Algunos cubanos aseguran que Fidel Castro, y su régimen, fueron un castigo divino para Cuba por ciertos pecados cometidos en esa isla tras la llegada de sus primeros habitantes. Pues de otra manera no se explican que a Castro le hayan perdonado la vida diez veces al menos, cinco de ellas el mismo día, encontrándose completamente indefenso.
Al contrario de lo que el régimen de La Habana está interesado en divulgar, que Fidel Castro escapó a la muerte en varias momentos gracias a su inteligencia o destreza, en realidad el difunto gobernante fue lo suficientemente torpe como para quedar a merced de otros hombres, incluso mujeres, repetidamente. Aquí enumero las diez principales ocasiones en que la maldición de Cuba se salvó de milagro.
El Caney, agosto de 1953. Tras huir del Cuartel Moncada, Fidel Castro y un pequeño grupo de seguidores se internan en las estribaciones de la Sierra Maestra y pocos días después son descubiertos. El futuro gobernante comunista y dos de sus hombres duermen en una choza, antes del amanecer, cuando irrumpe el ejército regular. Varios soldados quieren ajusticiar in situ a los pistoleros pero, milagrosamente, el teniente Pedro Sarría Tartabull lo impide.
El Caney, agosto de 1953. El propio teniente Sarría Tartabull recibe poco después, esa misma mañana, una información inesperada. Por lo bajo, Castro le confiesa que él no es Francisco González Calderín, como le había dicho poco antes, sino el jefe del asalto al cuartel Moncada, y le da su verdadero nombre. Sarría tiene ante sí la posibilidad de acabar con la vida del principal responsable del asesinato de varios de sus colegas de armas. Solo tiene que hacer pública la identidad de Castro y cualquier soldado se tomará la justicia por su mano. Pero calla y recomienda a su prisionero que no revele más su identidad.
El Caney, agosto de 1953. Todavía en la sierra, el comandante del ejército batistiano Pérez Chaumont intercepta el vehículo en el que Sarría Tartabull conduce a Fidel Castro hacia el Vivac de Santiago de Cuba. El comandante quiere llevarse al cabecilla con él para ultimarlo, en venganza por los soldados asesinados en el Moncada, pero el teniente lo evita otra vez milagrosamente, aun cuando Pérez Chaumont es su superior. Finalmente, logra conducir a su prisionero al Vivac.
Santiago de Cuba, agosto de 1953. El comandante Rafael Morales, encargado de dirigir el traslado de Fidel Castro y otros miembros de su movimiento a la cárcel de Boniato, recibe órdenes de acabar con la vida del cabecilla. Sin embargo, partiendo del Vivac de Santiago, se niega a eliminar a Castro.
Santiago de Cuba, agosto de 1953. El teniente Jesús Yanez Pelletier, supervisor de la cárcel de Boniato, conductor del vehículo que traslada a Fidel Castro desde el Vivac, también recibe instrucciones superiores de ajusticiar al asaltante en el camino. Pero se niega a hacerlo y adicionalmente, tras llegar a su destino, impide que Castro sea envenenado en prisión.
Sierra Maestra, febrero de 1957. El campesino Eutimio Guerra, informante del ejército encargado de liquidar a Castro, duerme junto a él durante toda una noche, con un revólver en la mano, y no se decide a matarlo. Así lo narra el Che Guevara en sus apuntes: “Toda la noche, una buena parte de la revolución estuvo pendiente de los vericuetos mentales, de las sumas y restas de valor y miedo, de terror y, tal vez, de escrúpulos de conciencia, de ambiciones de poder y de dinero, de un traidor. Por suerte para nosotros, la suma de factores de inhibición fue mayor”.
La Habana, enero de 1960. La germano-estadounidense Marita Lorenz, amante de Castro, regresa a Cuba con dos pastillas de toxina del botulismo destinadas a envenenar al gobernante. Una vez en el hotel Havana Hilton, poco antes de que el barbudo irrumpa en su habitación, desecha el veneno en el bidé. Castro le pregunta si está trabajando para la CIA y, desafiante, le entrega su pistola. Ella no se atreve a disparar. “No puedes matarme. Nadie puede matarme”, le dice él sonriente, mascando tabaco.
La Habana, 1960. El militante anticastrista Tony Varona intenta colocar veneno en un cono de helado de Castro, aficionado radical al dulce, a través de uno de los gastronómicos del restaurante Pekín, donde suele almorzar el dictador. Pero en el instante preciso, el vial con el veneno es abandonado en una nevera.
La Habana, 1963. Otro intento de envenenamiento, por medio de un batido de chocolate en el hotel Habana Libre (antiguo Havana Hilton), está a punto de resultar exitoso. Las píldoras venenosas han sido trasladadas en un frasco de aspirinas, disimuladas entre las pastillas. Pero el encargado de verterlas se acobarda a última hora. Se trata de uno de los intentos que más cerca estuvo de lograrse, según el general Fabián Escalante, exjefe de Inteligencia castrista.
Santiago de Chile, noviembre de 1971. El militante anticastrista Antonio Veciana aparece nuevamente en la coordinación de otro intento de ajusticiamiento de Fidel Castro, pero esta vez consigue tenerlo en sus manos. Durante una conferencia de prensa de Castro, es uno de dos pistoleros encubiertos haciéndose pasar por periodistas, y está a punto de disparar contra el dictador por medio de un fusil colocado en el interior de una cámara de televisión. El blanco está a la vista y basta con apretar el gatillo. Pero en el último momento el temor a ser atrapados, o abatidos tras el atentado, detiene a ambos hombres.