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1965: El celebrado poeta norteamericano Allen Ginsberg, enamorado de la revolución cubana (¿o será sólo de algunos de sus líderes?), está a punto de ser expulsado de La Habana. La policía política de Fidel Castro lo saca a la fuerza del hotel Riviera para enviarlo directamente a Praga, no porque él escogiera ese destino sino porque la orden era subirlo al primer avión que levantase vuelo en el aeropuerto internacional José Martí.
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¿Cuál era el motivo? Ante esta pregunta, el esbirro que lo escoltaba respondió a Ginsberg que había violado las leyes del paraíso revolucionario. Y como él insistiera, interesado en saber qué leyes violó, la respuesta fue cortante: Pregúnteselo usted mismo.
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Por más que se lo preguntara, Ginsberg no podría saberlo, pues lo que él hizo, o más bien lo que dijo, ni siquiera estaba penalizado por las leyes de Cuba. Dijo que se masturbaba pensando en Fidel Castro y que le hubiera gustado irse a la cama con el Che Guevara.
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El mal gusto es tan común entre los buenos poetas como en cualquier otro tipo de persona. Pero no por ello requiere ser refrendado como un delito. Y no consta que sirviera para dictar sentencia nunca antes de aquel día. En ningún otro sitio del planeta. Todavía menos en forma sumaria. No obstante, el error esencial de Ginsberg pudo no haber radicado tanto en su mal gusto como en el hecho de que ignorase la ley suprema de la revolución fidelista, consistente en que las leyes que con mayor rigor deben cumplirse son las que no están escritas en código alguno. Las leyes del dedo único e inapelable.
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Allen Ginsberg era reconocido por aquella época como el líder de la llamada Beat Generation, movimiento literario formado por un grupo de escritores de Estados Unidos, entre cuyas características más afines alineaban el rechazo a los valores clásicos de esa nación, la práctica y el elogio de la libertad sexual y existencial, el uso de drogas, o la afición por la filosofía oriental, tendencias que inspirarían las bases del movimiento hippie. Así, pues, ya que tanto él como otras constelaciones beat, digamos Jack Kerouac, Lawrence Ferlinghetti o William Burroughs, eran exponentes de una contracultura muy crítica con el modelo capitalista estadunidense, resulta ciertamente comprensible que en un principio simpatizaran con la revolución cubana y que, al igual que tantos otros artistas e intelectuales extranjeros (de ayer y hoy), se rindieran ante el glamur de sus líderes sin detenerse a examinar su real naturaleza. Frivolidades de los cultos progres.
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Ginsberg había sido invitado a visitar la Isla para que ejerciera como jurado del premio Casa de las Américas 1965. Una de esas dobles jugadas que tan bien conocemos: vacaciones gratis y por todo lo alto para el famoso, con lo cual reciprocan su participación en campañas de apoyo a la revolución, a la vez que consiguen reforzar las simpatías de la intelectualidad progre del mundo mediante el revuelo mediático de su visita.
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Él, por su parte, estaba encantado con el proyecto, pues le permitiría conocer el socialismo en vivo. Eso dijo poco antes de tomar el avión. Sin embargo, apenas plantó los pies en predios habaneros, comenzaría a sentir en su interior la necesidad de un segundo aterrizaje. Mucho tuvo que ver en el asunto su casi inmediato acercamiento con algunos jóvenes escritores y artistas cubanos, agrupados en torno a la revista El Puente, quienes lo pusieron al tanto de ciertos pintoresquismos fascistoides que tenían lugar en esos días, como las redadas contra los homosexuales para su confinamiento en campos de trabajo forzoso. Es un pasaje de la historia sobre el que se ha escrito bastante. Así que bastará con recordar que aquellos puenteros (como se les llamó) soñaban poéticamente con hacer alguna suerte de pequeña revolución dentro de la revolución. Sueño peligroso, por el que muy pronto serían condenados por otra ley no escrita, bajo la sentencia de jóvenes “empollados por la fracción más disoluta y negativa de su generación”.
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Ginsberg deportado a la brava del país, sus amigos de El Puente presos o perseguidos o anulados, las aguas volverían a tomar su nivel. Mientras, la prensa oficial, ante la imposibilidad de guardar el habitual silencio cómplice, intentaba ilustrar el delito cometido por el poeta diciendo que lo expulsaron por fumar mariguana. Lapsus mentis. El redactor debió olvidar que Efigenio Amejeiras, Jefe de la Policía Nacional Revolucionaria en los primeros años del régimen fidelista (y luego General de División de las fuerzas armadas, con el título honorífico de Héroe de la República de Cuba), era el más proverbial mariguanero de La Habana justamente en los días de la visita de Ginsberg.
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¿Se avergonzaba el machismo-fidelismo por haber tenido que llevar su homofobia hasta el colmo de ocultar que algunos de sus principales líderes pudieran ocupar un sitio en los sueños eróticos de un homosexual, célebre, pero homosexual al cabo? No lo creo. En todo caso le molestaba o le asqueaba reconocerlo. Tal vez incluso lo consideraron políticamente nocivo. No en balde por aquellos mismos días Fidel Castro declaró en entrevista concedida a otro norteamericano, Lee Lockwood, que los homosexuales eran un lastre social y agentes de corrupción moral que contravenían los principios de la revolución.
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Con todo, más revelador que la actitud asumida por el fidelismo ante los sueños eróticos de Ginsberg, y mucho más sorprendente, resulta constatar que desde aquellos días hasta hoy, o sea a lo largo de sesenta años, la intelectualidad progre del mundo, con sus homosexuales incluidos, no ha escarmentado ante el rancio y crónico machismo del régimen, que jamás pierde la oportunidad de mostrar su cavernaria jeta, al margen de cualquier disimulo o cualquier estrategia carnavalesca como la que ahora dirige Mariela Castro.
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Marzo de 2019: las autoridades cubanas prohíben la entrada a la Isla de Michael Petrelis, prominente activista estadounidense por los derechos de la comunidad LGBTI (Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transexuales e intersexuales). En este caso no hubo sueños eróticos, o al menos no declarados. Pero Petrelis, al igual que Ginsberg, ignoró (continúa ignorando) las leyes no escritas que sustentaron la prohibición. De nada le han servido sus lazos de simpatía y amistad con Mariela, junto a la cual había participado antes en algunas de esas jornadas carnavalescas contra la homofobia que ella dirige en Cuba. “Hoy busco su ayuda y compasión con respecto a una inesperada prohibición del gobierno cubano que me impide visitar su país nuevamente”. Palabras literales escritas por Petrelis en un mensaje que le enviara a la heredera de los Castro. Pero no hubo respuesta.
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Aunque la ley no escrita que violó Petrelis no sea tan melindrosa como la violada por Ginsberg, es obvio que igual se la aplicaron inapelablemente. Pero, en suma, ¿cuál es su delito?
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Dos sucintos datos aireados por el propio Petrelis pueden ofrecer pistas: A) En el mismo mensaje que envió a Mariela Castro comenta que en su anterior viaje a la Isla (enero de 2019), el régimen había asignado a un agente del Ministerio del Interior para que lo vigilara de cerca. B) Cita textual de un comentario hecho público por él a raíz de la prohibición: “No tengo idea de por qué estoy excluido de los turistas a quienes les permiten visitar Cuba, pero seguramente tiene algo que ver con el haber compartido la vida de la comunidad LGBTI fuera del control del Gobierno”. Este dato B explica por sí solo el dato A, pero además no deja dudas acerca de la conexión entre la ley no escrita que afectara a Allen Ginsberg y la que ahora descargó su peso bruto sobre Michael Petrelis.
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La diferencia entre las actitudes de ambos afectados también es mínima. Ginsberg no renunciaría a sus sueños eróticos, estimulado quizá por el bolerístico arbitrio sobre el sueño imposible. Petrelis dice no saber por qué lo han vetado, al tiempo que deja saber que sabe, e implora ser perdonado, ignorando el carácter inapelable de nuestras leyes no escritas. Es lo dicho, los cultos progres del mundo no escarmientan con el fidelismo. ¿Será por aquello de que el amor es ciego y sordo, o acaso por simple y patética frivolidad?