Se puede estar de acuerdo con cada uno de los alcances que, en Cubaencuentro.com, citara Teresa Dovalpage en su magnífica reseña sobre Un loco sí puede, la reciente novela de Félix Luis Viera que publicara Editorial Verbum. Con todos salvo con que esta obra supera la que para mí —que he leído prácticamente toda su narrativa— es la mejor novela del cubano: El corazón del rey.
Viera resulta eso que ciertos críticos llaman un “escritor de estilo”. O sea, que no solo el lenguaje significa uno de los decisivos componentes de sus historias, sino que este será explotado en sus más variadas posibilidades; léase la utilización de la metáfora en sentido general, el símil, la sinécdoque, la anáfora y en muy alta proporción la alusión, la hipérbole o la paradoja, ad infinitum.
Luego de releer la reseña de Dovalpage, creo que atino si asevero que ella se ha dejado llevar por este factor: el notable uso del lenguaje en Un loco sí puede, para opinar que es esta la novela más lograda de Viera. Me explico. En ninguna de las anteriores él emplea esta fórmula que lo identifica con tanta intensidad como en la que hoy comentamos. Estemos de acuerdo: Un loco sí puede, también en mi criterio es una novela sobresaliente, pero de ninguna manera se puede comparar con lo portentoso de El corazón del rey, que aun se podría definir como una narración con tintes de alguna epopeya de lo civil; de esos pesares, esos porqués y esos ´por qué no´ de los inicios de la revolución de Fidel Castro.
Ya concentrado en Un loco sí puede, no debemos hacer a un lado que en ella el cubano vuelve, como en otras de sus obras narrativas, por el camino de la picaresca. Indudablemente encontramos en esta obra un aire picaresco, desde el cual nos llega gracia en resumen total, merced al oficio de un escritor que ha hecho de la velocidad, el uso del lenguaje que antes citábamos —un lenguaje que sin echar a un lado la sazón cubana resulta legible para un lector “extraño”— y de la libertad, armas eficaces para configurar obras que se leen con fruición.
El narrador protagonista, cuyo nombre nunca sabremos, es nacido y criado en un barrio pobre llamado las Chinches Perdidas, ubicado en una ciudad —se infiere que de mediana población, así que no es La Habana— cuyo nombre tampoco sabremos pero sí conoceremos que se registra en la Cuba de 1950 y 1960.
Criado en un arrabal hostil a toda aspiración intelectual o de elevación espiritual, el narrador protagonista, quien al parecer quedó —¿medio?, ¿un poco?, ¿totalmente?, ¿nada?— loco, luego de un fuerte golpe que recibe de su padre, tiene momentos de lucidez, de agudeza crítica, que se combinan con otros de desvaríos a veces tendenciosos.
En este cuadro de costumbres —en ocasiones malas costumbres— de la Cuba de las décadas ya señaladas podemos conocer a diversos personajes muy particulares, coloridos, vulgares o sublimes: la hermana del narrador, “esa puta de batallón”; la madre (quien también “putea” hasta con el cobrador de la luz) y el padre (una auténtica bestia), personajes de indiscutible fuerza dramática; la voluptuosa psicóloga Leticia, protectora del narrador; y el Caballo, “un psiquiatra cuya sonrisa era capaz de curar solo de mostrarla”.
Otro aspecto a considerar en Un loco sí puede es la habilidad y la economía de recursos que Viera consigue a la hora de describir. Ejemplos podrían ser cuando el narrador se despide de su barrio las Chinches Perdidas o cuando él y Leticia deben asistir al velorio de un amigo muerto o igualmente cuando se describen “los últimos carnavales con disfraces de la isla de Cuba”.
En lo que podríamos definir como una suerte de “antropología empírica”, tenemos esas supuestas digresiones sobre el tema que el “loquito” le hace llegar al psiquiatra.
“Pues por lo menos observe, póngase a observar las bembas de esas negras y mulatas anegradas: resultan una conjunción de la lujuria tropical y el remanso de los guerreros de las nieves, bocas como para dormir en ellas luego del desleche mutuo, compañero psiquiatra. Observe y estará de acuerdo con que esos signos, como han escrito algunos genetistas y cabrones por mí leídos, no son otra cosa que el anuncio de un animal superior, sí, eso es, mijo, de una hembra superior capacitada para sacarle el cuero a un rinoceronte”.
Como ya nos tiene acostumbrados este novelista, el sexo es otro de los condimentos que se cuece en Un loco sí puede. El sexo in situ diríamos y el sexo como especulación que incluye el onanismo y el “podría ser”, un elemento que proporciona la hipérbole como recurso, lo que antes señalábamos.
“Esa enfermera pizpireta, paticoja de nacimiento, según se sabía, que en ocasiones al caminar lo hacía con movimientos tales que pareciera iba conteniendo a duras penas sus jugos vaginales”.
El humor, otra de los aciertos de Viera para sus narraciones, lo encontramos con constancia en esta obra. Pero yo afirmaría que viene a ser un humor que posee algo de solemnidad, o de tristeza acaso.
“Y escúcheme, psiquilín: otro logro creo muy importante de ustedes los hacedores de la revolución socialista y comunista es haber vuelto loca a tanta gente. ¿Ah sí? ¿Sí? Hummm… Ah…, no me diga…, bueno, si usted lo afirma… Así que ya venían locos desde antes y la revolución, magnánima, les ha dado techo y dignidad y comida y ropa, ropa de loco, ¿no?, ocá, comprendo… Verigüel… ¿Y cuándo ellos en su vida marginal de locos o no locos habrían soñado con ver la televisión…, en admirar el noticiero con mi Comandante en Jefe en un televisor japonés último modelo? ¡Nunca, cabrones! Les dije en mi alegato cuando ese par de negroides verdugos, amenazaron con transmutarme en salchicha. No, no, no, qué va, no se lo crea, mi avecita nívea, en contra de ella ahora también le digo lo mío, chivatería aparte, porque ya voy ponderando que en esta isla leninista, mi hermano, si uno no chivatea, pierde”.
Señalo un par entre los mejores capítulos de Un loco sí puede. El ya citado acerca del “último carnaval con disfraces de la isla de Cuba”; y el que asume el “cambio de moneda”, algo, nos enteramos ahora, que ocurrió a principios de la revolución de Fidel Castro, cuando el gobierno trocó en billetes y monedas nuevas los que hasta entonces existían, con el fin al parecer de inaugurar una nueva era de modo general. El cierre de este capítulo, sorpresivo, resulta estremecedor.
Luego de no pocas e intensas vueltas en el argumento que nos hacen pensar en un final predeterminado, nos topamos con un término sorprendente que consigue que la historia cierre con verdadera intensidad dramática, como debe ocurrir con toda novela picaresca que se respete.
Es claro que en esta especie de comedia bufa hay una crítica severa e ingeniosa a la revolución cubana, a la utopía que se convirtió en distopía y que parece eternizarse constituyendo uno de los más sorprendentes enigmas de la historia contemporánea.
Anímense a leer esta novela. Les aseguro que no se arrepentirán.
Son 175 páginas. Editorial Verbum
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