Hoy el mundo evoluciona subido en el tren de la ciencia. Algunos que lo percibimos portamos la biblioteca de Alejandría en el bolsillo y la consultamos. La mayoría, sin embargo, continúa bajo el imperio de sus hormonas y ahora tiene un apartico que da acceso permanente a desnudos y pornografía. La cascada de información que corre ante sus ojos no la pretenden entretejer, solo dan explicaciones desmembradas.
La ciencia tiene métodos eficientes para discernir lo falso de lo verdadero, dentro de cierto rango del universo. Nunca hay una verdad inamovible en ciencia. La verdad científica no se crea en raptos o fogonazos de un Cicerón o un Shakespeare. No se pare en súbitas iluminaciones si no la construyen paulatinamente muchos talentosos individuos con pedazos de verdades y mentiras, encoladas mediante la duda sistémica y, de vez en cuando, un brochazo de genio. Arte, filosofía, religión, son otros modos de auscultar el universo, pero son más ensoñación, más verdad dada e instaurada, y menos palancas que la ciencia.
El problema actual de la ciencia es que, dentro de su propio ser, han surgido toda una serie de cuerpos de saber que con un crecimiento desordenado la distorsionan, sin un claro respeto por los métodos científicos de metabolizar y aceptar la verdad. Y ello puede llegar a hacer metástasis. Esos crecimientos tumorosos no llegan a tener la coherencia del cuerpo principal y se declaran auténticamente “científicos”, aunque estén mal encolados. Puede que sea el caso de las llamadas ciencias blandas, la filosofía, la economía y algunos planteamientos desde las humanidades.
Aun cuando es evidente su (muy) pobre bagaje estadístico, así como la escasa probabilidad de que sus “verdades” sean verdaderas, se declaran formas válidas y duras de auscultar y redefinir el mundo. El caso más prominente y costoso es el marxismo, que se pretende ciencia a golpe de martillazos e intrigas, imponiéndonos ciertas ideas o jueguitos de palabras que nacieron en la mente atormentada de Marx y que luego repiten agentes de la Internacional Comunista, la KGB y algunos miles de vanidosos profesorcitos de “filosofía” y “ciencias políticas” (clases, luchas de clases, plusvalía, dictadura del proletariado…).
Ya hemos visto los millones de fallecidos que ha provocado tratando de embutir lo humano en sus corsetes mentales marxistas. ¿Cómo es posible que tantos profesores repitan estos asertos ante confundidos alumnados de Occidente? Porque el marxismo no es científico, no es un llamado a la racionalidad sino a los bajos instintos humanos. Los lerdos, envidiosos y resentidos del mundo están preadaptados a “comprenderlo”.
Es indudable la necesidad que tenemos de pensadores, soñadores y de amplias discusiones filosóficas. Pero no como la mayoría de los profesores de filosofía, sociología, economía, van por el mundo regando la semilla de “su verdad”, que consiste en que todos somos iguales. Y peor, los que no los reafirmamos, somos execrados, ninguneados. Casualmente, el mundo biológico basal evoluciona hacia la diversidad, no hacia la igualdad. Eso no le hace mella a la arrogancia intelectual de Sartre, Foucault, Gramsci, Marcuse, Simone de Beauvoir, Judith Butler y comunicadores actuales como Pablo Iglesias, Inigo Errejón, Juan Carlos Monedero, Enrique Dussel, Alfredo Jalife, Atilio Borón, Dario Sztajnszrajber, Arturo Lopez-Levy, etc, etc.
Que una novela sea una herramienta socio-ingenieril o que un filósofo sea ingeniero social, es un error mayúsculo y una arrogancia intelectual improcedente. Sin embargo, abundan hoy esos filósofos reingenierizando el mundo o sociólogos proponiendo e imponiendo concepciones que no ocurren en la base biológica y que en los hechos son anticientíficas.
Hoy vivimos en sociedades industrializadas que por su enorme productividad pueden tener amplios sectores de su población dedicados a las elucubraciones y la creatividad difusa, entre estos claustros numerosísimos en universidades cerradas. No puede ser que estos se dediquen a desmontar las bases culturales de Occidente. Con simples asertos y suposiciones, pero valiéndose de bulla farandulera, privilegios académicos o falta de recurso de otros, imponen sus ideas. Actuando como emisores privilegiados, algunos pretenden que pueden “reorientar” el mundo. Y en realidad, están poniendo al mundo de cabeza.
Algunos “ingenieros” tienen evidentes agendas desde sus sesgos culturales, traumas personales y mentales. Este es el caso de algunos de los grandes referentes intelectuales actuales como Marx o Foucault. Es por haber entronizado a estas figuras resentidas, falsamente humanistas, que estamos caminando en redondo, alrededor de los mismos mitos.
¿Cómo es posible que parapetados detrás de las murallas universitarias se ametralle lo humano en nombre del humanismo? Por orgullo, vanidad y arrogancia intelectual, que puede estar implicando el desconcierto de seres desvinculados de la realidad y así previamente erosionados en su humanidad e identidad. La concertación global no puede hacerse pretendiendo un ser humano igualitariamente ovejuno en todas las latitudes y longitudes. Los grandes mitos religiosos se esforzaban en lo superior, en encontrar en el Ser Humano un destello de lo divino y se basaban en la excepcionalidad de figuras individuales (Cristo, Buda o Mahoma).
Nos emborracha hoy un humanismo lunático-igualitario, etéreo, que apunta a lo masivo como lo humano fundacional, cuando lo gregario es ancestral comportamiento animal. Resaltando lo común, nos deshumanizan en nombre del humanismo, que nos pretende manada y deprecia al individuo martillando lo excepcional. Ello está presente en toda forma de populismo y en el buenismo laxo que permea actualmente el arte, las humanidades, la academia, desmontando la Gran Pirámide de la cultura occidental.