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Lilo me invita a montar ‘El caballo’

Mi amigo Lilo Vilaplana me invita a la premier de su película «El Caballo» el próximo 25 de septiembre, y no me queda más remedio que montarme en el potro de cuatro ruedas para viajar hasta Miami y compartir con él y sus compañeros de rodaje tan importante acontecimiento.

Y todo porque yo aporté una modesta contribución económica a la realización del film. Apenas una gota en el magro presupuesto de la película, pero así, de a poquito, y con más voluntad e ingenio que recursos, luchando a veces contracorriente y la influencia del castrismo en Miami, Lilo se empeña en mantener viva la cubanidad en el forzado exilio que nos toca vivir.

Se trata de una comedia de humor negro filmada en solo cinco días, basada en una historia vivida por el dramaturgo cubano Marcos Miranda. La película, de 1 hora y 16 minutos de duración, muestra la realidad de una isla donde la sobrevivencia depende de la habilidad de cada uno para jugar cabeza a un régimen que todo lo prohíbe, hasta el simple acto de masticar algo con más consistencia que el pasto.

Lilo ha demostrado su excelencia lo mismo en la pequeña pantalla que en el cine. Dirigió con éxito en Colombia los seriales televisivos “La Mariposa”, “Arrepentidos” y “El Capo”, que le valieron premios internacionales, y películas como “La casa vacía”, “Irene en La Habana” y “Plantados”, entre otras. Con “El Caballo”, es la segunda vez que incursiona en el “carnismo” de los cubanos. Lo hizo en “La muerte del gato”, un conmovedor cortometraje exhibido en el Festival de Cannes y cuyo desenlace deja en el espectador un ambivalente sentimiento de risa y llanto.

La dictadura nos ha quitado muchas cosas: el derecho a decir, pensar y actuar libres de dogmas, consignas y amenazas, pero nunca nos ha podido quitar el “carnismo” que llevamos en el ADN. El término fue acuñado en 2001 por la escritora y psicóloga Melanie Joy, quien lo definió como un «sistema de creencias o condicionamientos que empujan a comer carne», popularizado en su libro «Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas».

Pero «El Caballo» de Lilo es otra cosa. Es una simbología cubana entre la añoranza por la carne —más que por la conga— y el deseo íntimo de partirle las patas a ese otro Caballo que impuso como delito penado con cárcel hincar el diente a cualquier animal que caminara, volara, se arrastrara o nadara en su finca particular.

Lo confieso, yo también compré y comí carne de caballo en Cuba. Mientras masticaba, pensaba más en el infeliz tipo al que habían descabalgado que en el pobre cuadrúpedo que pastaba hielo en mi refrigerador. Fui un sobreviviente, como muchos, y cada bocado de carne que me llevaba a la boca, era como un grito de rebeldía al control del Equino en Jefe.

Cierta vez llegó un vendedor a mi casa en Playa ofreciendo la preciada mercancía de dudosa procedencia. Alguien del barrio le había dicho que yo portaba dólares. El hombre me ofreció “carne limpia y de primera”, a dólar la libra. Ochenta centavos si le compraba toda la existencia, con tal de salir de esa candela. Le hice pasar a la sala mientras buscaba el dinero, pero con tan mala fortuna que lo primero que vieron sus ojos fue mi retrato al lado de Caballo Viejo, tomado por un fotógrafo amigo en una de esas giras que solía hacer por su sabana privada, mientras un grupo de periodistas, yo incluido, íbamos convirtiendo en victorias sus disparatadas bostas.

El hombre se quedó mirando fijo el retrato y con la cara más blanca que la pared recién pintada de lechada viró la espalda y salió gritando:

—¡Cojones! ¿¡Dónde me he metido!?

Desde ese día puse por atrás de la foto maldita otra de John Lennon, y viraba el cuadro a conveniencia de quien me fuera a visitar.

Y ahora, un pequeño spot. «El Caballo» se estrena el 25 de septiembre a las 7 p.m., en el Teatro Manuel Artime del 900 sw 1 Street, Miami. Entradas, $20 en este sitio www.myticketon.com

En realidad, 20 dólares no es nada por un plato de «El Caballo» en salsa de humor negro. Prepárese a reír, pero lleve Kleenex por si acaso.

Apoyemos a Lilo Vilaplana y al arte cubano.


 

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Pablo Socorro
(La Habana, 1951) es graduado de Periodismo en la Universidad de La Habana. A su arribo a Miami desempeñó varios trabajos, entre ellos árbitro de softbol y redactor de mesa de Reuters. En 1998 fue contratado por AFP como corresponsal y editor con base en Los Angeles (California), hasta su retiro en 2017. En Estados Unidos ha publicado los libros ‘Hablar en cubano’ y ‘Saliendo del clóset: Crónicas para reír y pensar’, entre otros. Fue finalista en 2017 del Premio de Poesía Luigi Pirandello (Italia). Obtuvo mención en el Concurso de Cuentos Letras Marinas III (Argentina). Reside en la Florida.
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