El fantasma de Camilo Cienfuegos se adentra en los ambientes del puterío y otros desagües de la noche en La Habana. Graciosamente desmontado de su pedestal y libre de la majomía patriotera, anda y desanda arrellanado en el asiento trasero de un almendrón. Y al parecer le va tan bien haciéndole sombra al chofer que, más adelante, cuando éste convierte su vehículo en una lancha para escapar rumbo a Miami, el fantasma decide agregarse a la lista de pasajeros aun sin ser invitado.
Se trata de uno de esos ingenios de la ficción literaria que se nos revelan memorables desde la primera lectura. Bordado a mano, como suele decirse. Pero ni con mucho constituye el único entre los grandes personajes que viajan en El almendrón azul. Este nuevo libro de Pablo J. Socorro es en realidad una vidriera de fascinantes almas en pena. Son representaciones de lo que podríamos llamar lo cubano actual, delineadas todas con mano maestra, y puestas a desfilar a través de un grupo de relatos cuyo denominador común es el diseño riguroso, agudo y pródigo en jocosas ocurrencias.
Elástica y cimbreante como parece ser la posición del autor ante las ortodoxias y los argumentos ontológicos, es también la estructura de El almendrón azul. Al primer tiro de ojo, se nos muestra como un libro de cuentos. Pero bien mirado, podríamos asumirlo como una novela. A mí por lo menos me ha dado gusto leerlo en gradación de novela, ateniéndome a lo que alguna vez defendiera Georges Perec acerca de que no resulta aconsejable deducir el conocimiento del todo y sus leyes por separado de las partes que lo conforman. Así que en cuanto a géneros narrativos, no son los elementos los que definen el conjunto, sino que es éste el que determina la función de los elementos.
Desde luego que no estoy diciendo nada nuevo. Ni siquiera lo anotado por Perec (en La vida instrucciones de uso) era nuevo en términos prácticos, dado que desde muy atrás en el tiempo, incluso desde antes que se acordelaran las categorías genéricas, ya distinguieron por su elasticidad algunas obras que todavía hoy continúan rompiendo cotos: desde Las mil y una noches o El Decamerón, y pasando por esa joya que es Mientras agonizo (entre otras), hasta las posteriores exponentes de lo que en nuestros días califican como novelas fragmentarias, con las cuales -soserías posmodernas al margen-, El almendrón azul viene a compartir esa propensión al género ambiguo, en tanto admite una doble lectura: como libro de cuentos o como novela no lineal, de flujo multiforme.
Tampoco es que sea determinante en lo más mínimo el género dentro del cual encasillemos esta obra. Lo que importa en verdad es su carácter de ingenioso engranaje narrativo con más de una docena de piezas en las que se recrea lo real histórico utilizando como eje una mezcla de ficciones superpuestas, que se enriquecen con las aventuras y desventuras, más los enfoques subjetivos, de los personajes.
Y justo por conducto de tales aventuras, desventuras y enfoques individuales, vemos cómo aquí discurren las esencias del drama de Cuba en las últimas décadas. Siempre en clave existencial más que política. Tal vez pueda asegurarse (yo en particular lo aseguro) que este conjunto de relatos conforma un singular examen, sagaz y convincente, de la catástrofe ocasionada por esa cosa a la que todavía algunos llaman la revolución cubana. Creo que Socorro deja un sendero angosto para los análisis de ciertos sesudos historiadores del repite y pon y para los cubanólogos de buró y estrado.
Y todo mediante una trama de referencias tragicómicas que llevan como norte procurar el placer de la lectura. Para lo cual son expuestas con tintes realistas, pero no encorsetadas bajo los chatos marcos de la realidad. Lo que es decir sujetas únicamente a la imaginería del autor e impulsadas por el dominio de la progresión dramática y de la acción que avanza contra viento y marea, como el almendrón azul.