Viajan a la tierra que los vio nacer con cierta constancia… a la pachanga, a visitar los clubes nocturnos del Gobierno y solazarse con sus paisanas que habitan en la Isla, consideradas “las prostitutas más cultas del mundo” (o con más “instrucción escolar”, diría yo), entre otros placeres.
Tienen en la Isla finquitas campestres y otros negocios, legales o no, surtidos con los bienes que hacia allá envían, sobre todo desde Estados Unidos.
En sus páginas de las redes sociales, rara vez se halla un comentario, un texto que aluda a la trágica situación que atraviesa la sociedad de su país, siquiera un quejido por el sufrimiento de aquella.
Pero sí publican en abundancia fotos de ágapes diversos —estancias en las playas, las montañas, los parques nacionales— y ciertas líneas sentimentales como “extraño el dulce de arroz con leche que me hacía Aurora mi vecina”, o “¿qué será de Aidita mi peluquera allá en el barrio?”, o “qué lástima que no pude traer el primer bate con que de niño jugué a la pelota”. Y así… otras referencias a la cultura nacional.
Suelen expresar:
“No me gusta ni ver ni leer las noticias porque eso es una desgracia, y yo no estoy para desgracias, qué va”.
“Aquí la batalla es muy dura, el tiempo no alcanza para estarme preocupando por lo que pasa allá”.
“A mí la política no me interesa, me fui de Cuba porque ya no aguantaba la política”.
“Bastante tengo con los problemas que tengo para estar metiéndome en los problemas de Cuba”.
En fin, que se tomaron la Coca-Cola del olvido. Tamaño familiar.