Home Obras y autores ‘La naturaleza del templo’ en la obra escultural y transpictórica de Vineet...

‘La naturaleza del templo’ en la obra escultural y transpictórica de Vineet Kacker

Beyul: Hidden Valley 02 (2024)

mi única religión es el amor, el arte, la belleza y la gratitud


Aquí les presento una obra extraordinaria. Concebida desde el simbolismo místico tras el paisaje, creando un contexto híbrido entre la modernidad y los ancestros.

Interesante sesgo de referencia naturalista (sin serlo) que orienta su cerámica al monte Kailash, Beyul, y el inmenso Himalaya de trasfondo general, para insertar esas t(i/o)po(logías/grafías) del sánscrito a la imaginería mítica, complemento de los mándalas, donde hace mutar el paisaje de la eco-reflexión, a una escenografía sensible, el retrato del contexto incluso el retablo contemplativo.

Tal dijera la generosa fotógrafa, escritora y amiga común que me lo presenta, Blanca Helena O’Byrne, se trata de: “…Confabulaciones del Universo que hacen posible los encuentros aparentemente improbables…” Entre tú y yo, el Mundo y lo demás, la tecnología y el arte, la gnosis y el Templo, el camino y el pie que anda. Contradiciendo al propio autor “Naturaleza Viva”. ¡Muy viva!

Transhumanismo -mediance- para una arquitectura donde la estética y/o la evidente belleza (de estupenda factura) se hace prenda, talismán, “Estupa”; maqueta a otra escala del recorrido iniciático que complementa, eficaz, lo cultural en lo natural y viceversa.

Lo que el “Za-Zen” denomina “Fudō”, concepto que no distingue sujeto y objeto, el yo del paisaje en un todo único de orden, armonía y calma, donde cualquier razón o constructo también forma parte de la disolución no antropocéntrica en el ejercicio de la mirada.

“Un poco de ciencia nos aparta de Dios. Mucha, nos aproxima” [1].

Visiones extremadamente curiosas entre la tecnología (el horneado de esas texturas blandas orgánicas de la cerámica, las impresiones digitales y los ensambles consistentes) que saltan del espacio bi-dimensional a lo Trimurti incluso tetra-cardinal… pues cada Yantra es un diseño que transgrede la geometría cartesiano-mecanicista para comprenderse “Teseracto”, matemática mística proyectada en el tiempo y el espacio, no sólo conceptual, sino realmente estructura hipercúbica de un instrumental que intuye lo sobrenatural incluido, pero también la práctica humilde del objeto: Impresión, registro, anecdotario autorreferencial y/o experiencial (si se quiere) del “ecce homo”, más o menos ¿invisible y/o exento? en/de las imágenes (tal están los tiempo) en (o fuera de) su contexto, por “conseguir ser lo que se es”. Empeñados en encontrarle, quizás donde no es y/o no está, en cambio legado de su rastro en la ruta, visibles huellas de manos, dedos, entre otras trazas del recorrido, bajo la luz creativa posándose sobre el Mundo. El túmulo, Chedi, Dagoba, Chöten en lengua palí, cúmulo funerario para algún distinguido dignatario Veda, que el viaje del Buddha asume sin holocausto ni ofrendas animales, en cambio contenedor mágico y campana de cenizas. Dejando instrucciones precisas para su construcción, los fundamentos establecidos que Vineet Kacker comprende cual “corazón como paisaje” o el “paisaje mismo del corazón”. La sencillez rúbrica de un milenario hinduismo peregrino atravesando las cumbres sombrías del techo del Mundo, la “mente despierta”, el “cuerpo de Buddha” cuyo altar sendero al despertar contemplativo es bóveda celeste u Ovo, luego “Harmika” cuadrangular que sostiene el eje del universo “Iashti” donde reside la divinidad.

Obra magnífica que rodea y contagia el carácter sagrado que se intuye, incluso para los no iniciados, empujándonos a un nomadismo transteista merodeador de izquierda a derecha, con ese modo en que el brazo del corazón siempre queda hacia afuera, enfocado al infinito exterior de una otredad desconocida. “Ritual Pradaksina” que imita el sentido que recorren las estrellas firmamentales en el Universo. El sol y la luna creciente en lo más alto nos habla de la sabiduría y la compasión, en la danza del cosmos místico, que en esta esotérica obra integra sabiamente los valles, el bodegón, el retrato de las montañas y hasta la doble Vesica, internando divinidades manifiestas que el Imperio Ashoka volvió sacras reliquias en/de cada locación allí donde se hallasen, se me antoja orientando los cinco elementos: La Tierra (lo lítico, piedra bruta), el Agua (el azul y el blanco dinámico y fluido de la luz), el Fuego (la representación de la Estupa misma que se eleva y danza como una llama prendida en medio de tanta confusión), el Aire (simbolismo del pájaro en pleno vuelo) y el Éter (la proyección de su deseo, corrimiento de lo de-sidéreo al ámbito de lo divinizado sublime), en cuyo simbolismo reside el pacto entre el abajo y el arriba. Chakra o discos que le coronan y a medida que ascienden pierden superficie, representando los cielos sucesivos que Vineet coloca y pontifica como pequeños gigantescos ombligos del Mundo.

Y parecen terrazas, portales entre el más acá y el más allá, que deliberado escoge como insistente Logos, al que recurre de manera continuada, ejercicio de una obsesión expresa en la fuerza recurrente del signo que repite intencional y que en lugar de buscar un craso neologismo plural desarraigado o desprovisto de la profundidad en la tradición, apela a la reiterativa arquitectura, descrita internada, adjunta y mimética a la poética en cada obra. Más elocuente quizás en (lo que para mí son las piezas más logradas y conceptualmente más poderosa de) la serie de “Beyul. Hidden Valley”, otro metarealismo de la imaginación -absolutamente magníficas- en la integridad arqueológica protocultural, el ornamento religioso (re-ligare), la belleza del contexto y la razón tesorera del objeto de culto. Me refiero a la influencia bienhechora del atributo de las piedras, donde los escarpados picos se transfiguran en animales blandos que respiran su “sagrada geología”, la nieve del blanco que ilumina su piedra escultural y preciosa. Obra “Para-Ganesha” que se intuye, entre tantos atributos concentrados. Digo: Toranas, o quizás Jakatas de sucesivas vidas Iluminadas del maestro.

Serie que también aborda con curiosísimos “Mandalas Espejos” su respeto por las ilustraciones alegóricas de ciertas figuras inmortales de los Puranas, reinseminados en nuevos contextos que enuncian el éxtasis de “Devi” o el gran “Uno Azul” …versando su dulce nada… los Sueños Yóguicos, el gran amor del Señor Universal, que baja de la máquina, el tech-non espiritual y un extenso ajuar sígnico de “armas sobrenaturales” o “Astras”, como el “Trishul” comúnmente utilizado como uno de los principales símbolos tridentes en el Sanatana Dharma, cuando sobre el Himalaya hace descansar su “Vashra/Tvastar” o “Dorje” en tibetano (diamante como rayo) representando su dureza indestructible y la fuerza irresistible del ardiente relámpago. Épica que el hinduismo denomina “la poderosa arma de Indra” -según el mito- realizada artesanalmente por Vishua Karma (el orfebre y arquitecto de los dioses) a partir de los huesos del rishi Dadhichi.

Y también veo mistéricos Vimanas y hasta el cisne celestial cuya prototecnología surca el cielo plomizo del “Rig-Veda”, el mismo arco sobre nuestras cabezas sostenidas, justo en medio del campo sagrado y heroico, repleto de imaginación y mitología.

Vineet con gran oficio continúa la tradición de sus ancestros hindúes, volviendo al arte de la piedra en un templo que no excluye la naturaleza del infinito, la orografía, incluso el ejercicio de la postal. Sublime mapeo de una neofiguración al comprender que: Quien va en busca de montes (contrario al decimonónico pensamiento martiano de los trópicos) también encuentra “uno” en cada piedra del camino, en cada girón, en cada loza o mosaico que sostiene la cordillera, el valle, las cumbres y el cielo, en la ontología fundamental del corpus ígneo viviente: “La Naturaleza” reverdecida y abisal, como el más adorable, sagrado, orgánico, funcional y fundacional “Templo”, en perfecta comunión con su arte, talento, virtud.

AdriáNomada

(Cómplice)


[1] Frase extraída del anecdotario del eminente científico Luis Pasteur.

Previous articleLa Tícher (1942-2025)
Adrián Morales Rodríguez
Doctor en Estética por la Universidad de la Sorbona, Paris. Artista visual, músico, compositor y multinstrumentista. Discípulo del padre de la deconstrucción Jaques Derrida. Entre sus textos obran: “Trastornos. de lo antropofágico a lo antropoémico. Power Food LEXIcom” Edt: Artium, Vitoria Gasteiz, 2008. “Sobre Dalí o la metástasis del inconsciente”, Edt: Fundación Joan Abelló, Barcelona, 2005. “HisPánico, I, II y III”, Edt: NomadART Productions, Barcelona, 2001 o “Genética, control y sociedades en descomposición”, Edt: Atópics, Paris, 1995.
Usamos cookies para brindarle la mejor experiencia posible en nuestro sitio web. Si continúa utilizando este sitio, acepte nuestro uso de cookies.
Aceptar
Privacy Policy