Pertenezco a una familia desmembrada por el exilio. Viví pensando en que nos reuniríamos del otro lado de esas 90 millas, que han sido el sueño y la pesadilla de un país entero.
Siendo ya adulta, pude salir por reclamación familiar, con mi hijo, entonces menor de edad, pero decidí quedarme por amor. Así de simple. Porque no puedes llevarte todo cuando te vas, y elegir puede ser dolorosísimo y traumático. Puede cercenarte en dos partes.
Entiendo profundamente el exilio porque lo viví a la inversa, y siempre he pensado que esas barreras que separan a los cubanos del mundo (políticas, más que geográficas), tienen que ser removidas.
Las luces que cubanos de Miami lanzaron anoche desde el cielo compartido por ambos países, desde el mar compartido, me hicieron sentir que el fin de la pesadilla está cerca y esa distancia volverá a ser lo que realmente es. Porque cuando la recorrí por fin hace dos años, en avión, no podía creer que tantos muertos, tantas familias desechas, tanta tristeza cupiesen en ese espacio de agua y en 45 minutos de vuelo.
Ya es hora de desbaratar el hipnotismo, la «fatalidad» geográfica, de la «maldita circunstancia del agua por todas partes». Ser una isla no nos condenaba al ostracismo, ni al atraso comercial ni tecnológico antes de 1959.
Gracias hermanos del exilio, por no dejarse arrancar a Cuba. Gracias cubanos de adentro, por no dejarnos morir en el inxilio que nos han impuesto.