La cara (in)visible de María Gonka

"Argentum. Carta Estelar, Fase Selena 2.1" técnica mixta sobre carton, de AdriáNómada.

Apuntes impresionistas sobre su reciente exploración literaria, En la cara oculta.

…no importa en qué fase se encuentre la Luna,
en la noche más oscura nunca deja de brillar… 


Para María Gonka (Zaragoza, 1975) -licenciada en Historia del Arte y master en Psicología Transpersonal-, la historiografía, el reportaje, la crítica y el testimonio no son suficientes y se atreve, alma inquieta de buscadora curiosa, ingente y atenta, a los estímulos diversos y maravillosos que la realidad regala.

En la cara oculta

 

Su libro me resulta una narrativa pujante un tanto inclasificable, exploración psicoanalítica, autología meta-literaria que entra y sale confundiendo los géneros y el propio estilo de forma relativamente novedosa: Oscilando del testimonio a la crónica, de la poiesis al ensayo, brindando sus entrecruzados pasajes reflexivos, llenos de abundante inmersión psicoanalítica. Quizás exorcista “monólogo interior” que no se resigna a encarnar la peregrinación encriptada del Ulises, pero tampoco la desencantada simulación tejedora de Penélope Molly…

Un libro urbano, contemporáneo, a la altura de su tiempo. A sabiendas de que: “…Cualquier lugar se vuelve Universo (literatura, biblioteca infinita) por amor a algo o alguien. Cada ciudad se convierte en la persona y todo aquello que amas u odias”.

De sintaxis sencilla, honesta, clara, sentida, sin dobleces ni subtramas escondidas entre bastidores de palabras (pero no por ello esperable) y sorprende, emociona, a veces consterna.

Con certeza quiero creer que su sensibilidad hereda la confianza deslenguada y desafiante de alguna Lilith Inccubus, cuya hembra primordial no resulta dócil, ni fácilmente digerible como la resignada Eva (EvaGélida o será EvAngélica) cuando la ira del “Aciágo Demiurgo” -diría Cioran- desobedece la controversial misandria con su iconoclasta “monólogo interior”. Atenta Ariadna trascendente, derramando su inteligente néctar de (des)intoxicada ternura ¿controladora? en la boca mortal del Teseo ¿ordinario?.

Sibila alucinógena embriagada por las emanaciones fulgurosas de las entrañas de su tierra memoriosa, la indefensa niñez, su familia… la pareja, la otredad.

Un libro que parece toda una “erotización del sufrimiento”, el “arte como la herida” -diría Antonin Artaud-, exhibicionismo de la liberación y la carencia; “cuerpo del dolor” mismo, puñal en mano susurrado entre dientes, en medio de la “noche oscura del alma”. Credo de vida -por incómoda que sea- y no sólo proyección mental y/o “idea”, pues encarnamos mucho más de lo que creemos, somos y se espera (si esperas, cuando esperes) mientras… la neurosis natural civilizatoria procura cancelar el dolor legítimo y útil (sin conseguirlo) como estado sugerente general de su “sanadora” narrativa, para una normalización (normósis) tolerable y ¿políticamente correcta? inmersa en nuestras pequeñas idiosincrasias, plétora individualista para estas ¿modernas? sociedades de la “abundancia” repleta de “psicopatologías benévolas”.

Escribir es una terapia, flujo dinámico devuelto al Mundo por no envenenar y que “no zozobre el arca existencial”.

La autora en voz de Alicia -el protagónico- vive su “Samsara”, quizas preguntándose sobre: “El dolor inevitable…” ¿por qué y para qué elijo este sufrimiento? Paso elevado al primer escalón de “la consciencia”, cuya escalera de Jacob promete infinidad de superables peldaños.

Voluntad atravesadora del Edipo con el abuelo que todos soñamos. La angustia de “la página en blanco”, la creación ingente que se demora y huye a diario del Mallarmé ilustrad@.

Alicia (quizás “no-alter ego” de la autora) narradora independiente y clara de pe(n)sar frío -se dice-, con los pies en (una) “tierra asaltada por demonios” que no puede soslayar ni evitar por destino.

Una historia que quizás resulta su propia negación del matiz autobiográfico, (Gonka niega y esquiva cuando se indaga sobre ello) y asume el lado donde la imaginación, o más bien las proyecciones mentales, superan lo real inventándolo -estrato sedimentario del dolor- en frase suya. Porque nada hay tan valioso como comenzar a ser quien eres y estás destinad@ a ser. “…La vida no es un compás de espera, ni una danza fósil de postergaciones y es tan corta que no merece la pena hacer ni dedicarte a nada que no ames…”

Luego esa misma cronología de dolores se me antoja comprenderla como un texto mistérico de poesía impronta, así sugerido y auto-sanador, regalo transliterario, crítica distinta y distinguible a la actual “cultura selfie” de la satelitización monotemática, circunscrita sólo al propio interes, excluyendo (todo) lo demás; que denuncia incluso el peligro de cualquier depuración experiencial, jamás imperativa del “yo consciente”, que hoy pasa por demasiado impertinente. Distinto además al “yo ecuménico” (plural) de los alejandrinos, al “moi haissable” en Pascal y/o al “yo pineal” de San Agustín, en cambio no reduce ni empobrece su manifestación a una individualidad sesgada, aislada, sola y egoica. No huelga la salvedad que subyace del largo monólogo de los primeros capítulos. La desnudez liberadora de un inconsciente a chorros. “Liberate me” útil para/de sí mism@, repleto de imágenes recurrentes al diván hipnótico y superador; “aprendiendo a confiar en la bondad de los extraños, pues, la mayoría de las cosas que nos angustian nunca ocurren”.

Así en la poesía que intercala me lleva al borde del rubor, insolente striptease deslenguado del alma.

Rutilante desfile de “imágenes torturadas por la vida y la incomprensión” -alega-, cuya redención posible es el lector mismo, el distanciamiento que la rescata al ser leída. “…Las nubes pueden ser muy oscuras pero el agua que cae de ellas siempre es transparente y clara…”

Todo inscrito -a mi parecer- desde la urgente ebullición de la catarsis y un automatismo psíquico del yo y su doble. Le cito: …Mujer sin cara, sin cuerpo, sin amor, sin vida, sin dolor, sin lágrimas, sin miedo, ¿sin nada?… (esto es muchísimo y una carga de responsabilidad enorme al compartirlo, hacerlo público y desear ascenderlo a la dimensión de la literatura y el arte) y se me ocurre análogo al (des)encuentro desidentitario tras el concepto de “Tiempo” (Time) del cineasta coreano Kim Ki-duk, donde se aprecia una parecida disolución del: …nadie que abraza la nada… (sin) ser nada. Vacío ontológico existencial de lo (trans)fémino, cuyo poder radica en el artificio y la ausencia. Una vacuidad todo contenedora que va del “gran coño” a la “tierra madre”, del agujero negro súper masivo de gravitación loca al universo infinito y oscuro tragándose todos los soles que existan sin exclusión.

Narrativa directa, cercana, casi confesional, pero así mismo cuchillada sensible en las tripas, no aptas para corazones blandos, listos para la patada en la sien revuelta, como un cajón de antiguos ¿juguetes rotos? que Bukowski manoseó, (memoria) que todavía corta, pues mantiene intactas sus peligrosas aristas de factura pretérita… su “realismo sucio”.

Y concluye con esa especia de toma de consciencia psicoanalítica sobre “la tríada oscura”, alegando “el dolor como placer”, la muerte vuelta refugio, la mentira como (craso) recurso, pero ¿el sexo? ese jamás convida a la debilidad, en cambio (de cualquier modo y en el peor de los casos) celebración de la vida en consciencia (si se tiene, cuando se tenga) sacralidad Tántrica de una expansión de la felicidad y la vida; si se quiere distinta a la castrante tradición occidental mojigata. Una/otra forma muy sofisticada y compleja de inteligencia relacional en la fiesta de los sentidos. Comprendiendo el amor cuando deja de ser un lastre para formar parte de la virtud emocional, sin la arrogancia del “positivismo decimonónico” que tanto Nietzsche criticó, porque: “No existe amor seguro, amar supone dar a alguien la peligrosa potestad de herirte”. Al sugerir: “…Acompaña tu dolor a la salida y cierra la puerta a heridas nuevas (…) Pues “…Si pierdes tu presente por huir del pasado, pronto ni siquiera estarás a gusto en el futuro que así concebiste…”

Entonces llorar tampoco es imposible, cuando su Alicia laberíntica entre tinieblas atraviesa el sinsentido espejo, hacia “la luz”, hundiéndose en la desafiante madriguera del conejo. Travieso momento donde todavía un Lewis Carroll invisible se reconcilia con “el divertido” imperativo posmoderno y cínico de Hugh Hefner.

Quiero creer que los niños a los que el destino del Mundo casi les destruye, luego crecen para salvarlo.

“…Definitivamente siempre puedes encontrar algo que amar en cada persona, en cada acto o cosa si te lo propones…”

Finalmente no duele para que sufras, duele para que cambies y sanes. Tu cuerpo lo intuye. Tu alma lo sabe.

Disfrutadlo. Total recomendación.