El dilema de la cubanidad se reproducía una vez más, metafóricamente hablando, en una noticia de Prensa Latina fechada hace ya algún tiempo. Supuestamente, produjeron en su momento la vaca que daba más leche (Ubre Blanca), incluso la yuca más extensa –o la malanga, no recuerdo bien–, y no tranquilos con ello descubrieron el mayor huevo del planeta (según afirmaba la nota oficialista). ¡Una gallina cubana, Cuquita, generaba la postura más grande del mundo! Salieron a agitarlo como una bandera.
¿Qué es primero, lo «cubano» o su supervivencia? Sin ser, lo cubano no puede sobrevivir, pero para sobrevivir —para avanzar, única forma de sobrevivir decentemente— necesita dejar de querer ser lo que ahora mismo supone que es. Convertirse en algo más flexible, inclusivo, humilde, posnacional. En un sentido pragmático, relajadamente multicultural. Luego entonces lo primero ahora mismo debería ser el huevo, no la gallina.
El ser cubano es un producto de la diferencia. La diferencia amalgamada, rociada por los cuatros costados con el agua de todos los continentes. Chinos, españoles, africanos, europeos, indígenas… cristianos, judíos, musulmanes, ingleses, franceses, eslavos, moros y un largo etcétera. La aceptación de la diferencia, la convivencia entre distintos, debiera constituir el santo y seña de esa Isla. ¿Cómo es posible que un pueblo así se niegue a echar por la borda el lastre de su cerrazón, de su nacionalismo oscurantista?
Cuba es la diferencia en perpetua mezcla, lo terrenal en su versión más impura y, por lo tanto, más completa… y cómo lo desperdicia. Hasta 1959, la Isla reflejó en Latinoamérica el desarrollo norteamericano, y con ello la modernidad. Pero la vocación de universalidad que alimentaba el espíritu insular, o que debió alimentarlo, se dio de bruces, ya derrocado Fulgencio Batista, con su supuesta interpretación y/o negación. Así, en un sentido sociológico, socioalardoso, el castrismo fue el altavoz a través del cual se expresó, y todavía se expresa parcialmente, lo peor de la seudonación cubana, mentalmente atrincherada.
Lo castrocubano –la gallina nacionalista, exhibicionista, egobiada– al final, contradictoriamente, desperdicia una y otra vez el huevo multicultural. Hay que salir de Cuquita.