He demorado más de un año en verla, luego de que ganara todos los premios habidos y por haber, incluidos cuatro Oscar. ‘La forma del agua’ (The Shape of Water), en cualquier caso, puede verse en cualquier momento porque constituye uno de esos raros productos artísticos que trascienden el tiempo y las circunstancias.
Esta extraordinaria película de Guillermo del Toro se define en tres escenas sucesivas donde el vecino de la protagonista muda (Sally Hawkins), pintor gay en los sesenta y el único que puede ayudarla, tras despreciarla es despreciado a su vez cuando desprecian su arte, primero, y luego su sexualidad.
Es entonces que, con el ego-rabo entre las piernas, la autocompasión –o la compasión sin más– ilumina al personaje interpretado por Richard Jenkins y regresa a ayudar a la despreciada. Despreciada que a su vez pretende proteger, rescatándolo de la tortura y la muerte, al mayor despreciado de todos: el hombre anfibio.
No hay que seguir contando la película, solo agregar que redondean esta obra maestra una fotografía espectacular, minuciosa hasta en los más ínfimos detalles, y unas actuaciones impresionantes, tanto de malos como de buenos. Esta es una maravillosa historia de amor entre seres despreciados. Una exploración inmortal del desprecio.