Las relaciones entre Cuba y Estados Unidos tienen raíces profundas en la historia. Para aproximarnos a todo tipo de detalles sería necesario investigar los contactos entre la población indígena de ambos territorios en el período precolombino. Cuba fue descubierta por Cristóbal Colón en 1492 y los estudios sobre la población aborigen han ido avanzando con el tiempo, aunque no es mucho lo que se conoce sobre las épocas más remotas. Nos limitamos a señalar estos asuntos pues no se trata únicamente de historia económica, política o cultural, sino hasta de cuestiones de proximidad geográfica. En este breve recuento nos referiremos a algunos datos simplemente como una especie de intento de hacer una composición de lugar sin pretender ofrecer estadísticas o descripciones elaboradas.
A partir de la conquista española de Cuba, iniciada en 1510, podemos hablar de relaciones que, años después, se producirían entre el proceso de colonización de la Isla y de la exploración y posterior colonización de la península de la Florida y otros territorios de la América del Norte. Pero debe tenerse en cuenta que Estados Unidos, como un país con identidad propia, no inició su vida nacional en la Florida sino en las Trece Colonias Inglesas de la América del Norte. Ahora bien, los cubanos cooperaron a la independencia de la nueva nación y contactos y relaciones entre los luchadores por esa causa y los habitantes de la colonia española que era Cuba fueron de gran importancia. A principios del siglo XIX la Florida, tan vinculada con Cuba desde el siglo XVI, sería incorporada a Estados Unidos mientras la Isla permanecía bajo soberanía española.
A partir del siglo XVIII, en plena era colonial, existían relaciones comerciales entre los pobladores de los territorios de Cuba y la América del Norte. La cercanía a la nación con más acelerado desarrollo económico sería un factor fundamental para la economía cubana. Muchas naciones hubieran deseado tal proximidad. En el siglo XVIII el comercio ilícito entre las colonias europeas del continente americano se incrementó. Además, la Toma de La Habana por los ingleses, en 1762, permitió abrir el comercio con las colonias británicas de Norteamérica y el Caribe.
Después de la independencia de Estados Unidos, en parte gracias a la cooperación española con los esfuerzos independentistas de los norteamericanos, el aporte de habitantes de Cuba a esa causa y las buenas relaciones de los cubanos con los nuevos gobernantes de Norteamérica, la Isla se convirtió gradualmente en importante socio comercial de Estados Unidos. Muy pronto muchos norteamericanos adquirirían propiedades en Cuba.
Las rebeliones de esclavos en la última década del siglo XVIII y la consiguiente proclamación de la independencia de Haití en 1804, favorecieron el desarrollo económico de Cuba. Por mucho tiempo, el Santo Domingo Francés (actual Haití) fue la colonia más rica del mundo. Pero ya a principios del siglo XIX Cuba estaba orientada en esa dirección. La industria azucarera cubana se expandía y esclavos africanos fluían al país aun antes de alcanzarse ese altísimo grado de desarrollo.
En realidad, entre 1762 y 1838 entraron en el territorio de la colonia 391,024 africanos. En 1817 la trata había sido abolida bajo presiones británicas, pero a pesar de ello el flujo aumentó. La población criolla controlaba en buena parte la tierra como ganaderos, plantadores de café, tabaco y sobre todo azúcar. Los plantadores demandaban sus derechos a comprar mercancía a países extranjeros y no sólo a España. El año de 1818 fue importante para la economía insular porque muchas restricciones al comercio internacional fueron abolidas y los contratos comerciales con Estados Unidos empezaron a reemplazar en importancia a los que se hacían con intereses comerciales españoles. Ya en 1877, las exportaciones a Estados Unidos eran de alrededor del 83 por ciento de la producción en Cuba. Muchos norteamericanos empezaron desde antes de esa fecha a visitar la Isla o residir en ella.
Hasta avanzado el siglo XIX era requisito indispensable profesar el catolicismo romano para obtener la condición de residente legal permanente, pero muchos protestantes norteamericanos lograron obtener documentos que certificaban un catolicismo que no profesaban realmente. La situación cambió más adelante y ya a partir de 1871 hasta se autorizó la celebración de cultos religiosos para los extranjeros no católicos. Muchos libros de viaje escritos por norteamericanos reflejaban la importancia que se le daba a Cuba en Estados Unidos. En 1828, la publicación de Cartas escritas en el interior de Cuba, del Reverendo Abiel Abbott, pastor de la Iglesia Congregacional que había sido compañero de estudios del presidente John Quincy Adams, inauguraría un período de visitas y escritos de norteamericanos interesados en la Isla. Abbot residió brevemente en Cuba, como fue también el caso del político William Rufus Duvane King, de Carolina del Norte, el cual residía en la Isla durante su elección como vicepresidente de Estados Unidos, cargo que juró en Cuba en 1853. Duvane King, el vicepresidente de Franklin Pierce, ha sido el único mandatario estadounidense con un rango tan elevado en tomar posesión fuera del territorio nacional.
Un libro importante, Cuba con pluma y lápiz, de Samuel Hazard, recibió, como otros, gran atención en Estados Unidos. La influencia norteamericana crecía rápidamente, hasta el punto que un escritor inglés -muy prominente, por cierto-, Anthony Trollope, no sólo resaltaba como los extranjeros (mayormente norteamericanos, pero también ingleses) iban controlando el comercio, sino que aseguraba que “La Habana sería pronto tan americana como Nueva Orleans”. Se notaba la difusión del idioma inglés en las clases pudientes. Muchos de los cubanos con mejor situación económica enviaban a sus hijos a estudiar a Estados Unidos.
La emigración cubana a Estados Unidos es un asunto aparte. Muchos cubanos se establecieron en ciudades como Nueva York, Filadelfia, Nueva Orleans, Jacksonville, Tampa y Key West por motivos económicos o, sobre todo, por cuestiones políticas. La segunda mitad del siglo XIX se caracterizó, entre otras cosas, por una emigración política que incidiría en forma apreciable en los intentos separatistas, anexionistas o independentistas de los cubanos. Todos los estudios acerca de las luchas cubanas por separarse de España incluyen capítulos enteros llenos de información sobre la relación entre emigración y lucha separatista. En Estados Unidos residieron por mucho tiempo próceres de la importancia del Presbítero Félix Varela y el Apóstol de la Independencia, José Martí. Algunos de ellos, como el futuro primer presidente de Cuba independiente, Tomás Estrada Palma, llegaron a obtener la ciudadanía estadounidense.
Durante el siglo XIX se llevaron a cabo intentos de comprar Cuba. Algunos presidentes estadounidenses, como Thomas Jefferson, estuvieron entre los más tempranos partidarios de convertir a la Isla en territorio de Estados Unidos. Este prohombre, uno de los fundadores de la nación americana, creía que la adquisición de Cuba sería la más interesante de todas.
John Quincy Adams entendía que Cuba gravitaría inevitablemente hacia una integración dentro de la Unión norteamericana. Y muchos políticos señalaban que se debía aprovechar cualquier oportunidad favorable para integrarla en el vecino del norte. El llamado “Manifiesto de Ostende”, resultado de una reunión más o menos secreta de diplomáticos norteamericanos en un lugar de Europa, proponía que Estados Unidos adquiriera a Cuba pagándole 130 millones de dólares a España. No sería el único proyecto de esa naturaleza. En torno a esa cuestión se hicieron varios intentos de negociación con Madrid. En cualquier caso, entre 1878 y 1898 las peripecias de las guerras independentistas, que deterioraron considerablemente la economía del país, permitieron a inversionistas norteamericanas y de otras nacionalidades aumentar el volumen de su control sobre aspectos determinados de la economía insular.
Con anterioridad a esas fechas, sobre todo antes de terminada la Guerra Civil en Estados Unidos (1861-1865), el anexionismo había sido un proyecto atractivo para un gran sector de hacendados preocupados con las rebeliones de esclavos, los cuales encontraron un ambiente propicio sobre todo entre sureños interesados en añadir otro estado esclavista a la Unión norteamericana. Esfuerzos separatistas como las conspiraciones encabezadas por el general cubano-venezolano Narciso López, a mediados del siglo XIX, recibieron apoyo en sectores anexionistas en Estados Unidos y Cuba.
Obras fundamentales sobre estos temas, escritas por cubanos, son La expansión territorial de Estados Unidos, de Ramiro Guerra, y sobre todo Historia de las relaciones de Cuba con Estados Unidos y España (4 volúmenes) y Narciso López y su tiempo, de Herminio Portell-Vilá. El historiador marxista cubano Sergio Aguirre llegó, como otros, a considerar como plenamente anexionistas los esfuerzos de López, aunque Portell-Vilá supo matizar el asunto y prefirió considerarlo más bien un aliado coyuntural de anexionistas norteamericanos. Pero la bibliografía, tanto nacional como extranjera, es demasiado extensa como para citarla en su integridad.
En Cuba, después de esfuerzos de todo tipo, reformistas, anexionistas, separatistas, independentistas, se logró la independencia. Varias guerras y rebeliones prepararon el camino que condujo a la separación de España. Los cubanos, que iniciaron una guerra que duró casi diez años, en 1868 no lograron el reconocimiento de su beligerancia por parte del presidente Ulysses Grant. En 1895 experimentaron la misma frustración de parte de la administración de Grover Cleveland. Finalmente, la Guerra Hispano Cubano Americana (1898), promovida en gran parte por la prensa norteamericana y por las iglesias protestantes, deseosas de penetrar religiosamente la Isla y favorecidas por su correligionario, el presidente William McKinley, un fervoroso metodista, marcaría no sólo el final de la colonia en Cuba, sino la conversión de Estados Unidos de América en la gran potencia que, al derrotar en suelo cubano a lo que quedaba del inmenso Imperio español, entraba en el escenario internacional como un factor decisivo con el que era necesario contar.
El hundimiento del Maine en la bahía de La Habana fue el detonante de la intervención estadounidense y permitió la Declaración Conjunta del Congreso de Washington permitiendo las hostilidades. El período de ocupación norteamericana (1898-1902) marcó el momento más intenso de relaciones entre los dos países. La influencia de la cultura, del estilo de vida y las relaciones económicas se intensificó. En asuntos como la administración pública, la educación, la sanidad y el tipo de gobierno, la influencia estadounidense quedaría enmarcada en aspectos fundamentales. A pesar del fracaso de las intenciones anexionistas del gobernador militar Dr. Leonard Wood, se encontraron formas de ejercer influencia permanente o a largo plazo, como fue el caso de la Enmienda Platt, que se añadió a la Constitución redactada en 1901 y que permitiría hasta 1934, cuando fue abrogada por acuerdo mutuo, una posible intervención norteamericana en Cuba en ciertos casos específicos.
Después de la independencia, en 1902, las relaciones continuaron con gran intensidad. Cuba era uno de los principales clientes comerciales de Estados Unidos y viceversa. Aumentaron las inversiones y se multiplicaron las escuelas americanas, no sólo protestantes sino también de inspiración católica. Misioneros norteamericanos reemplazaron parcialmente a los españoles en el catolicismo, mientras que cientos de clérigos y maestros protestantes estadounidenses se radicaron en el país. El inglés confirmó su condición de segundo idioma hablado en la Isla. Miles de cubanos preferían trabajar para “compañías americanas”. Gigantescas empresas y formidables inversiones, ingenios azucareros, proyectos agrícolas, facilitaron la concesión a Cuba de empréstitos por parte de intereses norteamericanos. En 1926 las compañías estadounidenses poseían el 60% de la industria azucarera e importaban el 95% de la producción total de azúcar. Pero ese proceso tomaría otra dirección en los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo XX. La presencia cubana en todo tipo de empresas, hasta algunas con base en Estados Unidos, sería más evidente.
Los cubanos abrieron por cuenta propia una nueva etapa en la cual adquirían más y más ingenios y empresas, sin dejar de cultivar buenas relaciones y beneficiarse de la proximidad del mercado norteamericano, que por mucho tiempo garantizó la venta de la producción azucarera. Momentos difíciles, como los causados por la depresión de los años treinta o los “crack” bancarios, no pudieron retrasar demasiado el desarrollo del país ni la creciente influencia nacional en la economía. Pero referirnos a tales situaciones requeriría un espacio del cual no disponemos aquí.
Durante las República hubo influencia norteamericana en la política interna cubana, pero ese tema ha sido exagerado. En 1906 el gobierno americano, utilizando la Enmienda Platt, envió tropas a Cuba para evitar la desestabilización del país con motivo de la llamada “Guerra de Agosto” contra el gobierno del presidente Tomás Estrada Palma. La renuncia de los gobernantes cubanos ese año dejó al país en una situación difícil, que provocó la intervención pero no el fin de la República. La presencia del gobernador designado Charles Magoon y otros funcionarios y militares fue estrictamente temporal y con el propósito de “mantener tranquila a Cuba”, frase que se convirtió en el lema de las diferentes administraciones norteamericanas.
Siguió flotando la bandera cubana y una administración de cubanos, legalmente electa en 1908, tomó posesión en 1909. Incidentes aislados provocaron en contadas ocasiones la presencia reducida de tropas norteamericanas en sitios específicos y no a nivel nacional. Estados Unidos, en base a la Enmienda Platt, llevó a cabo una polémica “mediación” en 1933, en los últimos días del gobierno del presidente Gerardo Machado, pero al año siguiente quedó abolida la Enmienda Platt. Algún caso, como el gobierno llamado de los Cien Días, de la presidencia de Ramón Grau San Martín, acompañado por su secretario de Gobernación, Antonio Guiteras, no obtuvo reconocimiento diplomático por parte de Washington, pero esa excepción confirmó la regla de relaciones ininterrumpidas y generalmente cordiales.
Imposible sería negar la existencia de problemas, tensiones y diferencias. Tampoco sería correcto intentar ocultar o disimular la realidad de que se produjeron muchísimos casos en los cuales intereses cubanos fueron afectados por la influencia norteamericana en aspectos económicos, pero en el año 1957 Cuba había llegado a un nivel de desarrollo extraordinario y acelerado, interrumpido por la guerra civil intensificada en 1958, y alterado decisiva y trágicamente por los acontecimientos posteriores al primero de enero de 1959.
Con luces y sombras, el destino cubano ha estado vinculado estrechamente al de Estados Unidos y, sobre todo, a su pueblo, del cual forman parte actualmente más de un millón de cubanos y sus hijos, integrados en todo tipo de actividades laborales, profesionales, académicas, militares y en las más altas posiciones de gabinetes presidenciales y del Congreso Federal, sin olvidar las instancias del poder estatal y local. Cubanos y estadounidenses lucharon juntos en la guerra de independencia o Revolución Americana iniciada en 1776. Lo hicieron después en conflictos internos de ambas naciones. Dos estadounidenses fueron generales del Ejército Libertador, Thomas Jordan y Henry Reeves. Cubanos tuvieron rangos de coronel y hasta de general en la Guerra Civil norteamericana.
En la Guerra Hispano Cubano Americana, a pesar de los problemas que puedan señalarse (que fueron reales y no deben ocultarse), cubanos y estadounidenses fueron aliados. Juntos se enfrentaron después, salvando las distancias por supuesto, a las Potencias Centrales en 1917-1918, y al Eje Berlín-Roma-Tokio en 1941-1945. Cubanos pelearon junto a norteamericanos en las guerras de Corea, Vietnam, Kuwait, Irak, Afganistán… la lista sigue. Nuestros pueblos no sólo son amigos, vecinos y hermanos, sino que están inexorablemente vinculados por la historia, la geografía y los intereses económicos. También por la milenaria civilización cristiana y “los inescrutables designios de la Providencia”.