Que te baste saber que todo es un misterio:
La creación y el destino del Universo y tú.
Sonríe, pues, ante ellos. No sabrás nada más
cuando hayas franqueado las puertas de la Nada.
Omar Khayyam
Rubaiyat nº 141
Siglo XI
Relativo al espectro de la luz. Espectro: figura irreal, horrible, que se presenta a la imaginación de alguien. Conjunto de radiaciones, elementos, tendencias, etc., de que consta algo.
Diccionario de la Lengua Española
A lo largo de gran parte de mi vida, la mente me ha preocupado siempre por el elemento de misterio que conlleva y que será el que determine el desarrollo de la idea que tengo de la creatividad.
A la mente la he relacionado con los gurús de la cultura oriental por el control que ejercitan sobre ella y los logros obtenidos a partir de su desarrollo, que siempre he considerado extraordinarios e importantísimos pero ajenos no solamente a mi comprensión sino también a mi cultura, entendiendo cultura como el compendio de mis vivencias y de mi pertenencia, por generaciones, a un ámbito específico.
Atribuyo esta disposición mía a que soy un producto intelectual y sensible del período de la Ilustración, la que ha determinado el paradigma mundial actual y condicionado el desarrollo del paradigma “Sensible de comunicación instantánea” en el que estamos inmersos, según mi ensayo La práctica del arte concreto.
Comenzando con la interrogante de la naturaleza misma de la conciencia, me remito a Antonio Damasio en su libro Y el cerebro creó al hombre. Allí expresa: “la conciencia es lo que le permite a uno darse cuenta de sí mismo y de los demás. Depende de la mente y del proceso consciente. Implica al lenguaje y a la memoria”. Y más adelante subraya al pensamiento abstracto como uno de sus atributos más importantes.
Quiero resaltar que ya no hablamos de dónde está situada la mente. Ya no estamos inmersos en las discusiones bizantinas de dónde reside el alma o de cuántos espíritus caben en la cabeza de un alfiler. Estamos indagando en la esencia de la naturaleza del ser consciente, que es el ser humano. Ahora podemos hablar de cómo ejercitar esa capacidad y de cómo utilizarla más convenientemente. Entramos en el ámbito de los sistemas y procesos.
Cuando nos percatamos de nosotros mismos y utilizamos la memoria y el lenguaje a partir del ejercicio de la mente abstracta, que como ya hemos visto es el atributo fundamental de la mente, podemos indagar en lo más recóndito de nuestro ser las interrogantes que han acuciado al ser humano desde siempre, tales como conocer nuestra procedencia y hacia dónde nos dirigimos.
Sin ninguna duda estamos en la especulación intelectual filosófica pura y dura, pero cuando clasificamos los datos que recabamos de nuestro quehacer diario y los organizamos en órdenes y elementos diferenciales, entonces nos adentramos en ámbitos científicos como la química, la física o las ciencias naturales, naturalmente tomando como base las matemáticas, disciplina que llegó a ser considerada religión por Pitágoras y que demuestra la capacidad de abstracción expresada en signos de la mente.
En el límite de nuestras preocupaciones más íntimas e importantes, nos planteamos la necesidad sensible y casi física de la inmanencia de un ser con el cual estamos unidos y nos comunicamos, ya sea uno o más dioses, y que nos ayuda y guía. En este caso estamos inmersos en una síntesis inmaterial y sobrenatural de los problemas inherentes a la religión, dentro de la cual buscamos las respuestas que nos acucian y que nos son necesarias para continuar nuestro diario quehacer.
La presencia del otro nos produce emociones complejas que se originan por la combinación o transformación de otras más básicas, y que al fin y al cabo nos definen como especie, posiblemente más y mejor que la inteligencia. Emociones que posteriormente se convertirán en sentimientos y nos acompañarán de por vida. En este sentido y según Juan Luis Arsuaga y Manuel Martín-Loeches en su libro El sello indeleble, a través de nuestros nuevos órganos, que son extrasomáticos, podemos catalogar a la culpa, la vergüenza, el orgullo, el odio, la envidia, el amor, la admiración, la humillación, los remordimientos, el miedo al rechazo, el deseo de venganza, la pasión y otros más difíciles de clasificar.
Está muy claro que aun siendo nuestra mente individual, sus principales gozos y sufrimientos dependen de las mentes de los demás. Es aquí donde entramos en el ámbito de la ética, tema muy controvertido, tratado exhaustivamente a través del tiempo y para el cual asumo como válida la definición de Humberto Maturana y Francisco Varela en su libro El árbol del conocimiento: “todo acto humano tiene lugar en el lenguaje. Todo acto en el lenguaje trae a la mano el mundo que se crea con otros en el acto de convivencia que da origen a lo humano; por esto, todo acto humano tiene sentido ético. Este amarre de lo humano a lo humano es, en último término, el fundamento de toda ética como reflexión sobre la legitimidad de la presencia del otro”.
Es dentro de esta idea que encuadro la actividad artística, que es una síntesis de nuestras emociones unidas a una interiorización profunda producida por nuestra intuición e íntimamente conectada a la creatividad que se expresa en el arte, según el grado de sensibilización del artista, y que según Malevich es una mezcla entre la razón y el sentimiento. Conecta con lo extrasensorial que denominamos “misterio”, y en la práctica disciplinada y continuada de su profesión el artista ejecuta sus obras con las herramientas de que dispone y las ofrece a la sociedad con el fin de influir en el incremento de la conciencia de los receptores. No buscando respuestas, sino encauzando esa corriente de energía en una dirección positiva.