dicho que la finalidad de la obra no es radiografiar actitudes individuales, sino dejar expuesta la cultura del rehén que ha movido los hilos de estas dos manifestaciones artísticas desde sus inicios.
De cualquier manera, en otra de sus especificaciones del prólogo, el autor comenta que seguirá dándole taller al tema y que cabe la posibilidad de una segunda edición ampliada del libro. Aunque la verdad es que a mí me ha dejado satisfecho esta primera. Incluso ha conseguido alimentarme una gran expectativa, dada en la probabilidad de que bien sea Armando Añel o algún otro autor se animen a continuar profundizando en la incidencia del fenómeno sobre los demás sectores de nuestra cultura. Creo que en tal sentido no tendría desperdicios pasar la vista sobre el panorama de los escritores. Con todo y lo riesgoso que parezca ser entrarle con la manga al codo a un mundillo cuyos miembros tal vez requieran ser clasificados en más de tres grupos, y a una claque dentro de la cual la complicidad y el contubernio aldeanos harían naufragar en la costa aun el más serio de los análisis.