Cuando contemplamos el David de Miguel Ángel, nos impresionan su belleza, la pose que sugiere determinación, seguridad en sí mismo, y también arrogancia. Difícilmente alguien pensaría en Goliat. Ese David, imagen de la victoria, no sólo ha vencido ya a Goliat: también lo ha remplazado. Goliat, el gigante -el Monstruo-, ha cedido ante el empuje de la imagen masculina, blanca, serena, civilizada y racional de David. No es casual que este David se haya convertido en esa imagen en la que han enredado la admiración y el deseo, la masculinidad y el homoerotismo, el deseo homosexual y la noción de belleza en cuanto blanca y masculina.
Fidel Castro habló a los cubanos en 1959 del gran destino que estaban llamados a tener. Les dijo, mientras se fusilaba a lo largo y ancho del país, que eran el pueblo más noble del mundo. Para defenderse de las críticas internacionales, Castro afirmó que éramos un país civilizado y no un montón de africanos salvajes. Los cubanos aplaudieron. Estaban complacidos con el espejito.
Castro hizo creer a los cubanos que eran David enfrentados al monstruo imperial. Por supuesto, David era él, y su sueño no era derrotar al imperio, sino sustituirlo. El mejor ejemplo de esto fue la aventura colonial en África. La excusa: teníamos sangre africana, nuestra herencia. Para echar sal sobre la herida le dio a la operación el nombre de una negra rebelde que, todavía hoy, es casi una desconocida: Carlota. Lo era aún más en aquella época. De lo que se trataba era de jugar a ser una gran potencia, y tenida por tal, en la Guerra Fría. Lo logró, y luego convirtió al país en capilla ardiente de los caídos (mayormente negros). La empresa colonial continúa hoy con las misiones filantrópicas a los más necesitados y menesterosos. Ejércitos de batas blancas son fotografiados llegando con una gran bandera cubana y un retrato de Castro en muchas ocasiones. Excepto por lo del retrato, hasta en esto el Estado cubano ha llegado a parecerse al de Estados Unidos. Cada cual hace propaganda colonial con lo que tiene: médicos o soldados.
Castro declaró que la victoria en Angola había sido otro Girón. Es decir, los soldados cubanos solos pelearon y vencieron en África. Esto demuestra las sutilezas con que hay que entender el racismo. Internacionalmente, la victoria fue de Cuba y, sobre todo, de Castro. Aunque hayan peleado y muerto negros, la victoria, en África, es todavía la del hombre blanco: Castro. Después de su muerte empezó a enfatizarse su segundo nombre: Alejandro. Hay hasta un «Cantar de Alejandro». Por algo será.
Castro pretendió perpetuarse, y el Estado a su vez perpetuarse en él. Se inscribió en la prensa y en la división administrativa de la isla: periódico Granma, periódico Girón, provincia Granma. Y ahora, en un infame edificio en la provincia de Matanzas (menciono sólo algunos ejemplos).
El país está hundido en la miseria más que nunca. Las farmacias están vacías. El Covid está haciendo los peores estragos, y aumentan los muertos. Pero el Granma sigue en la tarea de pintar el Paraíso. Y el Congreso del PCC dejó en claro que no permitirá ningún desafío al sistema. ¡Socialismo a muerte! Y a Muerte es, porque el mensaje a la población va siendo cada vez más claro: comerán lo que puedan sembrar. Así que no boten las laticas.
En medio de este desolador panorama, la resistencia se ha plantado firme. Y esa resistencia, que ha hallado su reserva simbólica en un barrio pobre y de negros, y de jóvenes -San Isidro-, ha mostrado al mundo entero la brutalidad del racismo institucional y la dictadura imperantes en Cuba.
Hace unos días alguien subió un video desolador. Muy cerca de la entrada al hotel Inglaterra había un negro pordiosero echado en el suelo. Un policía se le acercó con una lata y empezó a echarle agua en la cabeza. El hombre no se levantó y el policía volvió a lo mismo. La operación se repitió varias veces, mientras la gente pasaba y miraba. Finalmente el hombre se levantó y el policía le indicó que se fuera. Medio cojeando, el hombre empezó a caminar. No protestó, no dijo nada. Se fue. El policía hizo con él lo que yo mismo había visto hacerle a un perro para que se fuera. Hubo alguna que otra indignación en Facebook, pero no repercutió mucho. El Estado la ha cogido ahora con hacerse el campeón de los derechos de los animales. Pero en ese proceso está aprendiendo de su «Némesis»: no dejes pasar el abuso de los animales, pero si se trata de un negro matado por la policía o de otro acosado por la policía, bueno, ¿pues qué? Pero el asunto habla también de nuestra bancarrota como seres humanos, aquí y allá, y en todas partes. Ese negro me recordó a mi padre, pero no era necesario para que me diera cuenta de que su vida, tratada como un trasto, era la de cualquiera de nosotros.
El performance de Luis Manuel Otero Alcántara tiene un peso simbólico y político imposible de subestimar. La imagen de Alcántara agarrotado pone ante los ojos de todos la continuidad colonia-república-«revolución». Pero sobre todo colonia-«revolución», puesto que nunca antes como desde 1959 el Estado ejerció un control tan férreo del espacio público y de la libertad de expresión.
Otero Alcántara, agarrotado, ejecutado sumariamente por los medios de comunicación del Estado, ha hecho posible así la emergencia de otro David, el que mejor nos representa: el del negro pobre esclavizado y condenado al cepo y al latigazo. Y también al verdadero Goliat: el Estado blanco, machista, totalitario, plantacionista. Y Otero Alcántara es también el negro del hotel Inglaterra: los dos agarrotados, todos en el cepo y perseguidos y acosados por los rancheadores. Pero los perseguidores ahora tienen miedo, mucho miedo, y no pueden ocultarlo.