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La Nueva Trova y la Timba, instrumentos del Poder

De la Nueva Trova a la Timba Brava, el más reciente libro de Armando Añel aparecido en Neo Club Ediciones, el infatigable escritor y editor lo dedicó, como su título indica, a los dos fenómenos más importantes y representativos de la música hecha en Cuba entre finales de la década de 1960 y el presente.

Los dos géneros han conformado la banda sonora de la vida de los cubanos en las últimas cinco décadas. La Nueva Trova, pretenciosamente poética e intelectualizada, con sus canciones como “arma de la Revolución”, y sus principales intérpretes sirviendo como propagandistas del castrismo ante la izquierda mundial. Y la timba, esa otra forma de tocar el son, rápida, áspera y procaz, poniendo las neuronas a descansar con el despelote y la gozadera que cambió la partitura y ambienta la decadencia.

En el prólogo, Añel explica por qué, para abordar su naturaleza sociocultural, ha reunido en un mismo libro a dos fenómenos tan aparentemente en las antípodas como la Nueva Trova y la Timba: “Ambos constituyen el producto de una realidad sociopolítica muy específica, la cultura rehén del castrismo, y porque han coincidido, aunque de distinta manera y por diferentes vías, en su capacidad para ejercer de sostenedores del Poder. Por supuesto, no se trata de responsabilizar a ‘la música de la revolución cubana’ de la longevidad de la ‘revolución cubana’, pero, indudablemente, en este sentido su aporte ha sido considerable, seduciendo, envolviendo, ‘mareando’ a millones…”

Con más o menos sutileza y pudor, explícitamente oficialistas o convenientemente ambiguos, pero siempre a beneficio propio, precisamente eso que señala Añel, seducir, envolver, marear, es lo que han hecho tanto cantautores como timberos. Lo han hecho desde Silvio Rodríguez y Santiago Feliú, fugazmente críticos pero siempre dentro de la revolución, hasta José Luis Cortés (El Tosco), una vez censurado por el tono misógino y la chabacanería de sus canciones, pero que no vaciló en expresar con su flauta su devoción fidelista ante el monolito funerario del Comandante en Santa Ifigenia.

Resulta imposible analizar los discursos y actitudes de estos artistas separándolos del contexto en que han desarrollado su trabajo: un medio asfixiantemente ideologizado donde priman la censura, la doble moral, el cinismo, la hipocresía y el oportunismo.

Añel, al hacer un recuento de los principales intérpretes de ambos géneros -discografías incluidas-, divide a los cantautores en oficialistas, inclasificables y contestatarios. Pero las actitudes ambiguas y contradictorias de algunos de los considerados en las dos últimas categorías, los desplazamientos de sus posicionamientos, los hacen resistentes a esta clasificación.

Pudiera suponerse que los cultores de la timba estuvieran exentos de la politización, las loas y la incondicionalidad al régimen. Pero sucede que en Cuba todo se politiza.

La timba es el son del cautiverio que intentó con sabrosura consolarnos de las penas y la desesperanza. Pero, con su filosofía marginal y hablando el idioma de la calle, se convirtió en la crónica de las vidas de los hijos del que se suponía fuese el hombre nuevo: bisneros, jineteras, chivatos. La comedia humana, sincopada y con tumbao, de la Cuba de hoy, donde “nadie quiere a nadie”, “se acabó el querer” y lo que importa es “el guaniquiqui”.

Los cultores de la timba, con cadenas de oro al cuello, entre un viaje al extranjero y el otro, para garantizar su estatus de triunfadores, no tienen reparos en proclamar su fidelidad al régimen. No importa si cuando están en Miami o Madrid advierten que no se debe mezclar la política y el arte. De regreso al redil, Cándido Fabré, Paulito FG, Ricardo Leiva y Mayito Rivera, entre otros camaleones y majases, participan entusiastas en las tribunas y en cuanto video clip de propaganda al servicio del régimen les encomienden.

Y para indicar que está disponible por si acaso lo necesitan, Alexander Abreu, al frente de Habana D´ Primera, aguajea con la cubanía, tal y como le sirve al castrismo patriotero, al improvisar con su trompeta sobre las notas del himno de Bayamo.

Si algo se le puede reprochar a este libro de Añel son las omisiones en el listado de cantautores de los nombres de Polito Ibáñez, David Torrens y Kelvin Ochoa –entre los… ¿inclasificables?–, y sobre todo el de Raúl Torres, que en los últimos años con sus canciones por encargo se ha convertido, por mucho y en reñida competencia con Israel Rojas, en el más oficialista de los cantores oficialistas.

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Cortesía Cubanet

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