Los poemas de Félix Luis Viera que conforman el poemario La patria es una naranja (Editorial Primigenios, Miami) contienen la dosis necesaria para inspirarnos mientras nos acercamos al poeta que vive lejos de su tierra natal pero está en ella, como el zumo que trasciende el dolor más íntimo para que entendamos el nuestro.
Desgarrados los versos. Claridad de concepto. Un alma que ya no le teme al blancor con el que miran los hombres que saben decir las cosas precisas en un tiempo difícil. Un tiempo donde la belleza de vivir pasa por el recuerdo y sobrevive contra todo lo demás, con una precisa forma, muy simple y profunda, para llegarnos con el contenido de unos versos que no tuvieron la necesidad de ser escritos por un inocente en la playa, ni en otra posa, ni bajo otro árbol que no sea esta copiosa fronda desde donde el poeta se mira y nos mira.
Un árbol existencial, pero sin frutos secos, conforman estos versos que no hacen diferencia de generaciones, que incorporan la fuerza de un espíritu que sufre y conmueve, que añora y presagia y sabe:
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Bajo esta llovizna,
en medio de este frío,
entre estas calles anchas y arboladas,
brillantes por el asfalto negro,
¿se habrá de detener tu corazón?
¿Se detendrá tu corazón dentro del Gran valle?
¿Regresarás a la patria convertido en una bolsita de cenizas?
Inerte, ¿harán volar tu corazón hecho cenizas,
cual pájaro hecho cenizas,
por sobre la inmensidad del Golfo,
hasta la tierra donde una vez tú cantabas?
¿Habrá de detenerse tu corazón dentro de este frío donde siempre
es medianoche?
Junto a esta grisura de los árboles
del atardecer
de la avenida tuya de cada día,
¿habrá de detenerse una agrisada tarde tu corazón?,
tu tan jodido corazón,
tu corazón lleno de bilis,
tu corazón con tantas muescas de derrotas,
¿habrá de detenerse
bajo la densidad de este cielo,
pisoteado por la lluvia ácida,
envuelto
en la densa capa del olvido?