Los desatinos de unos mandamases prepotentes y soberbios

Con su modo de encarar a tiros y a palos las multitudinarias protestas de los días 11 y 12 de julio, y las medidas tomadas en las semanas posteriores con las que esperan evitar que puedan repetirse, Miguel Díaz-Canel y sus ministros se han confirmado como el más torpe, chapucero e inepto equipo de gobierno que pueda concebirse.

Primero fue la orden de combate dada por Díaz-Canel  a “los revolucionarios” para enfrentar a los manifestantes en las calles, lo que equivalió a intentar apagar un fuego vertiéndole encima alcohol de reverbero. Luego de eso, cuando dio marcha atrás, llamando a la concordia y la armonía entre cubanos, a decir no al odio y la violencia,  su discurso, en el que no pudo evitar que asomaran los epítetos despectivos, la soberbia y la guapería, sonó hueco, poco convincente, hipócrita.

Cómo creer en ese llamado a la concordia mientras continuaban los arrestos y seguía a toda mecha por todos los medios oficialistas y en boca del propio mandatario la narrativa llena de mentiras y manipulaciones ridículas  que pretendía presentar las  protestas como “un golpe blando basado en las instrucciones de un manual subversivo sobre guerra no convencional del gobierno norteamericano”, y a los millares de personas que participaron en ellas  como “marginales, delincuentes, antisociales,  instigados y pagados  desde Miami”, y “personas confundidas agobiadas por las privaciones provocadas por el bloqueo”.

Las medidas tomadas presuntamente para aliviar el caos económico son insuficientes, y por su testarudo apego a la economía centralizada socialista y la hegemonía de la empresa estatal están condenadas de antemano al fracaso. Como la ley de MIPYMES, que, en lugar de estimular, traba e impone limitaciones absurdas y contraproducentes al emprendimiento privado.

Con su llamado a ponerle corazón a Cuba y un derroche de demagogia, Díaz-Canel parece estar en una campaña electoral. Lo mismo recorre algunos de los barrios más depauperados de la capital, y donde más fuertes fueron las protestas, como La Guinera, Los Sitios, San Isidro y Tamarindo, que sostiene reuniones con estudiantes, deportistas,  evangélicos, santeros, espiritistas  y todo tipo de musulungos que se prestan para la jugada.

Solo así, luego de oír sus gritos y de ver su indignación desbordada, fue que se acordaron los gordiflones del PCC de los millares de personas que malviven en las villas miseria del socialismo castrista.

En La Guinera y otros de los llamados “barrios marginales”, Díaz-Canel y otros altos dirigentes del Partido y del Gobierno, rodeados más por segurosos que por simpatizantes, revisaron las reparaciones de calles, de algunas fachadas y acometidas de agua y salideros, simularon preocupación y cordialidad, dieron muela, mucha muela, y antes de largarse en sus carros, prometieron cosas que, como es costumbre suya, difícilmente cumplirán, porque “todos sabemos, compañeros, el brutal bloqueo yanqui, que nos impide bla bla bla…”

El pánico del régimen ha sido puesto al descubierto por  la implementación del fascistoide  Decreto Ley 35, con el que pretenden amordazar a los cubanos también en el ciberespacio, colar a la Seguridad del Estado y sus chivatos  en las redes sociales, cual si no les bastara con las ciberclarias.

En realidad, tienen motivos los mandamases para tenerle pavor a este pueblo desesperanzado, hambreado y falto de medicinas en el peor momento de la pandemia. Por eso mismo, debían ser más cuidadosos con sus políticas y con cada paso que dan. Pero su soberbia los pierde, no les permite atinar…

¿De veras creerán los mandamases que todo este caos que amenaza con alcanzar proporciones apocalípticas se va a resolver con caravanas contra el bloqueo, actos de reafirmación revolucionaria, cancioncitas, consignas ridículas y mentiras en el NTV?

Vuelven a equivocarse. Como mismo se equivocaron cuando se negaron a ver  el estallido social que vendría como consecuencia de la testaruda trabazón de las fuerzas productivas por la receta estatista y métodos que recordaban el comunismo de guerra bolchevique, y la aplicación, en el peor momento posible, en plena pandemia, de un “reordenamiento económico” que encareció los precios a niveles estratosféricos y nos ha puesto al borde de la hambruna.

Si no toman medidas de calado para mejorar la muy precaria vida de los cubanos y no se deciden a hacer reformas democráticas, no demorará mucho el próximo estallido.

Los mandamases no deben olvidar que el pueblo ha dicho alto y claro en las calles que quiere libertad, y no se va a conformar con que arreglen los baches, les repartan tres libras de arroz adicionales y un poco más de comida por la libreta de abastecimiento.

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Texto perteneciente al Dossier ‘El 11J en contexto’, del número 17 de Puente de Letras