La editorial Dos Islas en el arranque de este 2022 acaba de publicar, al cuidado de la poeta Odalys Interián, un nuevo libro de poemas. Se titula Un hombre parecido al mañana y su autor es Carlos Alberto Casanova, cuya obra poética hasta ahora sólo podíamos leer en sus páginas de internet, y a quien conocemos además por su libro de relatos La vida húmeda, publicado por la Editorial Primigenios en 2020, por sus crónicas de viaje en bicicleta por Europa (serie Caminos en bicicleta, Ceace, Amazon published independently) y las curiosas historias sobre la arquitectura y el urbanismo de la ciudad de Santa Clara en su blog Santaclarabycac.
Pero hablemos de Un hombre parecido al mañana.
Empecemos por donde se empieza todo libro: por el título. El de este libro es un título que informa, al menos todo lo que el título de un libro de poemas puede informar sobre sí mismo y, más, sobre la poesía y el tiempo en el que esa poesía ha ido urdiéndose. No voy a decir que respecto del autor, porque eso sólo podría asegurarlo el autor mismo y, incluso en ese supuesto, habría que desconfiar.
Me explico: No olvidemos que hay por lo menos dos tipos de arte: uno que juega o, como diría Lev Tolstói, se deriva del…, y otro que busca provocar sentimientos o, por lo menos, expresarlos, a ver. En este último, el objetivo, si aceptamos que lo tiene, es (y cito al gran escritor): “expresar la verdad sobre el alma humana, expresar aquellos secretos que la palabra sencilla no puede expresar”. Y más adelante, abundando en lo dicho: “El arte es el microscopio que conduce al artista hacia los secretos de su propia alma y que muestra a los hombres los secretos que son comunes a todos.” (Diarios, 17 de mayo de 1896, el subrayado es mío.) Y yo añadiría un tercero que bascula entre ambos: esto es, el que procura jugar en serio, o sea, el producto de un sujeto que lo hace con la seriedad propia del (y perdón por lo manido) juego de la vida. Un tipo de arte, digamos, híbrido.
Hablaremos, pues, a partir de todo esto, de aquello sobre lo que nos informa el título y, a la vez, de qué tipo de arte tenemos en las manos al coger este bello poemario.
Primero que todo, observemos que ese hombre del título es un hombre que “se parece al mañana”, por lo tanto, no es igual. Y podemos añadir que al decir tal cosa ese hombre se está refiriendo, por definición, a algo que no existe (que no existía en el momento de decirlo y que, si lo enfocamos desde el ángulo filosófico, tampoco luego), y eso (esa imposibilidad) forma parte de la ambigüedad, de la contradicción y, por supuesto, del misterio que el arte y, en especial, la poesía, solventan con otras ambigüedades, con otras contradicciones y con otros misterios. Si empezamos a divagar (o a filosofar) quizá entenderíamos mejor a qué me refiero, pero la idea no es ésa, lo siento.
La idea —si es que la hay al escribir sobre poesía—, la idea de este poemario y, un poco en general, de cualquier poema aislado u obra poética en conjunto, es el interior que, a su vez, es el exterior de la vida o de parte de ella, del poeta o del personaje o personajes (si es que el poeta ha decidido jugar o camuflarse), expresado con las mejores palabras posibles; que de eso, a fin de cuentas, van las llamadas “bellas letras”. Y todo en un intento que supongo inconsciente de coincidir con el ser humano promedio o total, al menos en el punto donde tal coincidencia suele darse que es (por decirlo de algún modo) el de las constantes existenciales: la vida, la muerte, el amor, etc.
En el libro de Carlos Alberto Casanova estas cosas son transparentes. En ningún momento, quiero decir, el poeta intenta jugar con eso que se sitúa más allá o más acá de los contenidos y que son las meras palabras, cuyas posibilidades lúdicas pueden ser infinitas. Pero él, Carlos Alberto Casanova, insisto, no lo hace. Al contrario, va más allá y hasta ubica en el tiempo y en el mapa muchos de sus poemas —de hecho, toda la primera parte—. Es como si quisiera que sus lectores, sobre todo aquellos que además conocemos los escenarios, podamos interactuar con los referentes de un modo más cercano o personal.
Pero eso no es todo: también hace aquello que vimos, p. ej., en Jorge Luis Borges: prologa. O sea, explica de algún modo qué ha pasado, con qué se va encontrar el lector, por qué están ahí esos poemas, cuál fue, en fin, la dirección emocional que les sirvió de semilla y qué nutrientes les insuflaron vida para formar el bosque que vemos. Algo, esto de los prólogos, que identifico con la humildad. Al leerlos (son dos, uno para cada parte) se comprende que viene a decir —de otra manera, quizá por otra razón— lo que Borges dijo al terminar el suyo a Elogio de la sombra: «Espero que el lector descubra en mis páginas algo que pueda merecer su memoria; en este mundo la belleza es común.» Humildad de alguien que sabe.
Y es lo que vamos descubriendo al adentrarnos en este hermoso libro, tanto en el conjunto como en el detalle. Vamos descubriendo que los poemas están construidos con moléculas poéticas de una gran belleza, pero, además, que el modo como esas piezas se engarzan y, así unidas, se deslizan hacia un fondo donde termina la cascada de voces, alcanza una magia que nos seduce y sobrecoge.
Y así acabo de exponer, pues, los tres momentos que nuestra mirada está obligada a recorrer si queremos atrapar esa unidad y dar, repito, con esa belleza.
Pero es importante llamar la atención además, y sobre todo, respecto de lo que podríamos llamar el ángulo en el que nos sitúa Carlos. Creo que en eso consiste el auténtico descubrimiento (puesto que es de lo que hablamos) de un poeta. El amor, la tristeza, la muerte… son asuntos trillados, porque son los asuntos humanos, nuestros asuntos, por excelencia. Lo vienen tratando desde hace siglos una multitud abrumadora de poetas, pero resultan escasos (muy escasos) los que en medio de esa polvareda han encontrado y encuentran un ángulo propio. Y esos (los que lo encuentran) son, para mí, los que importan. Los necesarios, por así decirlo. Y en Carlos Alberto Casanova creo hallar muchas veces bastante de eso. Coge un tema tan “visto” como es el del “amor”, y logra mostrárnoslo con un aspecto que nos sorprende.
Pero, más allá de estos hallazgos, Carlos logra algo todavía más importante: Logra, en gran medida, aquello que deseó Borges para su poesía. Porque el lector encontrará en estas páginas lo que la belleza tiene de común en este mundo y muchas, muchas cosas, que seguramente merecerán su memoria.
El poema que inaugura “Un hombre parecido al mañana” es un excelente dato para confirmarlo. Juzguen ustedes:
Oficio de loco que desvaría
Quiero moldear en yeso (yeso puro yeso sin esmalte coloreado)
la esencia melancólica de tu vida oculta al sol
y si me lo permites
sembrar en tus ojos desprovistos de luz (tu melancolía
es un velo húmedo que se convierte en verdugo gentil)
sembrar,
las flores más flores, las que marchitan, esas flores que
sólo nacen con un manto de rocío,
ese que brilla cuando nace el alba.
Alba azulada.
Quiero también,
grabar tu voz en todas las tempestades,
las de mayo y las de noviembre, precisaría,
para acariciar en los parques, abiertos, o cerrados como
los ojos de un gato que nace,
para acariciar a
todas los alas grises de la tierra, a cambio de que trines
como ellos.
Trino matinal.
Quiero moldear en barro (cocido para distanciarme del yeso)
la voluntad impersonal de tus costumbres (el café, al alba,
con trinos dulces, como el espanto de un gato, el de la vecina),
y si me lo permites
confiar a tus manos la libertad
(la de acomodarme en tu regazo, y pensar)
confiar mis temores aún no rebeldes
confiar a tus manos, una caricia, aquella
nacida en la estación más pobre del universo.
Libertad limitada, sin azúcares.
Libertad con mayúscula.
Yeso, barro, un poco de arcilla verde
para moldear alguna de tus torpezas (cuando
miras a los ojos del padre buscando aprobación)
moldearlas, en ese cuerpo ligero que gira y no deja de
girar entre una pieza y otra
vagar por tu molde (vestido de guinga)
sin romper la ilusión de que nunca me iré lejos, viaje
iniciado de una pieza a otra,
las piezas que habita tu melancolía.
Melancolía absoluta. La tuya.
Quiero compartir mis aspiraciones (de un golpe, sin respirar)
para moldear el aliento, tu mano fina
y tu vida anclada mirando
mi oficio, de loco dirías,
cruzando cielos, evadiendo guerras,
para al final de tanto querer,
acaparar mi respiración,
depositada, levemente despierta sobre mi pecho agitado
en la penumbra.
Aspiraciones conflictuales.
La de respirar sin mirar de reojo, sin escrutar la calle
desde la mirilla.
Te quiero decir, con toda la melancolía que brota de tu
trino matinal, que desvarío, mientras moldeo el trío que
formamos.
Santa Clara, 1984