El gran talento asusta un poco. Casi en la misma proporción con que deslumbra. Acabo de conocer la poesía de Yanisbel Rodríguez, una de esas poetas que a veces germinan discretamente en el interior de Cuba, como las magnolias silvestres. Y tanto me gustó el primer poema, que mi reacción inicial fue dudar si debía seguir leyendo, por miedo a que los otros no fueran tan buenos. Pero al final resultó que eran igualmente buenos y hasta mejores en algunos casos. Yanisbel no parece congeniar con la medianía. Es una creadora en sostenido crescendo.
Poesía de la subsistencia, más que existencial y aún más que neoexistencialista, la suya deambula en torno al desconcierto, es refracción de una mirada punzante, que trasciende lo que está al alcance de los ojos. De manera que aun cuando escriba a partir de experiencias más y menos anecdóticas, en sus versos se consustancian emoción y conceptualización, logrando una síntesis de fuerza poética tal que actúa como fogonazos a mansalva para el lector:
Encerrada en mi burbuja, navegando en mi tabla virtual,/ ajena a la hecatombe que se replica en las mentes de todos./ La libertad de expresión convertida en la casa de las dagas voladoras./ Lanzando pensamientos al agua mientras escuchan viejas melodías,/ abrevando en masa en los bares, rumiando cualquier cotilleo,/ dejando que la niebla se instale frente a sus ojos./ Estanques cubiertos de hojas otoñales en pleno agosto/ y un frío que más que en el abrigo entra en el corazón… Poesía desde la certidumbre que el entorno opresivo ejerce sobre el yo, convertido en materia, en decantación verbal, sujeto a la urgencia por comprender, aunque se resista a definir la nada que lo envuelve todo y el vacío que aguarda en la consumación de la nada: Rostros que frisan la locura pintados por Fidelio Ponce./ No me gusta el sitio hacia el que estamos viajando./ Pero yo no quiero mirar afuera, no quiero discurrir,/ porque estoy cansada, porque tengo en fuga el entusiasmo,/ porque si me asomo a ese balcón recuerdo a Ángel Escobar./ Y cuando veo las colas de borrachos para comprar alcohol barato,/ yo, que he escrito tanto sobre ellos, alternando crítica y compasión,/ vacilo sobre la justeza de lo que pienso… Poesía de lenguaje liso y límpido, que remonta la simple reproducción de lo objetivo para entrar en las quebradas de la subjetividad, donde el carácter efímero de la existencia y del propio ser se imponen: Acelerar hacia el abismo como Thelma y Louise,/ correr con elegancia entre la bruma y el absurdo,/ ahora mismo no me parece condenable.
Aunque lo parezca de pronto, Yanisbel no traslada meramente a sus poemas el tono y la prosodia coloquial, sino que les extrae ciertos jugos para que le sirvan de herramientas. Su coloquialismo, lejos de responder a una pose o a una determinada postura intelectual (algo que tan mala huella ha venido dejando en la poesía cubana y latinoamericana, por decenios), consigue librarse de las referencias asignadas para el uso común de las palabras: Mírame ahora, sangrante, descolocada, hierática,/ con todos mis monstruos esparcidos,/ sin alardes ni visiones, sin palabras definitivas,/ ahí sentada junto a ti en la acera,/ con los pies colgando de cualquier modo,/ haciendo estallar las hojas secas que se acumulan al atardecer… Ella ahonda y detona. Deconstruye. Su coloquialismo no busca sonar como cháchara. Energiza el hablar automatizado por el uso de la cotidianidad, le expurga la enfática retórica, pero a la vez deja claramente establecido un compromiso con el lenguaje común más allá de toda afectación.
Focalizado el pormenor, sus versos fertilizan la imagen que lo recrea, con tajo filosófico pero sin acentos crípticos, y a menudo mediante un punto muy personal de ironía, o de humor dado a exhibir la eficacia del estoque: delicado y cortante con su doble filo: Flotando como Yuri Gagarin en el espacio,/ cero gravedad y muchos pensamientos,/ una foto y una frase para la historia…
Por prejuiciosos que somos, nos asombra enterarnos de la existencia de una poeta que a pesar de haber nacido y vivido siempre en El Jíbaro, comunidad rural de la provincia de Sancti Spíritus, al centro de Cuba (Vivo en un pueblo sureño del interior,/ que no está en Texas ni en Oklahoma,/ pero te rechazan si eres butch, si eres camionera…), y aun cuando cuenta con un solo libro publicado en predios locales, no sólo da muestras de un talento que disloca los cánones de la literatura nacional, sino que se gasta registros y recursos expresivos más bien propios de cualquier avanzada en el mundo. Toda una existencia en desandar las mismas tres cuadras, /trazando la misma línea entre dos puntos sin relatividad alguna,/ frente a la misma cara del desaliento… En el parque un columpio vacío se ha quedado chirriando./ Una niña invisible de cinco se balancea junto a la luz/ de un proyector que dispara imágenes en blanco y negro…
No en balde la poeta evidencia ser también una lectora avezada. A propósito, la inclusión de ciertas citas y referencias en sus versos podría indicarnos algunas predilecciones en materia cultural, al tiempo que revela otra zona de su proyección estética. Desde Marguerite Radclyffe y su proverbial “El pozo de la soledad”, hasta el caro poeta griego Miltos Sajturis; desde Dean Moriarty, alter egos de Jack Kerouac y Neil Cassady, e icono de la Generación Beat, hasta Gilbert Scott-Heron, poeta y músico estadounidense (uno de los padres fundadores del Rap); pasando por pintores famosos, o por películas como Nomadland, o por pintorescos comediantes como Señorita Bimbo… Resulta claro el juego culturalista postmoderno. Con todo, no creo que en su caso vaya más allá de ser eso, un juego, que de alguna forma también nutre su poética de la subsistencia. Personalmente, asumo la poesía de Yanisbel Rodríguez (y la asumo a ella misma) como un neutrón libre dentro del epicentro atómico que le ha tocado por suerte o desgracia. Y si así fuese, no habría que tomarse al pie de la letra sus aproximaciones a ismos y tendencias. Las luciérnagas Photuris reproducen las señales lumínicas de otras especies sólo con el fin de atraerlas para alimentarse de ellas. Faltaría por saber cómo consigue que la luz llegue hasta su rincón. Pero no perderé el tiempo preguntándole. Es como estar en París años veinte, pero sin París./ Sin agua, sin baño, en una habitación maloliente y herrumbrosa,/ con el resplandor de la luna y poca comida./ Pimentel le decía al poeta que dejara las nubes en el cielo/ y Lorraine que se comiera los huevos fritos antes de volar./ En los años veinte era romántico ser tuberculoso y alcohólico,/ vivir pobremente en una buhardilla sombría./ Ahora nada de eso es bohemia, es la jodida vida y ya está.