Uno de los temas que comúnmente ha sido base de amplios debates en las últimas décadas, tal vez en los últimos siglos, es el desarrollo evidentemente superior que hoy manifiestan las naciones cuyos orígenes tienen raíces en la cultura anglo-germánica sobre las comunidades hispanas y sus descendientes, de las cuales me considero parte. Recientemente tuve la oportunidad de leer ciertos enfoques, muy válidos, donde los autores mencionaban el surgimiento del protestantismo en Alemania como posible punto de partida, versus el sostenimiento de las prohibiciones clericales en Roma durante la misma época, así como un número importante de factores culturales y hechos históricos como principales componentes de lo que hoy es plataforma real de nuestras vidas.
Probablemente la solución está en el buen análisis de los elementos que conformaron y conforman nuestra tradición, junto a la adquisición de una conciencia crítica que nos permita preguntarnos: ¿Qué hicimos mal? ¿Cómo podemos revertir este escenario? ¿Se podría acortar la distancia? Coincido en que no se trata de un factor o un evento aislado, sino el concurso de múltiples factores culturales. ¿Fue entonces la Reforma quien diferenció a los anglo-germanos del menos avanzado mundo hispanoparlante? Es un excelente punto, pero a mi juicio hay un componente que ha escoltado siempre al desarrollo y La riqueza de las naciones, como titulara Adam Smith su magistral obra: El libre pensamiento, la Libertad.
El protestantismo si bien no fue el punto de partida original, marcó un momento significativo, dado que luego de muchos siglos de oscuridad, incluso dentro del dogma eclesiástico, comenzaba un grupo a separarse conceptual y prácticamente sobre una mayoría jerárquica convenientemente entronizada que pretendía sacar provecho de la Fe. Para muchos, el inicio de una rebeldía que nacía casi en paralelo con el Renacimiento, como antesala de lo que fue poco después la Ilustración con Locke, Hume, Rousseau, y de ahí hasta la Acumulación Originaria de Capital, la consolidación del Libre Mercado y más adelante la máquina de vapor, el ferrocarril y el mundo moderno que hoy todos conocemos. Los valores de la cultura grecolatina y la contemplación libre de la naturaleza regresaban al rescate de Europa y el mundo occidental.
Primero Lutero y luego Calvino, entre otros, se habían atrevido al enfrentamiento. La invención de la imprenta, a fines del siglo XV, acompañó la cruzada. Alemania, Holanda, el norte de Francia y el norte de Italia fueron los principales exponentes de este retorno del individuo al cuestionamiento y el análisis. Un Retorno para el Despegue. Por el contrario, España, Portugal, el resto de Italia, particularmente Roma, y la América hispana, recién conquistada, continuaron defendiendo su irrefutable ideología, no dispuestos a perder cuotas de poder a cambio del new-wave y la tolerancia de pensamiento. El famoso aforismo “Trabajar para el inglés” (originalmente: trabajar para el holandés) honraba el momento histórico. Se había creado una zanja entre dos tesis: La Idea única, irrefutable contra La Idea por comprobar. Estos son los hechos, busquemos las pruebas para apoyarlos, dijeron los unos. Estas son las pruebas, veremos a qué hechos nos llevan, dijeron los otros.
Si hacemos un breve recorrido cronológico vemos, por ejemplo, que en la democracia griega se logró un estadio sorprendente de desarrollo político e intelectual, y aunque la religiosidad era parte indiscutible de la sociedad creada en las Polis, quien cuestionaba o aportaba nuevas ideas no era condenado. Por el contrario, existía un espacio libre para la crítica, la inventiva y el análisis.
Roma, en su etapa más fructífera, la República, los últimos dos siglos antes del nacimiento del cristianismo, y los primeros dos del Imperio, fue testigo de grandes avances: acueductos, puentes, embalses, ingeniería militar, minería, metalurgia; nunca hasta ese entonces la humanidad experimentó tal auge desde el punto de vista tecnológico. A su vez, la corriente intelectual, cuya base había sido heredada de la conquistada Grecia, si bien no tuvo lo fuerza que en el mundo helénico, no quedó atrás. Destacando entre ellos dramaturgos, poetas y sobre todo historiadores. De nuevo encontramos que no existía, al menos en la etapa que refiero, una ideología que sometiera al individuo.
Por el contrario, la Edad Media y Oscura muestra un estancamiento desconcertante. Aunque en esta etapa destaca la labor por varios siglos que efectuara la Iglesia en términos de educación sobre mayorías que habían quedado intelectualmente vacías tras la caída de los Césares de Occidente. Mas comenzaba un período donde el Saber quedaba confinado a la doctrina de los distinguidos. Todo parecía estar investigado y escrito. Nada por desarrollar. Parecía como si otros vinieran de vuelta por nosotros.
Con la Reforma, y entonces al origen del debate, luego de diez o doce siglos de incuestionable cosmogonía y seguimiento de un manual de instrucciones único, la avaricia de los elegidos pasa de límites y termina sufriendo un golpe nunca antes pensado, como comentábamos anteriormente. Poco después, empezaron a afianzarse Estados como Alemania e Inglaterra con el primer Bill of Rights, y ya en el siglo XVIII las ideas de la Libertad como puntal de la escala de valores dentro de una sociedad alcanzarían su consolidación y más alto desarrollo con el surgimiento de la nación americana.
Llegando a nuestros tiempos, mientras la Europa anglo-germana, los Estados Unidos y nuevos pueblos en Asia con un pasado británico-norteamericano en común -Japón, Singapur y Hong Kong, por citar algunos- daban sus primeros pasos dentro de la maquinaria del capitalismo, impulsados por las revoluciones industriales, surgía entonces un nuevo dogma: el colectivismo. Engendrado por “ilustres” ingenieros sociales, encabezados por Marx, dispuestos a salvar las mayorías del siglo XIX, y puesto en práctica desde comienzos del siglo XX. Este fenómeno, con la excepción temporal de la mal llamada RDA, encontró eco pero muy pocas posibilidades de proliferar en el expandido hemisferio anglo-germánico, pero sí en Latinoamérica, como hemos padecido muchos. Hoy ha ganado renovada fuerza en España y otras regiones.
Ya no solo se trataba de vedar el pensar diferente o hacerte memorizar el pasado, sino que esta nueva fuerza llegaba por más. Ellos, llenos de certezas, reclaman ser los mejores al interpretar el presente y saben absolutamente qué se debe hacer para alcanzar el futuro necesario. Otra vez, el individuo es relegado al aprendizaje de una ideología. Estos intelectuales de Izquierda poseían la arrogancia, la “fatal” como la denominó Hayek, de ser superiores intelectualmente a la compleja sociedad moderna, en todos los órdenes. Una nueva etapa de estancamiento e involución cercaba de nuevo las naciones que siguieron este terrible equívoco. Naciones como la extinta Unión Soviética y Cuba, donde las mayorías prefirieron que nuevos «héroes» les colocasen todo a la mano antes de razonar que la solución para prosperar está en uno mismo, en tu propia voluntad e inventiva y en vivir en una sociedad que premie al que se esfuerce. Una vez más la Libertad quedaba presa de los intransigentes.
Siempre que la humanidad y el pensamiento se han inmovilizado dentro una ideología rígida, liderada por unos pocos mensajeros de una verdad única, detienen su evolución, su progreso e incluso sufren retrocesos que luego cuesta siglos reponer. El mundo hispano tal vez solo esté inferiormente organizado, tal vez necesitemos un Bill of Rights, y apremie establecer verdaderas democracias, pero lo que sí la Historia demuestra es que la Libertad en toda su extensión podría, si no revertir, al menos acortar considerablemente la distancia.